Ojarasca 108 abril 2006
El CNI y la Otra CampañaLugar y camino de los pueblos indígenas
Carlos González García
Bajíos del Tule, Territorio Wixárika, Sierra Norte de Jalisco, 18 marzo 2006
Hasta el año 2001 el movimiento indígena mexicano, aglutinado en torno al Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) y el Congreso Nacional Indígena (CNI), puso en el centro de su estrategia para la construcción de la autonomía y la reconstitución integral de los pueblos indios el reconocimiento constitucional y de sus derechos y cultura.
Después de que los Acuerdos de San Andrés fueron traicionados por la clase política y los poderes del Estado, al aprobar, promulgar y ratificar la reforma constitucional en materia indígena del 28 de abril de 2001, una parte significativa del movimiento indígena que ha confluido en el CNI de la Región Centro-Pacífico del país (CNI-RCP) se dio a la tarea de construir un discurso muy otro, que centralmente abandona la disputa con el Estado por el reconocimiento constitucional de los pueblos indígenas, llamando en cambio a que los pueblos y comunidades indias desconozcan la reforma constitucional aprobada y ejerzan, por la vía de los hechos, la autonomía y los derechos pactados en San Andrés. Este discurso fue reforzado por el nacimiento de los caracoles y las juntas de buen gobierno zapatistas en el año 2003, como expresiones altamente desarrolladas del autogobierno y la autonomía indígenas al margen de las reglas neocolonialistas que impone el poder.
Otra tendencia del movimiento indígena agrupada principalmente en la Asamblea Nacional Indígena Plural por la Autonomía (ANIPA) optó por asimilarse a los aparatos gubernamentales que históricamente han provocado la destrucción de los pueblos indígenas de la Nación.
La aparición de la Sexta Declaración de la Selva Lacandona emitida por el EZLN, principal organización indígena del país, llamando a formar una fuerza política anticapitalista y de izquierda para la construcción de otra forma de hacer política, de un programa de lucha nacional y de izquierda, y por una nueva Constitución, obliga al movimiento indígena independiente del gobierno a asumir una posición ante dicha Declaración, sobre todo si consideramos que este documento tiene parte de su origen en la obsesión de los poderes económicos y políticos que controlan el país por no reconocer ningún derecho, siquiera el más mínimo, a los pueblos indígenas.
Es importante destacar que el CNI-RCP junto con otras muchas organizaciones y comunidades indígenas de otras regiones --incluidas diversas ong no clientelares-- asumiendo una firme postura anticapitalista, han iniciado el proceso de detallar la guerra de saqueo y conquista emprendida por el neoliberalismo con sus empresas y gobiernos cómplices. Tal vez es inédita la perspectiva lograda por esta alianza suelta de pueblos, comunidades y acompañantes, y nos da claridad de que los pueblos indígenas son un obstáculo objetivo en tal guerra y de que resulta crucial la resistencia como pueblos y comunidades para pervivir y defender los territorios y recursos de la Nación.
Ante este panorama, la convocatoria zapatista sirve de cobijo a la firmeza anticapitalista de los propios pueblos indígenas --blancos importantes, aunque no exclusivos, de las políticas privatizadoras neoliberales impulsadas por el Estado nacional y los grandes consorcios transnacionales.
Sin embargo, el llamado a construir una fuerza nacional de izquierda donde participen los pueblos indígenas trae aparejadas grandes dificultades.
Por un lado, muchas organizaciones y comunidades indígenas no están acostumbradas a tratar y hacer alianzas con organizaciones políticas de izquierda; por otro lado, históricamente las izquierdas mexicanas --salvo excepciones notables-- han sido incapaces de reconocer la existencia y trascendencia de los pueblos indígenas, junto con sus elementos culturales específicos, en el tramado de la Nación.
Estas izquierdas tampoco han entendido la importancia que tienen y han tenido los pueblos indígenas en las luchas libertarias del pueblo mexicano. Sobre todo las organizaciones de corte "marxista-leninista" no han podido superar críticamente las concepciones que en torno a la "comunidad agraria" y la "cuestión campesina" se gestaron en la Rusia bolchevique de principios del siglo XX y que, desde una perspectiva positivista ajena a los conceptos esbozados por el Marx "maduro", reducen y desprecian el papel de las comunidades campesinas en las luchas transformadoras de la sociedad capitalista.
Para muchas de las organizaciones de izquierda que se han sumado a "la otra campaña" los pueblos indígenas, salvo menciones de relleno, son invisibles o quedan diluidos en abigarrados discursos "proletarios" que mediante el uso de categorías sociológicas sustitutivas ocultan la especificidad cultural y política de estos pueblos y su importante participación en las gestas históricas y en la resistencia cotidiana de los explotados de nuestro país.
Frente a la perspectiva de lucha que abre la Sexta Declaración de la Selva Lacandona este "alejamiento" entre izquierdas y organizaciones indígenas puede y debe superarse. Si miramos al pasado podría sorprendernos el contenido anticapitalista y el discurso francamente socialista o anarquista de muchas rebeliones indígenas: la de Julio López en Chalco (1868), la del Valle del Mezquital (1869), la del marakame Manuel Lozada en Jalisco y Nayarit (1857-1881), o las de Ciudad del Maíz y la Sierra Gorda (1877-1883), por señalar algunas. La relación entre magonistas y zapatistas o el socialismo de Felipe Carrillo Puerto en Yucatán hablan de esa persistente relación entre izquierdas y movimientos indígenas.
En las actuales circunstancias, la construcción de un programa de lucha nacional y de izquierda podría, como ha ocurrido siempre, desplazar o minimizar las demandas centrales de los pueblos indígenas. Entonces acudiríamos a la construcción de un nuevo movimiento libertario que fundado en el esfuerzo de los pueblos indígenas terminaría desconociéndolos, hecho nada nuevo si miramos que las sucesivas revoluciones que ocurrieron en el país, siempre usufructuadas por los grupos de poder en turno, poco o nada han dejado en lo referente a los derechos de los pueblos indígenas, aún cuando éstos han puesto invariablemente la mayor cuota de sufrimiento.
Se ocupa entonces del esfuerzo de las izquierdas por superar esquemas acartonados y ajenos a nuestra realidad, y las conductas hegemonistas o protagónicas que poco abonarán en la construcción de la fuerza social y política que se pretende construir. Se ocupa que las izquierdas respeten la especificidad cultural de los pueblos indígenas, reconozcan su importancia en el marco de "la otra campaña" y consideren el cúmulo de propuestas autogestionarias de pueblos y comunidades, pues es imprescindible su participación como tales y no como simples grupos de campesinos, proletarios rurales o productores del campo (que seguramente también lo son), en la resistencia anticapitalista y en la construcción de un nuevo proyecto de nación.
Por parte de las comunidades, organizaciones y colectivos indígenas adheridos a "la otra campaña" se ocupa revitalizar un espacio nacional que unifique la lucha de los pueblos indígenas en una perspectiva anticapitalista. El Cuarto Congreso Nacional Indígena convocado para principios de mayo de este año es una oportunidad invaluable para ello.
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