Crónica desde Alcalá de Henares
Ampliar la imagen Sergio Pitol camina por el centro de la Universidad de Alcalá de Henares, mientras observa la medalla del Premio Cervantes 2005, que hace unos días recibió de manos del rey Juan Carlos de Borbón, en el paraninfo de ese recinto académico FOTOAp
En unos días, el escritor Sergio Pitol sumará un galardón más: el Premio Roger Caillois, que recibirá en París. Lo acompaña Margo Glantz, colaboradora de La Jornada, quien participó en la ceremonia de entrega del Premio Cervantes de Literatura a Sergio Pitol el pasado viernes en el paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares, donde el autor de El mago de Viena puso en su discurso de aceptación todas las metrópolis del mundo en un pequeño poblado cuya cabecera es Córdoba, Veracruz, y desde allí, desde Potrero, dibujó el mundo en un grano de café. Ofrecemos esta crónica de su amiga, colega, compañera de viaje, Margo Glantz
En la primera página de los periódicos españoles, una foto de Sergio Pitol, de frac, pantalones rayados de gángster, chaleco negro, corbata clara y una medalla inmensa, debe pesar como cinco kilos, pero a lo mejor exagero: no lo doblega. En la portada del ABC, el rey don Juan Carlos se la coloca; Sergio, con una gran sonrisa, la recibe: de la reina se ve apenas una mano con anillos, en los dedos meñique e índice, semejante a las de las figuras representadas en las pinturas de Sánchez Coello o de Velázquez, exhibidas en las maravillosas salas del Prado. En las páginas interiores, Sergio, de cuerpo entero, hace un gesto de triunfo, irónico, deslumbrado, palabra que pronuncia a menudo. Detrás, los integrantes de la tuna universitaria lo festejan.
En El País, con los lentes en la mano, aparece de frente, a su lado el rey, el presidente Rodríguez Zapatero y Laura Demeneghi, su sobrina. ''La obra de Sergio Pitol -dijo el rey- nos seduce con su verdad." Sergio me cuenta más tarde que, mientras espera la llegada del soberano, en una hermosa sala de la Universidad de Alcalá, fundada hacia finales del siglo XV, advierte, como en El arte de la fuga, que ha perdido sus anteojos, los imprescindibles anteojos de lectura. Apresurado, se dirige a una de las calles de la ciudad para comprarse unos lentes graduados, muy baratos, de ésos al alcance de los ojos en cualquier farmacia: le sientan bien, mucho mejor que los hechos especialmente para él en una óptica de Jalapa o de Roma. ¡Regresa a toda prisa, justo a tiempo para ver entrar a Juan Carlos!
En una ceremonia que, según el soberano, ''encumbró a Pitol como modelo para las nuevas generaciones de escritores", celebrada en el paraninfo de esa universidad, se reunieron autoridades e intelectuales; todos los periódicos lo repiten: el rector, Virgilio Zapatero, vestido de negro con quevedos; varios catedráticos, asimismo con toga y birretes de distintos colores, verdadero arco iris; el director de la Real Academia de la Lengua, don Víctor García de la Concha; la ministra de Cultura, Carmen Calvo, pronuncia un discurso en honor de Pitol, elogia su poética y su densa red de lecturas, se lamenta luego de la escasa presencia de mujeres en el Cervantes -María Zambrano (1988) y Dulce María Loinaz (1992)- y expresa su deseo de que el próximo sea para una mujer española, ¿Ana María Matute?; también Esperanza Aguirre, del PP; César Antonio Molina y Rosa Regás, respectivamente directores del instituto Cervantes y de la Biblioteca Nacional; Jordi Herralde y Lali Gubern de Anagrama, editorial donde se ha reunido casi toda la obra de Pitol, el primer Cervantes de su catálogo; Manolo Ramírez de Pre-Textos, allí apareció El mago de Viena; Marisa Blanco, de Babelia; los escritores Enrique Vila-Matas, Cristina Fernández Cubas, Carlos Trías, José María Guelbenzu. Rodrigo Fresán y, de México, solamente Juan Villoro y esta humilde cronista.
En su discurso, Sergio habló de su infancia -pues, como bien dice Vicente Rojo, Sergio no puede prescindir de Potrero- y de la influencia que en él ejercieron los exiliados españoles, quienes fueron, gracias a Franco, como dijo Carlos Fuentes en la Universidad Brown el 15 de abril, en la conferencia organizada por Ortega, una extraordinaria presencia en México y América Latina.
Sergio mencionó sus lecturas preferidas, los clásicos del Siglo de Oro, Borges, Mann: un discurso leído con parsimonia y excelente dicción, misma que esa misma tarde, cuando varias figuras ilustres se reunieron en el Círculo de Bellas Artes para leer El Quijote, esa espantosa costumbre instaurada en 2005, le hizo leerlo con perfección sólo superada por la de la actriz Asunción Balaguer.
Después de la ceremonia, un coctel en uno de los claustros universitarios y un tiempo inclemente que nos ''pelaba de frío", como dicen aquí, amenazas de lluvia que afortunadamente cayó más tarde -Sergio ha tenido siempre una magnífica suerte, aunque suela pensar lo contrario-. Yo vestida de verano, ¡qué frivolidad! ¿cómo no hacerlo si en mis maletas hay varios trajes de lino, camisas de seda clara y zapatos descotados que apenas he podido usar y que probablemente queden sepultados hasta mi regreso a México?
Radiante, bien vestido, con sus chalecos de cashmere y sus gorras Hugo Boss, Sergio descansa ahora en una bella región castellana, antes de emprender un viaje a París, donde recibirá el Premio Roger Caillois.