México, Gilberto Bosques y los refugiados
Ampliar la imagen Friedrich Katz, historiador austriaco FOTOJoséAntonioLópez
Ediciones Era pondrá en circulación en breve Nuevos ensayos mexicanos, del historiador austriaco Friedrich Katz, que abarcan seis siglos de historia de la región que hoy día constituye México, desde los tiempos precolombinos hasta el periodo de la guerra fría. En algunos de estos trabajos se observa a México en una perspectiva comparativa o en un contexto mundial. Un segundo tipo de ensayos se concentra en el papel de las fuerzas y los dirigentes populares en México y otros de esos textos se ocupan de los aspectos más nobles de la historia mexicana del siglo XX: su solidaria postura en favor de la independencia de Austria en el momento de su ocupación por Hitler, así como la actividad de Gilberto Bosques, cónsul mexicano durante la Segunda Guerra Mundial, quien salvó a gran número de refugiados en nombre del gobierno de Lázaro Cárdenas. Como un adelanto para los lectores de La Jornada, ofrecemos a continuación un fragmento de este trabajo
Para muchos estadunidenses, México es ante todo un país del que reciben inmigración, donde cientos de miles de personas esperan pasar la frontera para hallar la tierra prometida en Estados Unidos. Se olvidan de que para miles de latinoamericanos y para muchos intelectuales estadunidenses, México fue la tierra prometida después de la revolución de 1910-1920. Personas perseguidas por sus ideas políticas o creencias religiosas ''radicales y revolucionarios, pero también liberales'' hallaron refugio en México cuando en sus países de origen llegaron al poder regímenes represivos.
En los años 20, dirigentes radicales como Víctor Raúl Haya de la Torre, César Augusto Sandino y Julio Antonio Mella se refugiaron en México. La política de acoger refugiados se mantuvo por muchos años; incluso después del viraje a la derecha del gobierno mexicano miles de refugiados de las dictaduras de Argentina, Chile y Uruguay huyeron a México.
En el periodo mencionado, México se abrió a inmigrantes de muchas partes del mundo. En 1924, el presidente Alvaro Obregón abrió las puertas a la inmigración judía. Lo mismo se hizo con otros grupos como los menonitas, que se establecieron en el estado norteño de Chihuahua.
Esta actitud empezó a cambiar a finales de los años 20 y principios de los 30, conforme México se decantaba hacia la derecha. En los años del maximato, cuando Plutarco Elías Calles dominaba el país, se manifestaron fuertes tendencias xenofóbicas. Estas ya habían surgido durante la Revolución, cuando cientos de chinos fueron masacrados por los revolucionarios. A principios de los años 30, se adoptó una nueva ley de inmigración que reflejaba esa xenofobia: México decidió cerrar sus fronteras a los inmigrantes ''indeseables'', que eran los ''polacos, sirios, libaneses, estuanos (sic), letones, checoeslovacos, palestinos, armenios, árabes, turcos, búlgaros, rumanos, persas, yugoslavos, griegos''.
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En 1938-39, tras la persecución masiva desatada por Hitler contra los judíos en la infame Kristallnacht, de noviembre de 1938, se modificó profundamente la situación de todos los refugiados, pero específicamente la de los refugiados judíos. Estados Unidos había restringido en 1923 la inmigración, especialmente de judíos procedentes de Europa oriental. Los británicos cerraron el ingreso a Palestina en 1938, y los franceses pusieron en marcha políticas migratorias extremadamente restrictivas.
En ese momento, muchas personas que trataban de huir de Europa por razones políticas o raciales centraron su atención en México. Y no por casualidad. El gobierno conservador que había regido hasta 1934 fue sustituido por el gobierno radical de Lázaro Cárdenas, quien manifestó su clara oposición al nazismo y sus políticas raciales. Esto se debió en parte a la ideología izquierdista de Cárdenas y al apoyo que tenía entre los grupos de izquierda. Pero también obedecía a consideraciones prácticas. En la Guerra Civil española, Cárdenas apoyó a la República contra Franco y sus aliados, Hitler y Mussolini. Eso le llevó a una confrontación directa con los nazis.
El apoyo de Cárdenas a la República española no se basaba en intereses materiales. La República se encontraba en desesperados apuros financieros, y Cárdenas no podía esperar obtener ningún dinero de los republicanos. Tampoco se debió el apoyo de México a consideraciones políticas internas. Entre el pueblo mexicano, las simpatías por la República eran muy limitadas. Los conservadores la odiaban por su radicalismo y anticlericalismo, mientras que en amplios sectores existía un intenso rechazo a los españoles en general, fueran radicales o conservadores. La política española de Cárdenas fue más bien resultado de su profundo compromiso ideológico y tal vez también de que esperaba romper el aislamiento mundial en que, en muchos aspectos, se encontraba México.
Gran parte del continente latinoamericano estaba regido por dictaduras militares de derecha y defendía políticas completamente diferentes de las del gobierno mexicano. Aunque Cárdenas simpatizaba con el New Deal estadunidense, las grandes empresas a las que se enfrentó y a algunas de las cuales, como las compañías petroleras, expropió eran en gran parte estadunidenses. Cárdenas tenía una simpatía limitada por la Unión Soviética, y nunca restableció con ese país las relaciones diplomáticas, que se habían roto en 1930. Además, le dio asilo al mayor enemigo de Stalin, León Trotsky. Así pues, la República española era el único régimen con el que Cárdenas consideraba que podía aliarse y con el que tanto él como los radicales que lo rodeaban po-dían tener una fuerte afinidad ideológica.
La oposición de Cárdenas al fascismo no se limitó a España. El gobierno mexicano protestó contra el ataque de Italia a Abisinia. En la Liga de las Naciones, fue el único país del mundo que condenó la anexión de Austria por Hitler. Cuando la persecución de los judíos dio un giro radical, a partir de noviembre de 1938, el partido oficial de la Revolución mexicana, el PRM, organizó un enorme mitin en que el líder de la Confederación de Trabajadores Mexicanos, Vicente Lombardo Toledano, habló contra dicha persecución.
A pesar de estas posturas antifascistas, de 1938 a 1940 México reaccionó escasamente a las esperanzas de los judíos de hallar asilo allí. Por un tiempo, Cárdenas apoyó a una organización filantrópica judía que trataba de establecer una colonia en el estado de Tabasco. Pero cuando la prensa protestó, en gran parte influida por la embajada alemana, Cárdenas retiró su oferta. Su renuencia a admitir judíos no se debía al racismo de sus predecesores, sino a que tenía prioridades diferentes. En 1938-39, tras la derrota de la República española, el gobierno ofreció asilo y ciudadanía a todos los refugiados españoles que los pidieron. Para un país pobre como México, esto fue una empresa gigantesca, ya que más de 200 mil españoles habían cruzado la frontera de Francia tras el fin de la República, y estaban allí internados en condiciones terribles en campos cercados con alambradas y guardias armados. El embajador mexicano en Francia, encontró condiciones ''horrorosas'' cuando visitó el campo de Argelès. Muchos de los españoles se veían forzados a dormir en colchones de paja ''infestados de pulgas y piojos''.
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Con la derrota de Francia y el ascenso del gobierno filofascista del mariscal Pétain, la situación de todos los refugiados en ese país se volvió desesperada. Al estallar la guerra, los refugiados alemanes y austriacos fueron internados por el gobierno francés, como extranjeros enemigos, en campos de internamiento como La Vernet y Gurs. En una carta al embajador mexicano, algunos de los internados en Le Vernet describían barracas donde 150 personas tenían que vivir en tres pisos de un metro veinte de altura. Estaban tan mal construidas que el viento helado penetraba en ellas mientras cientos de agujeros en el techo dejaban entrar la nieve y la lluvia. ''Nuestra alimentación es inferior a la de todos los campos de prisioneros durante la guerra de 1914-1918. Recibimos menos que la tercera parte de lo que reciben los prisioneros de guerra franceses''. La ingesta diaria de alimentos sumaba mil 400 calorías.
Pero para muchos de los refugiados, las terribles condiciones de vida en que se encontraban no eran sino la menor de las preocupaciones. El armisticio que firmó el gobierno de Pétain con Hitler especificaba que todos los refugiados podrían ser devueltos a Alemania, y la Gestapo envió a los campos comisiones para establecer listas de las personas que querían que les fueran devueltas. Mientras los refugiados españoles permanecían en los campos, el gobierno francés empezó a enviar a algunos de los más destacados de regreso a España, donde Franco los hacía fusilar.
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A pesar de que estos intentos fracasaron, el gobierno mexicano no se dio por vencido, sino que concentró sus esfuerzos en Francia. El presidente Lázaro Cárdenas instruyó a su embajador, el viejo revolucionario Luis Rodríguez, para que dijera al gobierno francés que México estaba dispuesto a dar asilo a los cientos de miles de refugiados españoles que había en Francia y le pidiera reconocer a México como protector de dichos refugiados. Rodríguez obtuvo audiencia con el mariscal Pétain, quien encabezaba el gobierno de Vichy y se había aliado con la Alemania nazi.
Los dos hombres se reunieron el 8 de julio, y Rodríguez informó a Pétain de los deseos de México.
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A costa de una intensa labor diplomática, Rodríguez consiguió firmar un acuerdo con el gobierno de Vichy por el que los refugiados españoles en la parte no ocupada de Francia quedaban bajo la protección del consulado mexicano. El gobierno francés les daría también visas para que pudieran emigrar a México.
Poco después de firmar este acuerdo, expiró el periodo presidencial de Lázaro Cárdenas, y Rodríguez renunció a su cargo a la vez que todos los altos funcionarios nombrados por el presidente. El hombre a quien Rodríguez dejó en su lugar en Francia para dar cumplimiento al acuerdo firmado y para ayudar a tantos refugiados como pudiera fue su cónsul general, Gilberto Bosques. En muchos sentidos, él era la encarnación de las tendencias radicales de la Revolución Mexicana.
En 1909, a la edad de 17 años y cuando estudiaba en una escuela normal de maestros, ingresó al Partido Antirreeleccionista. Un año después, participó en uno de los primeros levantamientos contra Díaz, encabezado por una figura legendaria, Aquiles Serdán. En el curso de la Revolución, peleó en las filas de Venustiano Carranza; fue diputado a la convención constituyente por su nativo estado de Puebla en 1916, y organizó uno de los primeros congresos sobre educación que llevó a cabo el nuevo gobierno revolucionario.
A finales de los años 20 y principios de los 30, fue uno de los dirigentes radicales dentro del partido oficial de la Revolución Mexicana. Su postura lo puso en conflicto con uno de los hombres fuertes regionales más poderosos y conservadores, Maximino Avila Camacho, quien falsificó los resultados electorales que lo hubieran llevado a la gubernatura del estado de Puebla. Desafortunadamente para Bosques, Maximino Avila Camacho era aliado del presidente Cárdenas. Por esta razón, a pesar de su radicalismo, Cárdenas rehusó apoyar la candidatura de Bosques.