Debate, un ensayo general
Si nos atenemos a lo que cada uno de los candidatos obtuvo del debate, la ganadora es Patricia Mercado. Demostró que las voces mesuradas existen, aunque la ruindad de la contienda les impida expresarse. Pero la ausencia de López Obrador, a querer o no, define la naturaleza de este ejercicio.
Hubo, es cierto, una retahíla de propuestas, pero faltó la discusión sobre el rumbo del país, una mirada de más largo aliento sobre la naturaleza del cambio que hay que hacer para que México -no un partido o un candidato- salga adelante. Esperábamos, ingenuamente, ideas para comprender mejor las diferencias y no sólo buenas palabras para esconder las razones que mueven a cada partido. Más conceptos, menos mercadotecnia. Viendo a los debatientes uno no se explica la brutal irritación de los últimos tiempos. Es como si todo fuera sobre rieles siguiendo el libreto democrático. Pero sabemos que no es así.
Calderón, por ejemplo, nos privó de sus conocidas críticas al "populismo" o de las razones del antintelectualismo de su partido y se limitó a recitar las consignas de campaña, sin ánimo reflexivo alguno, como si la reiteración ("candidato del empleo") sustituyera la urgencia del análisis. Madrazo, tan apurado en las encuestas, no tuvo la voluntad ni el talento para vincular al candidato Calderón con el fracaso del foxismo, tal vez por la continuidad esencial de las políticas puestas en marcha por los últimos presidentes priístas. Machacó viejas y confusas consejas y dio estacazos estadísticos, siempre en franca actitud defensiva. Su crítica del país "al revés" fue una elección retórica bastante improductiva y poco creíble. Y si bien Mercado se definió "de izquierda", los demás, desmemoriados, prefirieron declararse "de centro", es decir, habitantes del limbo trazado por la geometría política postmoderna.
Así pues, sin López Obrador, el debate perdió dramatismo, se hizo light, no obstante los zarpazos que se dieron Campa, Madrazo y Calderón, mismos que ya se ha-bía descontado los gastos por anticipado. Nadie mencionó el clima de crispación que nubla el sentido democrático de las campañas. Se hizo obvio que ése no era más que un ensayo general, una preparación para el encuentro con el enemigo común, donde sacarán a relucir todas sus armas, que no son pocas. Ya veremos cuáles son los costos que para López Obrador tendrá haberse desmarcado tan pronto de este ejercicio, sobre todo cuando la izquierda históricamente ha reclamado el derecho a debatir como un eje de la vida democrática, pero lo cierto es que la noche del martes faltó el competidor más importante y eso conviene no olvidarlo a la hora de los balances y las encuestas.
La rigidez del formato permite que la realidad se muestre a retazos, como si no hubiera una conexión con los problemas fundamentales de la agenda. Tal vez por eso ninguno expuso una visión integral de México, una caracterización del camino a seguir, es decir, una idea de dónde venimos y hacia dónde vamos.
Hubo, claro, muchas propuestas, algunas razonables, otras librescas e inviables y, sobre todo, demasiadas promesas de suyo incumplibles, no porque parezcan absurdas, sino porque aparecen como sacadas de la chistera de un mago y su realización se hace depender de la voluntad providencial del próximo mandatario.
Los candidatos llevaban bien aprendidas sus notas, pero, como es natural, no se puede ser especialista de todo y en algunos temas se ven inseguros, titubeantes. En asuntos claves, como el desarrollo sustentable, menu-dean los lugares comunes, los topicazos y algunas tonterías, como la oferta de sembrar pinos oyameles en bosques y "selvas", según dijo Calderón.
Cuestiones tan decisivas -y tan actuales- como la urgencia de la reforma laboral se redujeron a la reiteración de lugares comunes sobre la "flexibilidad", la "competitividad" o, incluso, la "libertad sindical", sin entrar de lleno en los problemas estructurales del "empleo" bajo la globalización. Ninguno hizo un intento serio por situar la necesidad de crecer, mucho menos dijo cómo hacerlo bajo las actuales circunstancias. Calderón debió explicarnos a todos por qué el gobierno del PAN reprime a los trabajadores y, a la vez, mantiene relaciones tan estrechas con el grueso del charrismo priísta, esa herencia intocada del corporativismo. Pero no lo hizo.
En fin, para muchos fue una verdadera sorpresa que los candidatos tuvieran propuestas que hacer. Y eso es bueno, pero no suficiente. Hay que reordenar la deliberación político-electoral en el país y aceptar que la lucha por el poder no admite los mismos procedimientos que la venta de cerveza o jabones. Si en verdad queremos fortalecer la cultura política ciudadana comencemos por dar a los electores ideas, instrumentos para pensar y decidir. No más escándalos gratuitos.
Creo necesarios los debates, pero ya es hora de quitarles la rigidez que tienen, las barreras que impiden a los candidatos improvisar, ser ellos mismos. Es mejor una acalorada discusión conducida por verdaderos profesionales que este examen oral tan discreto y poco brillante.