Editorial
Irán: circunstancia peligrosa
Hoy, en concordancia con la entrega del informe de la Organización Internacional de Energía Atómica (OIEA) sobre las actividades nucleares de Irán, vence el plazo impuesto a ese país por el Consejo de Seguridad de la ONU para que suspenda el enriquecimiento de uranio. El duelo verbal entablado entre los halcones del gobierno de George W. Bush y las autoridades de Teherán ha introducido un nuevo y grave factor de tensión regional y planetaria, en un escenario mundial ya dislocado por las agresiones y ocupaciones militares estadunidenses en Afganistán e Irak y por la activa hostilidad de las potencias occidentales contra las sociedades islámicas.
En la presente circunstancia, a la Casa Blanca le resultará mucho más difícil orquestar una escalada bélica como la que organizó contra el depuesto régimen de Saddam Hussein. En lo interno, Bush se encuentra en niveles sin precedente de impopularidad, la guerra contra Irak ya no cuenta con el respaldo de la mayoría de la población del país vecino y las fuerzas armadas estadunidenses no se dan abasto ni siquiera para controlar la capital iraquí, y menos el territorio completo del país árabe. Los precios del crudo han sido llevados a cotas históricas y los principales aliados europeos que apoyaron la incursión de Washington en Medio Oriente José María Aznar y Silvio Berlusconi han sido echados del poder por los electorados de sus países respectivos; falta ver la suerte de Tony Blair, quien, al igual que su correligionario texano, se enfrenta por ahora al rechazo mayoritario de los ciudadanos. Por añadidura, y a la vista del desastre geopolítico y económico causado por la invasión de Irak, cabe dudar que el gobierno de Estados Unidos logre recabar, si no las simpatías, cuando menos la pasividad de Rusia y China ante un ataque a la República Islámica.
Por lo que hace a los programas iraníes de desarrollo de tecnología atómica, es claro que no pueden desembocar a corto plazo en la fabricación de armamento nuclear y no hay razón, en consecuencia, para alarmarse. Los ingenieros de Teherán han logrado procesos para enriquecer el uranio en 4 o 5 por ciento, y para fabricar cabezas atómicas se requieren grados de 95 por ciento. Por lo demás, Irán ha venido realizando desde hace más de 30 años esfuerzos por dotarse de infraestructura para la generación de tecnología nuclear pacífica, destinada a la generación de energía. Desde esta perspectiva, el cerco diplomático contra la República Islámica deja ver una determinación por parte de las potencias militares y económicas occidentales de impedir que otras naciones desarrollen reactores de fisión en un marco de independencia y soberanía. Tal designio parece estar más relacionado con el deseo de matener los mercados para sus propios reactores que con una preocupación por la proliferación de armas nucleares.
De hecho, incluso si los gobernantes iraníes tuvieran como objetivo último dotarse de bombas atómicas, la actual campaña en su contra resulta un ejercicio de suma hipocresía, habida cuenta de que ni los europeos ni los estadunidenses movieron un dedo cuando Israel un Estado tan confesional como Irán, India y Pakistán desarrollaron sus respectivos arsenales nucleares. Hoy se da por hecho, para colmo, que Corea del Norte posee ya unos cuantos artefactos de esa clase, así sean tan primitivos como los que Estados Unidos hizo estallar hace 60 años sobre las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki.
Desde otro punto de vista, y sin dejar de reconocer que la proliferación de esta clase de armamento en el mundo es un fenómeno absolutamente indeseable, no puede pasarse por alto el hecho de que la doctrina de la "guerra preventiva" implantada por el gobierno de Bush y su posterior aplicación en Afganistán e Irak han dado enorme impulso y una justificación definida a los anhelos de diversos gobiernos de dotarse de armas nucleares y otras de destrucción masiva. A la distancia es posible constatar que la guerra de la Casa Blanca contra Bagdad fue posible precisamente porque el régimen de Saddam carecía de esta clase de armamento, y no, como lo alegó Washington hace tres años, porque lo poseyera. En una circunstancia en la que la mayor potencia militar del globo se ha autorizado a sí misma a invadir una nación soberana sin que exista una agresión previa, es lógico que los países catalogados como "enemigos" por la arbitrariedad del gobierno de Bush se vean forzados a desarrollar medios de disuasión. Podría ser el caso del gobierno de Teherán, el cual ha sido sistemáticamente mencionado por el Departamento de Estado como integrante de un "eje del mal" que, hoy por hoy, no existe hay que tener mucha mala fe y mucha ignorancia, incluso geográfica, para suponer alianzas entre Irán y Corea del Norte, por ejemplo, pero al que el hostigamiento sistemático de Estados Unidos podría convertir en realidad.