El edificio, uno de los emblemas de la capital, busca regresar a ser un punto de atractivo
La Torre Latinoamericana cumple 50 años en plena remodelación
La que alguna vez fue la construcción más alta del mundo, fuera de EU, hoy está ocupada a sólo 70% de su capacidad
Ha sobrevivido a los dos sismos más fuertes que han azotado al DF
Ampliar la imagen Los Hermanos Mayo captaron un momento de la construcción de la Torre. A la derecha, imagen del boceto
Ampliar la imagen Los Hermanos Mayo captaron un momento de la construcción de la Torre. A la derecha, imagen del boceto
La Torre Latinoamericana, quizá el edificio más emblemático de la ciudad de México, cumple este 30 de abril 50 años de haber sido inaugurada.
Fue en esa fecha de 1956 cuando la gigantesca mole localizada en la confluencia de la calle de Madero con la entonces avenida San Juan de Letrán -la esquina por antonomasia en aquel tiempo, con su dulcería Larín en la planta baja- se convirtió en timbre de orgullo de los capitalinos que así vieron cómo la antigua Tenochtitlán contó con su primer rascacielos, una gota del lejano Nueva York.
La esbelta silueta de la singular construcción ha sido en este medio siglo un icono para los habitantes de la gran metrópolis y un punto de referencia y admiración para los turistas que la visitan, especialmente aquellos que trepan hasta el piso 44 para solazarse con la vista que ofrece la terraza del mirador, recientemente remodelado.
El miércoles pasado, en una celebración indubitablemente de altura, tuvo lugar el festejo por el medio siglo. Alejandro Encinas, jefe de Gobierno del Distrito Federal, canceló la estampilla postal conmemorativa, allá en lo alto de la Torre, y luego se dedicó a recorrer el renovado mirador desde donde, una y otra vez no dejaba de lanzar expresiones de asombro ante la magnífica vista, ya que el anochecer fue generoso y los vientos limpiaron gran parte de la atmósfera.
Teodoro Amerlinck, ya jubilado pero aún lúcido a sus 98 años de edad, hizo un recuento de los años de la construcción en los que, recordó, hubo de lamentarse la muerte de seis operarios.
Basada en un lugar preshipánico
La edificación de la torre de 182 metros de altura -bueno, esto es exagerado pues si se habla de mediciones hay que ser precisos, la altura oficial es de 181 metros con 33 centímetros- comenzó en febrero de 1949, luego de que se derribó el antiguo edificio de apenas cinco niveles de La Latinoamericana Seguros de Vida SA, la empresa propietaria del inmueble, en el mismo sitio en que en días prehispánicos se asentó la casa de las fieras de Moctezuma, algo así como el zoológico del soberano azteca y, después, con la evangelización, el predio fue parte del convento de San Francisco.
Se cuenta que fue una iniciativa de Miguel Macedo y Boubee -cuya memoria se honra en un busto colocado en el vestíbulo-, a la sazón director de la aseguradora, la que dio origen a la aventura descabellada de erigir semejante edificio, en su tiempo, la cuarta estructura más alta del mundo fuera de Estados Unidos y el mayor del planeta al sur del paralelo 33 norte, hasta 1973.
La edificación resultó todo un portento de creatividad que corrió a cargo del arquitecto Augusto Alvarez y los ingenieros Leonardo y Adolfo Zeevaert, mexicanos los tres, que tuvieron la consultoría de Nathan Newmark, científico de amplia experiencia en esto de construir gigantes de concreto, pues su trabajo era en la Urbe de Hierro.
La Latino -como se le conoce- tiene estructura de acero; las losas de los entrepisos son de concreto reforzado y no existen muros de carga; su construcción representó todo un reto a las técnicas ingenieriles, tomando en cuenta el peculiar subsuelo de la ciudad (arcilla saturada de agua y en una zona sísmica). Se hincaron 361 pilotes de concreto a poco más de 30 metros de profundidad cuando se encontró arena más resistente,
La cimentación cuenta con un cajón impermeable de concreto, el cual recibe el empuje del manto freático para cargar parte del peso del edificio. Como la ciudad se hunde más que los edificios cimentados sobre la capa dura, se previó en la losa de la planta baja un sistema para poder bajarla y así evitar su desnivel con la banqueta.
Esto hizo que fuese vox populi aquello de que la Latino estaba montada sobre gatos hidráulicos y que por eso no le hacían nada los temblores.
Pruebas de fuego
A poco más de un año de su apertura, el edificio pasó su primera prueba de fuego al salir indemne del sismo de 1957, cuando se cayó el Angel de la Independencia.Otra prueba, más severa, ocurrió en 1985. Cuenta Fernando Amerlinck, el director de la inmobiliaria que administra la Latino, que aquel aciago día de septiembre, Adolfo Zeevaert ya estaba en su despacho del piso 25 cuando la Tierra empezó a moverse. A través de los ventanales de la cara surponiente el ingeniero pudo observar cómo se derrumbaban algunos edificios del Eje Central y por la fachada norte constató los daños en Tlatelolco. El Centro se vio envuelto en una nube de polvo. La Torre, sin embargo, no sufrió daños. Se revisaron los remaches de las juntas de la estructura y de los dos mil probados ninguno presentó defecto.
"Pocos ingenieros, seguramente, han tenido una experiencia así", dice Amerlinck, "estar en el edificio que construyeron a la hora de un temblor tan intenso."
Por años tener una disputada oficina en la Latino resultó signo de posición. Ahí se asentaron compañías de seguros, bancos, estaciones de radio, empresas farmacéuticas, dependencias del INBA y algunos personajes de la vida pública, como Alfonso Gaona, el empresario de la Plaza México, fallecido hace no mucho, cuyo despacho -hoy cerrado- aún almacena tesoros de la parafernalia taurina.
Hoy, con el translado de la actividad bancaria y comercial a otros rumbos de la ciudad, su ocupación llega a 70 por ciento de sus 37 pisos, y señala Amerlinck que desde hace cinco años el edificio está en proceso de remodelación para añadirle amenidades y servicios, como sistema de aire acondicionado, algo con lo que ya cuentan 10 pisos.
Mucho ha cambiado la ciudad, pero en esta atalaya citadina el viejo carillón de bulbos, fabricado en Pensilvania, aún cumple con su cometido cuando marca con campanadas los cuartos de hora y diariamente, en punto de las seis de la tarde, emite una melodía.