Ferrocarriles y educación
Siempre pensé que la mexicanización de los ferrocarriles se había dado en algún momento del siglo XX, luego de la consolidación de la Revolución de 1910. No fue así, ni podía haber sido. Los ferrocarriles fueron utilizados por Madero y luego por Villa, por Carranza y por Obregón. De haber sido propiedad de empresas extranjeras, los estadunidenses nos habrían invadido, con el pretexto de proteger los intereses de sus connacionales. La historia de México habría sido otra.
Hoy los ferrocarriles no tienen mayor importancia para el país, o al menos así lo creemos, pero hace un siglo las cosas eran distintas. Eran la única posibilidad real de viajar o de transportar mercancías a casi cualquiera de nuestras ciudades. Por ello, los trenes constituían la columna vertebral de nuestra economía y el sistema nervioso del país.
Por ello el gobierno de Porfirio Díaz, tan proclive a permitir y estimular la apertura de empresas extranjeras en condiciones vergonzosas e inequitativas para México, se percató del grave riesgo que representaban los ferrocarriles en manos extranjeras y decidió durante sus últimos años de gobierno corregir su error y adquirir la propiedad de esas empresas.
El problema más grave de la dependencia tecnológica les reventó en 1909, cuando una huelga de los telegrafistas y despachadores estadunidenses suspendió las actividades ferroviarias, paralizando al país. La existencia de grupos de telegrafistas mexicanos, que se habían estado capacitando en forma subrepticia, fue una grata sorpresa para don Porfirio y sus colaboradores, que pudieron así romper la huelga y despedir a los telegrafistas huelguistas.
No quiero dejar la impresión de que los trabajadores mexicanos actuaron como esquiroles, pues el motivo de la huelga ferroviaria era precisamente la demanda de los ferrocarrileros estadunidenses, de que se mantuviera el idioma inglés como lengua oficial y única en los procesos de operación de los ferrocarriles, incluyendo la transmisión de órdenes, la preparación de informes y la capacitación del personal de operación, tal como había sucedido antes.
Luego del fin de la huelga, el gobierno de Díaz ordenó la creación de escuelas ferrocarrileras (para preparar maquinistas, paileros, fogoneros, telegrafistas y conductores), reconociendo la importancia de lo que habían estado haciendo los trabajadores a escondidas desde años atrás, a riesgo de ser despedidos y encarcelados por ello.
Luego de otra huelga de maquinistas estadunidenses con la misma intención, ocurrida en 1912, los ferrocarriles quedaron totalmente en manos de los trabajadores mexicanos, que los operaron con diligencia, visión y responsabilidad hasta la década de los 40, en que las prácticas corporativas del gobierno corrompieron al sindicato, sumiendo a los ferrocarriles en la crisis de la que ya nunca pudieron salir.
Estas páginas brillantes de nuestra historia contrastan con lo que sucede hoy en día en varios sectores de la economía, y de manera particular en la industria energética de nuestro país, en la que mientras nuestros gobernantes nos juran que su intención no es privatizar la industria, han venido destruyendo sistemáticamente nuestra capacidad tecnológica, jubilando, pensionando y marginando al personal técnico más preparado y otorgando contratos de todo tipo para que empresas extranjeras realicen lo que nuestros técnicos podrían hacer.
El impacto que tales medidas han tenido en el sistema educativo es desastroso. Lejos de interesar a los jóvenes para que estudien carreras relacionadas con la generación, producción, distribución y aprovechamiento de la energía, el interés en ellas es mínimo. ¿Podemos esperar un cambio a estas políticas por parte del próximo gobierno?
Comentario: me llamó la atención que durante el debate del martes pasado no hubiese mención alguna a la Constitución, ni como marco jurídico de las acciones del próximo gobierno ni como referencia al proyecto de nación que la Carta Magna representa. ¿Se trata de un olvido voluntario, o de un olvido a secas?