Improvisar y rasgar la leona, necesario para estar en onda
Cambian jóvenes de Veracruz el rock por el son jarocho
Tlacotalpan, Mex. Prendidos al rock y otros ritmos, los jóvenes de los pueblos ubicados en la costa del Golfo de México solían ridiculizar a los ancianos cuando tocaban en las esquinas sus instrumentos musicales de nombres extraños.
Ahora, si no puedes tañer un mosquito, rasgar una leona, golpear rítmicamente la quijada de un burro o al menos improvisar un verso mientras los demás bailan y cantan música tradicional de la región, no estás en la onda.
Después de estar casi olvidado, una nueva ola que se extiende en el estado de Veracruz está reviviendo al "son jarocho", viejo género musical con fuerte influencia africana, y lo está colocando en el corazón de una subcultura, en fiestas que se prolongan toda la noche.
"Los jóvenes que solían escuchar rock ahora se inclinan por el son jarocho", dijo Mario Galindo, de 23 años, mientras compra un libro para aprender a tocar la jarana, una especie de guitarra con ocho cuerdas.
En Tlacotalpan, pintoresco pueblo de Veracruz, es común encontrar en la plaza principal grupos de personas alrededor de dos jóvenes que bailan sobre una tarima, mirando en trance la música, la poesía y el baile, sin mostrar signos de cansancio.
Mientras, los músicos tocan sus guitarras de diversos tamaños y formas, y se turnan para improvisar versos sobre la vida, el amor o la política.
Nacido del choque cultural entre eorupeos, africanos e indígenas tras la conquista española, el son jarocho se centra en la jarana, e incluye otros instrumentos de cuerda y percusión, algunos con los nombres de animales a los que suenan.
Un bajo en forma de tubo, la leona, emite un golpe sónico opaco, mientras el delgado mosquito tiene un sonido más agudo. Los requintos, de cuatro o cinco cuerdas, lideran la melodía con "solos" complicados.
Durante décadas el son jarocho fue la principal diversión en Veracruz, pero la televisión y la radio lo desplazaron, y la música se vio reducida a interpretarse en pocos sitios.
Dispuestos a mantenerlo vivo, un grupo de entusiastas comenzó a visitar músicos veteranos en la década de los 70 para grabar sus viejas canciones y organizar talleres para niños en pueblos y villas de todo el estado.
El interés por la música se ha expandido desde entonces con grupos como Mono Blanco, Los Utrera y Son de Madera, que han grabado varios discos y realizado conciertos en el país y en el exterior.
La importancia del fandango
La mayoría coincide en afirmar que el principal éxito ha sido el regreso del son a las plazas y a las esquinas de los pueblos, como ocurría originalmente con las fiestas nocturnas, también llamadas "fandangos".
"Sin el fandango la música pierde su significado", dijo Gilberto Gutiérrez, fundador de Mono Blanco y uno de los líderes del renacimiento del son.
Los fandangos también pueden ser espacios para comentar sobre política y, en el pasado autocrático de México, fueron la única forma segura de hacerlo.
"Si querías decir algo sobre el presidente, pero tenías miedo de terminar repleto de plomo, lo podías decir cantando", dijo el músico Pablo Campechano.
A la par, también les otorga a los jóvenes provincianos, alguna vez interesados en la música y cultura estadunidense, un sentido de orgullo sobre sus raíces; el renacimiento del son ha unido a generaciones que tienen poco en común en este mundo cambiante.