Por primera vez se encara en serio el dilema: ¿quién será absorbido por quién?
Las protestas latinas han desatado una revolución en Estados Unidos
Las agresiones a migrantes ponen en duda el prestigio de tierra de refugio para pobres
Ampliar la imagen Aspecto de la movilización en favor de una reforma migratoria justa, el lunes pasado en Kodiak, Alaska Foto: Ap
Tan acostumbrados estamos a imaginar el futuro de Europa en el Estados Unidos de hoy que no notamos hasta qué punto las escenas que presenciamos no presagian nuestro futuro, sino el de Estados Unidos. Las protestas de inmigrantes ilegales que paralizaron el comercio en Estados Unidos el 1º de mayo son ejemplo gráfico de esto. Su resonancia fue limitada en Europa, donde los trabajadores marcharon como de costumbre. Pero esto no es sino el comienzo de una revolución que cambiará no sólo Estados Unidos, sino también la imagen que este país tiene de sí mismo.
Vayamos primero a esta imagen. Estados Unidos se considera orgullosamente una tierra de inmigrantes con un fuerte sentido de su propia identidad, que ofrece un modelo para la inmigración racial y cultural.
En muchos aspectos, este orgullo es justificado. Estados Unidos ha absorbido oleada tras oleada de inmigración europea y asiática, tanto por mérito propio como por el esfuerzo de los "extranjeros recién llegados". Desde luego que ha habido fricciones, pero éstas rara vez sobreviven después de la primera generación.
No obstante, esta nación sólo puede perpetuar esta favorecedora visión de sí misma como un crisol de culturas diversas excluyendo a muchos de los negros -quienes siguen siendo ciudadanos de segunda clase a pesar del movimiento de derechos civiles- y relegando a muchos de sus pueblos indios nativos a reservaciones tribales. Estados Unidos siempre ha sido excepcionalmente eficaz para integrar a aquellos que aceptan sus preceptos, y mucho menos eficaz cuando se trata de quienes tienen igual o mayor derecho de reclamar su territorio.
La población latina cae incómodamente en medio de esos dos grupos. Muchos inmigrantes latinos han abrazado de todo corazón a Estados Unidos y todo lo que éste representa. Ellos han sido bien recibidos, al igual que lo fueron generaciones previas de inmigrantes, por su duro trabajo y por su disposición a desempeñarse en empleos que los ciudadanos estadunidenses prefieren no hacer.
Durante las dos últimas décadas, sin embargo, una nueva nota de desafío se ha colado en el discurso de los latinos. A medida que sus números se incrementan, han empezado a preguntar por qué deben adaptarse tan profundamente a los usos y costumbres de su nuevo país, entre otras cosas porque los latinos eran los dueños de mucha de esta tierra antes de que se volviera parte de Estados Unidos.
En el sureste de Estados Unidos ya existe el principio de una nueva era latina. Algo similar le espera al sur de Florida. Con cada vez más frecuencia, el lenguaje cotidiano es el español y, para incomodidad de los estadunidenses no latinos, también los son las convenciones.
Uno de mis primeros encuentros con el nuevo rostro latino de Estados Unidos ocurrió en el sur de Florida, en una zona donde -me di cuenta de pronto- la gente apenas entendía inglés. En un supermercado vi que los clientes sobornaban sin mucho disimulo a quienes atendían el mostrador de una delicatessen para asegurarse las mejores piezas de pollo rostizado al mismo precio que tenían las peores. La última vez que vi algo así de flagrante fue en la vieja Unión Soviética.
Estados Unidos no es de ninguna manera una zona libre de corrupción: pensemos en Chicago, Detroit y el reciente escándalo de cabildos en Washington que acabó con la carrera del influyente congresista Tom DeLay, también apodado el Martillo. Pero lo que atestigüé en el supermercado de Florida fue esa "flexibilidad" nimia y cotidiana que se considera la norma y que denota un estilo de vida completamente diferente. Hasta ese momento, quizá de manera inocente, yo tendía a ver a Estados Unidos a través del prisma noroccidental, como si todavía estuvieran presentes sus orígenes puritanos. Lo mismo hacen, y con mucha esperanza, muchos estadunidenses.
Quizá Estados Unidos tuvosiempre más variedad cultural de lo que esa imagen sugiere y si no es así, hoy en definitiva lo es. Por primera vez la pregunta, que nunca se tomó en serio, de quién va a ser absorbido por quién. Los latinos ya constituyen la mayoría en algunos distritos. A escala nacional, están muy cerca de sobrepasar a los negros como la minoría más grande, si no es que ya lo son.
En el año 2060, según una previsión conservadora, los latinos serán 30 por ciento de la población y mayoría en buena parte del sureste. Si existe un crisol de culturas diversas, los chiles están remplazando al pavo del Día de Gracias como el sabor dominante en la mezcla.
Si bien a la mayoría blanca estadunidense le gusta pensar que su país es una tierra de oportunidades para todos, eso no es verdad hoy. La frontera con México está resguardada con bardas que hacen palidecer cualquier cosa que Israel haya construido contra la amenaza que percibe de los atacantes suicidas palestinos.
Añádase a esto los groseros interrogatorios a los que los guardias fronterizos someten a los recién llegados y los civiles armados que por cuenta propia "vigilan" las zonas de la frontera para que las autoridades federales no tienen suficientes patrullas. ¿Es ésta la tierra que prometía refugio a los pobres y perseguidos de Europa?
Como demuestra la fuertemente dividida respuesta a la propuesta de disminuir el ingreso de extranjeros, el Estados Unidos de hoy es ambivalente sobre la inmigración. Los patrones, desde ejecutivos de fábricas hasta personas en cuyas casas hay hectáreas de jardín que podar, no ven razón alguna para limitar la migración, y menos desean que sea devuelta a su lugar de origen la población inmigrante existente. Muchos estaban ahí, apoyando a los ilegales en su protesta masiva del lunes.
Muchos de los que están en el otro lado de espectro son simplemente xenófobos, y muchos son estadunidenses blancos que temen perder su mayoría numérica. Cualquiera que sea su motivación, en un aspecto tienen razón: la migración cambiará para siempre el carácter de Estados Unidos. Sin embargo, se equivocan al creer, o esperar, que se puede dar marcha atrás al avance del Estados Unidos latino.
Si ahora los ilegales son tan numerosos y osados como para desfilar por las ciudades de Estados Unidos para exigir sus derechos, cualquier intento por legislar es inútil. La revolución ya comenzó.
© The Independent
Traducción: Gabriela Fonseca