Atenco y el terror benigno
La violencia es fascinante. Todos la condenan y, sin embargo, aparece en todas partes. Nos atrae y, a la vez, nos horroriza. La violencia gira en redondo: un día explota en Ciudad Juárez, al día siguiente en Acapulco, Nuevo Laredo o Santa Fe. Ha pasado por Ciudad Lázaro Cárdenas y San Salvador Atenco. Pasó por aquí, pasará por allá. Es el juego de las prendas. Un círculo perverso de violencia y contraviolencia, de terror y contraterror, envuelve todo México. Violencia oficial. Violencia del crimen organizado. Violencia de los de abajo. Con un agregado: en los actuales tiempos prelectorales, el círculo de odio se alimenta y retroalimenta con campañas y guerras sucias mediáticas, dirigidas a preparar el voto del miedo, como en 1994 y en 2000.
Utilizada por los que mandan y sus papagayos en los medios de difusión masiva, la semántica del terror reserva términos como "terrorismo" y "subversión" al uso de la violencia por individuos y grupos marginales. Pero la violencia oficial, que es mucho más extensa tanto en escala como en poder destructivo, se coloca en una categoría completamente diferente. Ese uso no tiene nada que ver con la justicia. La violencia oficial -"al por mayor", la llama Noam Chomsky- se describe siempre como en respuesta o provocada, no como fuente activa e inicial de los abusos. Del mismo modo, la violencia masiva a largo plazo, intrínseca a las estructuras sociales opresivas, siempre se pasa por alto.
Por motivos puramente ideológicos, el brutal operativo represivo, planificado y ejecutado el 20 de abril de manera conjunta por la Policía Federal Preventiva (PFP), el Centro de Investigación y Seguridad Nacional (Cisen) y la policía de Michoacán contra los trabajadores mineros en huelga en la Siderúrgica Lázaro Cárdenas-Las Truchas, así como la saña desplegada por elementos de fuerzas federales y estatales (de un contingente de 3 mil hombres pertenecientes al Grupo de Operaciones Especiales de la PFP, a la Agencia de Seguridad del estado de México y a la policía municipal) contra campesinas y campesinos integrantes del Frente de los Pueblos en Defensa de la Tierra, durante el copamiento de San Salvador Atenco los días 3 y 4 de mayo, no son considerados actos de "terror" o "terrorismo" (de Estado), palabras malévolas que se reservan para un uso relativamente pequeño y más selectivo: el "terror al por menor" o la "violencia desde abajo" de quienes se oponen al orden establecido. Verbigracia, las "células" y el "pequeño grupo violento" de Atenco (Humberto Benítez Treviño dixit).
El uso sistemático de la violencia oficial, la práctica cotidiana de la tortura, el ataque a manifestaciones, la infiltración de organizaciones disidentes, el uso extensivo de las tácticas de provocación entran siempre dentro de la categoría del "terror benigno". Cuando mucho, el salvajismo de las "fuerzas de seguridad" en Atenco fue descrito como un "exceso" o entra en el rubro de los "daños colaterales", siempre bajo la cobertura eufemística de "la defensa del orden público" y "el imperio de la ley". Esos mecanismos terminológicos ayudan a justificar la violencia mucho más extensa de las autoridades estatales, interpretándola como "reacción protectora". Pero la cuestión del uso apropiado del terror se resuelve no sólo por el estatus oficial o no oficial de los perpetradores de la violencia, sino también por su filiación política. Y claro, también por el uso clasista que la plutocracia en el poder hace de la fuerza pública y la justicia estatales, y de los medios de difusión masiva bajo control monopólico, en particular los electrónicos.
En Atenco, como antes en el caso de los mineros de Sicartsa, muchos medios y no pocos conductores, columnistas y editorialistas "estrellas" se han dedicado a mentir, tergiversar los datos y calumniar a los de abajo, tratando de hacer pasar por información objetiva lo que en realidad es propaganda interesada. Imbuidos de un "deber patriótico" de tinte reaccionario, han utilizado un doble estándar que confunde a la audiencia, al ciudadano común, que no puede distinguir esas duplicidades y que a fuerza de escuchar la "verdad oficial" la hace parte de su "opinión personal". Se trata de una prensa carente de ética y valores cívicos, que ha venido manipulando al público mediante una campaña de intoxicación propagandística tendente a estimular el odio y la aversión contra los "violentos de abajo", pero que reproduce y/o refuerza la violencia oficial y el poder de un Estado secuestrado por un puñado de plutócratas y sus operadores de la ultraderecha enquistada en los partidos Acción Nacional y Revolucionario Institucional.
Nunca está de más recordar que la propaganda es el principal procedimiento de acción sicológica e incluye la manipulación y el engaño intencional (la mentira deliberada) en el discurso público. La acción propagandística consiste en el empleo deliberadamente planeado y sistemático de temas, principalmente a través de la sugestión compulsiva y técnicas psicológicas afines, con miras a alterar y controlar opiniones, ideas y valores. En última instancia, supone cambiar las actitudes manifiestas según líneas predeterminadas. En ese contexto, no hay duda que, en la coyuntura, los casos Atenco y Sicartsa servirán para reforzar la campaña de odio y miedo financiada por algunos grandes empresarios e instrumentada desde las sombras del poder por la alianza de la familia Salinas de Gortari con el foxismo, en beneficio del candidato de El Yunque: Felipe Calderón. México está por reventar, sí, por la rabia e indignación de los de abajo. Pero el mayor peligro para el país lo encarna Calderón, punta de lanza de un fascismo larvado a la mexicana.