Felipillo: la mediática revelación
Con un impulso casi fuera de lo humano, Felipe Calderón Hinojosa, el hijo desobediente del Bajío, emerge, de pronto y para sobrecogedor pasmo de millones, como un irresistible líder plagado de virtudes. Felipillo, el sorprendente, es, dicen que ahora así lo sienten la mayoría de los electores, capaz de arrollar a su juvenil paso futbolero no sólo los obstáculos normales sino aquellos que sus rivales le puedan levantar delante.
Tiene una arma formidable que le abre los corazones de los mexicanos: será, por obra y gracia de la repetición cansina e interminable, el Presidente del Empleo. Un "¡Ah!" prolongado y desde las mismas entrañas de la gente se escucha mientras el abanderado panista recorre algunos recoletos salones del país. Lugares cerrados o semiabiertos que a duras penas sus operadores rellenan con acarreados y algunas sillas vacías. No es una promesa cualquiera, a Felipe le llega desde muy lejos y no de su inflamado corazón de atleta de las encuestas. Sabe que, hasta ahora al menos, le ha salido gratis la baladronada. Poco ha pagado por esa mediatizada oferta que se inocula, con el paso de los días de campaña, en el horizonte nacional.
Sus rivales no han entendido que esa presentación suya es, precisamente, su más feroz vulnerabilidad. Lo dejan retozar, como si fuera un ser inofensivo, juguetón, en lugar de proceder, con la furia requerida en estos casos de mentira flagrante (una más que lanzan al aire los moralinos panistas), a descuartizar tan endeble premisa de sostén a su tentativa de poder.
No se requiere mucho talento o estudio para mostrar a Calderón como un populista (en el sentido de engatusador de incautos pobladores circundantes) carente de toda seriedad en sus pronunciamientos. Una sola ojeada crítica a lo sucedido durante el moribundo sexenio de su protector, guía y matraquero bastaría para dejarlo colgado de una gorda brocha pueblerina. Y se puede hacer porque el sistema productivo, tal y como espera continuarlo Felipillo, tiene trabas estructurales que no está dispuesto el héroe de las fantasías propagandísticas a trastocar en beneficio de los excluidos. El corte monopolista y cómplice que distingue a la policracia que dirige la política nacional no le permitirá, tal y como no se lo permitió a Fox, emplear, productivamente, las inversiones requeridas para alentar el empleo en gran escala.
Para en verdad llevar a cabo semejante oferta de millones de empleos se necesitarían cantidades de recursos monumentales dentro de un esquema de continuidad, tal y como Felipe propone. Por un lado lo rodeará la voracidad burocrática que distingue al aparato público y que sólo AMLO ha dicho que someterá a la dura prueba de la austeridad. Un fenómeno de resistencia al cambio y al crecimiento improductivo es harto conocido por cualquier observador atento. El afán de todo funcionario de llenarse los bolsillos, rodearse de ayudantes, asesores, platillos delicados, autos, choferes, salarios de excepción y toda clase de florituras adicionales para las que no existe límite alguno. Una realidad farragosa que bien conocen ahora los gerentes foxianos que malgastaron los excedentes petroleros y otras entradas gratuitas de divisas duras, según ha declarado el mismísimo Banco Mundial y lo reafirma el célebre Fondo Monetario Internacional en un estudio.
Además, hay que servir las enormes deudas que se acarrean (IPAB, carreteras, Pidiregas, pensiones) sin alterar tan injustos compromisos. A este respecto tampoco afectaría Calderón los privilegios fiscales de una casta dorada que posee y negocia con las debidas ataduras politiqueras, ¡Dios salve a ese cristiano de timorata creencia de cometer tal herejía! A lo sumo, el panista, fiel a su herencia de abogados empresariales, se embarcaría, en cuerpo y alma de clasemediero michoacano, en la cruzada para recargarse en los que menos tienen, sorrajándoles el IVA en medicinas y alimentos. De nueva cuenta, el único candidato que promete revisar a fondo tan pesados compromisos, dejados pasar por los panistas, es AMLO.
Pero lo que se viene a constatar, en cuanta encuesta se publica, es el desmedido empujón que Calderón recibe de la propaganda oficial del Ejecutivo federal. Sin ese apoyo la figurita rechoncha de Felipe seguiría hundida en la trastienda de la campaña. El poco alcance de sus alegatos se apaga con un simple interruptor de alcoba. Los ralos públicos que lo escuchan, muy a pesar de los enormes altoparlantes que le enchufan la radio y la televisión, mantienen la calma sólo mientras dura la música dispuesta para entretenerlos. Un rato después ni la torta, el chesco, el boleto para la rifa y las camisetas mantienen a los asistentes en su lugar. El despiadado bombardeo mediático desatado por Fox ha logrado modificar la percepción de los electores que, ahora, creen que su gobierno, en efecto, ha sido exitoso, sobre todo en lo social. Piensan, sin mucha reflexión aparejada, que el cambio ha sido efectivo y que el mañana será mejor. Al menos así lo han trasmitido aquellos ciudadanos situados dentro de la franja de la inocencia, del analfabetismo político o el simple desinterés por la cosa pública. Franja que amarra a millones con férreas cadenas de exclusión. Y Calderón, junto con todos esos panistas que siguen la ruta trazada desde las oficinas de sus conductores, ha capitalizado el derroche del Ejecutivo federal. Sin embargo, la debilidad de los planteamientos descritos en cientos de miles de espots es mayúscula. La intromisión en el juego electoral es grosera y los demás electores, que son también millones, no cederán a tan pedestre y tramposo intento de inducción. El presidente Fox no impondrá candidato, por más que quiera manipular la visión y el voto de los mexicanos.