El último reno
En 1944 Estados Unidos instaló una base auxiliar para la navegación en la isla de San Mateo, en el Mar de Bering. La isla deshabitada es muy pequeña: tiene apenas 50 kilómetros de longitud y nueve de ancho y no tiene mayor importancia estratégica: carece de puertos naturales y yace lejos de las rutas de navegación comercial.
Para garantizar el abasto de alimentos en caso de emergencia, se liberaron 29 renos (Rangifer tarandus) que pertenecían a rebaños de esquimales Inuit en la isla Nunivak. Ignorando todo sobre la Segunda Guerra Mundial, los renos desembarcaron en un paraíso para ungulados: una alfombra de liquen de 10 centímetros cubría la mayor parte de la isla de San Mateo.
Los únicos predadores de los renos eran los operadores de la base, pero éstos fueron evacuados al cerrarse la base al acercarse el fin de la guerra. Los renos (cinco machos y 24 hembras) quedaron atrás, junto con miles de aves, zorros del Artico y ratones de campo.
Los primeros años fueron el nirvana de los renos. Había una dotación generosa de alimento y como no había predadores, los grandes animales se multiplicaron rápidamente. En 1957 un biólogo viajó para estudiar cómo se la estaban pasando los Rangifer. Para entonces ya había mil 350 renos y todos estaban en óptimas condiciones: fuertes, bien comidos y con enormes cornamentas. En 13 años la población se había multiplicado 46 veces.
Pero algo estaba mal: la regeneración de la vegetación no mantenía el ritmo de consumo de los animales y la capa de liquen estaba reduciéndose. Los renos agotaban la capacidad de sustento en la isla. Los rebaños de los Inuit mantenían 3.9 renos por kilómetro cuadrado; en 1957 San Mateo tenía 4.1 renos por kilómetro cuadrado.
Para 1963 había 6 mil renos en la isla. Pero ya no estaban tan fuertes y bien alimentados como antes. El número de crías por cada 10 hembras había caído a seis (contra 7.5 en 1957). La densidad de población se había incrementado de manera insostenible: había 18 renos por kilómetro cuadrado. El paisaje llevaba la marca de la catástrofe por todas partes. Sólo quedaban pocos parajes con delgadas capas de liquen.
El desenlace no se hizo esperar. Para 1966 sólo había 42 delgados renos, no había crías y la cornamenta del único macho que quedaba era anormal, un indicador de esterilidad. Blancos esqueletos de renos yacían por doquier y no había rastros de enfermedades o parásitos. La población se había reducido en 99 por ciento como resultado de la desigual dinámica de población de los renos y la capacidad de regeneración del liquen.
En 1982 un fotógrafo encontró lo que se piensa fue el último espécimen, una hembra de 24 años de edad (dos veces la edad promedio de los renos maduros) que "estaba artrítica y terriblemente sola", según el testigo. Al año siguiente ya no había un solo reno en la isla. Cuando concluyó el experimento involuntario en dinámica de poblaciones, la isla estaba como antes, con vientos helados aullando en un territorio desolado en el que los mamíferos más grandes eran los zorros del Artico.
El drama de San Mateo ha sido considerado una metáfora de la condición humana en el planeta. Aunque suena a neomaltusianismo, el crecimiento de la población humana y su fuerte huella ecológica pueden desembocar en un colapso de los sistemas de soporte de la humanidad y en una catástrofe. El mensaje es claro: si no hay cambios en nuestra relación con la base de recursos naturales del planeta, algún día la economía mundial entrará en una fase de declinación y, finalmente, sufrirá un colapso de grandes proporciones en un lapso de tiempo muy reducido.
Por ejemplo, China es hoy el principal consumidor mundial de cereales y carne, petróleo, carbón y acero. El primer trimestre de este año la economía china mostró nuevamente señales de sobrecalentamiento y de mantenerse su crecimiento promedio anual, en 2030 su PIB per cápita igualará al de Estados Unidos. En ese escenario, el consumo de cereales de China sería equivalente a 68 por ciento de la producción mundial actual. Su consumo de papel rebasaría el doble de la producción mundial presente y en petróleo, utilizaría unos 100 millones de barriles diariamente (la producción hoy es de 85 millones diarios).
Claro está que muchos piensan que la asombrosa capacidad tecnológica de la humanidad puede resolver este problema. Pero esta nueva religión olvida que buena parte de los problemas vienen precisamente de la ciencia y la tecnología. Además, quizás el cambio técnico puede proporcionar alargar el calendario un tramo adicional, pero si no se estabiliza la población mundial y se cambia de manera radical la forma de consumir y producir, el tiempo de gracia llegará a agotarse. Para regresar a la metáfora de los renos, en el colapso se aplicaría la descripción de Hobbes sobre la vida en el estado de naturaleza, "solitaria, pobre, fea, brutal y breve".