La vida, la ley y la fuerza
La fuerza es un componente del poder político. La voluntad-de-vivir (como decía Arthur Schopenhauer) es el momento que da la fuerza al poder político. Todos los miembros de la comunidad política "quieren vivir" (este "querer" es la voluntad). El poder político, además de esa voluntad de todos los ciudadanos, necesita la unidad que da el consenso o el acuerdo o pacto racional de todos los miembros. Si a esto agregamos la factibilidad (es decir, una voluntad de vida, consensual y con medios para ello) tenemos la articulación mínima de una definición primera de "poder político" (véase todo esto en una obra que aparecerá dentro de poco en Siglo XXI Editores: Veinte tesis de política).
En un segundo momento, el poder de la comunidad o del pueblo (potentia) deben darse instituciones para poder ejercer constructivamente los medios legítimos para desarrollar la vida del pueblo. Para ello nace toda la estructura institucional del ejercicio delegado del poder (potestas), en último término: el Estado (como macro-estructura institucional). Las estructuras institucionales son mediaciones o instrumentos para la reproducción y desarrollo de la vida (ecológica, económica, cultural y hasta religiosa) de la comunidad. Para poder vivir, para no matarse unos a otros (como sugería Thomas Hobbes), es necesario algún acuerdo básico, algún consenso. El conjunto de estas mediaciones de legitimidad es la constitución y el sistema de la leyes. El respeto habitual de esas leyes, y de las instituciones de su aplicación (los jueces), y no el "ojo por ojo" de cada ciudadano que hace justicia por sus manos, es el "estado de derecho". Entre los instrumentos del "estado de derecho" el Estado o sociedad política debe tener el monopolio del ejercicio de la fuerza como indicaba Max Weber (para evitar el "ojo por ojo" indicado arriba).
Sin embargo, hay que considerar una cierta jerarquía entre los términos. La vida humana tiene dignidad absoluta y es el fin. La ley y el "estado de derecho" es un medio. Ya el fundador del cristianismo, siendo que estamos en una cultura de esta tradición podemos usar este ejemplo, dijo: "El dueño del sábado es el hombre" (Lucas 6,5). Si debo ayudar a un enfermo y cargarlo al hospital hago un trabajo que la "ley" me lo prohibía en sábado. Y bien, para aquel esclarecido ético, la "vida" del enfermo valía más que el cumplir con la "ley", porque el "sábado es para el hombre" y no viceversa.
Cuando una autoridad (sea gobernador o presidente) aplica la fuerza de la coacción monopólica desproporcionadamente, produciendo la muerte (porque los asesinados tienen en sus cuerpos balas de las fuerzas públicas del orden) para disolver una huelga obrera o para evitar que unos vendedores ambulantes transformen la calle en tianguis, ha usado la fuerza, de lo que tiene legítimamente el derecho, pero al usarla desproporcionadamente, elevando el medio (la ley) por sobre el fin (la vida humana), su acto deja de ser legítimo y se transforma en un acto despótico, ilegítimo, bárbaro. Ha puesto la carreta delante de los caballos; ha invertido los valores, y peor cuando pretende justificar el acto desproporcionado fundándose en el cumplimiento de la ley -que es un medio para la vida del pueblo- y no reconoce su error. Al justificar los asesinatos en nombre de la ley muestra su culpabilidad. Lo oculto es que ha constituido su voluntad despótica en el fundamento de la ley en la que se escuda, porque una aplicación indebida de la ley es injusta y nada tiene que ver con la legitimidad o no de la ley. Sócrates no criticó la ley de Atenas, sino a los jueces injustos que lo condenaron a muerte, por más que los jueces injustos se parapetaran detrás del cumplimiento de la ley.
En efecto, el ejercicio delegado del poder que efec-túan las instituciones de la sociedad política (el Estado) se realiza en nombre del pueblo. Pero puede desviarse en su ejercicio. Hay dos maneras extremas de dicho ejercicio. Aquí coincide el subcomandante Marcos con el fundador del cristianismo. Desde Chiapas leímos que cuando el que ejerce el poder lo hace escuchando al pueblo, es como "cuando el que manda manda obedeciendo" (en Marcos 10,44 leemos: "el que quiera ser primero sea servidor de todos"). Es el modo justo y legítimo del ejercicio del poder que emana del pueblo.
Mientras, cuando el que ejerce el poder del Estado cree hacerlo desde sí mismo (es decir, cuando pretende que el Estado es la sede última del poder político), cae en el fetichismo: toma el medio por el fin. De este tipo de gobernantes se dice que "cuando mandan mandan mandando" ("los líderes de los pueblos los tiranizan y los grandes los oprimen"; Marcos 10, 42). En este segundo caso, la voluntad del gobernante pretende ser la sede del poder y la fuente de la ley. Pareciera que cumplir con su voluntad es cumplir con la ley. Cuando se dice que hay que cumplir la ley significa que hay que obedecer su voluntad. George Washington se levantó contra el rey de Inglaterra. Miguel Hidalgo y Costilla no obedeció al rey de España ni las Leyes de Indias, las únicas vigentes en su momento. Luchó por la vida de los mexicanos y se opuso a la autoridad y a la ley que los oprimían. ¿Fue un bandido, un anarquista o un terrorista? ¿No está la "vida" sobre la "ley" cuando en caso de extrema necesidad hay que hacer una huelga para que se recuerden sus derechos conculcados o usar una calle como tianguis para vivir? ¿Es la ley, la voluntad del gobernante, fundamento suficiente para privar de la vida a los ciudadanos?
¡Estoy defendiendo principios y no criticando personas!, como en otras ocasiones. Ciertamente, es racional reconocer que la vida tiene mayor dignidad que la ley y la voluntad de un gobernante que no escucha1, porque si escuchara hubiera negociado pacíficamente la solución de un conflicto sin el uso desproporcionado de la fuerza -la violencia es lo contrario al dar razones para alcanzar acuerdos. Si se quieren alcanzar acuerdos por la fuerza pareciera repetirse la política de los cruzados o la Guerra Santa que por las armas pretenden convencer al contrario de su creencia, lo cual es contradictorio porque, ¿cómo obtendrán el acuerdo pleno y libre del oponente proponiendo con violencia sus razones? La única manera de llegar a acuerdos políticos, democráticos, profundos, de largo plazo, es a través de la discusión en la que los argumentantes tienen simetría; es decir, son admitidos como iguales y libremente (no bajo coacción). Esto es democrático. ¿Pueden las balas destruir los buenos argumentos del oponente? Alguien dijo: "Las ideas no se matan", tampoco los derechos. ¿Puede la coacción ilegítima (porque desproporcionada) del Estado fundar su acción en la ley cuando la está destruyendo en su fundamento (porque la ley es el fruto de acuerdos a partir de una discusión razonada del Poder Legislativo, es decir, de los representantes de los ciudadanos, y no fruto de una voluntad despótica apoyada en los revólveres de la policía)?
Es grave la situación. Nuevamente se usan las palabras contra sus significados. La vida tiene dignidad absoluta y funda aún el valor de la ley. No puede usarse la fuerza del Estado pretendiendo aplicar la ley contra la vida del pueblo. ¡La historia -que tiene memoria, más de la que algunos gobernantes suponen en su ignorancia- los juzgará!
* Filósofo
1 "Escuchar a lo que se tiene delante" (ob-audiere) significa "obediencia" en latín.