Hacia el 3 de julio
Mucho leemos y escuchamos sobre la situación y calidad del debate, del tono y contenidos de las campañas, así como de la participación en el proceso electoral de los actores políticos como los medios de comunicación, los grupos empresariales, los intelectuales, las organizaciones no gubernamentales, entre muchos otros. Pero parece haber, al menos en evidencia, poca consideración de la forma en que habrán de abordarse y tratar los resultados de los comicios.
Aunque sea una obviedad, el hecho de que también se elijan a los diputados federales y senadores implica que el reajuste en la distribución del poder político en nuestro país será mayor. Y, en consecuencia, quien gane la Presidencia de la República no podrá gobernar sin el establecimiento de acuerdos basados en una agenda específica, con la necesaria búsqueda de acercamientos hacia las otras fuerzas con las que hoy rivaliza. Sin embargo, por la beligerancia y encono con que observamos las campañas, parece que será muy difícil, al menos al principio de la siguiente administración, propiciar alguna acción que goce de amplio consenso.
Más allá de las especulaciones sobre los resultados, desde ahora deben tenderse los lazos de comunicación y contacto entre los partidos políticos, candidatos y el gobierno de la República, para asegurar no sólo un proceso electoral satisfactorio, sino un tránsito de administración y la entrada de la nueva legislatura, que propicie en su conjunto, un ambiente adecuado para el nuevo presidente de la República. No es mucho pedir. Quedan a salvo diferencias y suspicacias, pero la indispensable relación que tendrán los hoy contendientes, reclama un plan opcional respecto de la manera en que habrá de integrarse el Congreso de la Unión.
A eso habrá que agregar que entre más crezca la confrontación, en exacta proporción, aumenta la percepción social de que la política y la democracia, en su ejercicio más visible -las elecciones-, no es un camino útil ni eficiente para hacerle frente a los problemas que enfrenta el país. Por eso, a 49 días de la cita en las urnas, los contendientes debieran propiciar contactos en donde las temáticas y los procedimientos propuestos para resolverlos, permitan pavimentar el entendimiento para el próximo gobierno. De lo contrario, la polarización de hoy será el estancamiento político de mañana.
Hay el tiempo suficiente para encontrar los puntos de convergencia -diferencias, las habrá siempre y muchas-, lo que requerimos en México, en siguientes décadas. La oportunidad para concretar una agenda nacional no puede quedarse limitada a la animosidad y voluntarismo que invade lógicamente a las contiendas electorales. Las fórmulas van de la elemental disposición a los acercamientos, a los criterios con que cada contendiente argumenta las prioridades de lo que será su gobierno.
El 3 de julio esperamos sea un día de reconocimiento a la madurez de la ciudadanía. Los partidos y sus candidatos observarán una conducta que en los hechos muestre su nivel de concepción de la política. Más que un deseo, se trata de mostrar que estamos listos para consolidar nuestra democracia, de poner en práctica la tolerancia y hacer de la pluralidad algo más que un motivo para un concurso de ensayo.
Vamos a una elección competida. Todos lo sabemos. Por eso, los resultados obligan a mostrar los talentos para la negociación y las capacidades para la argumentación. Un escenario adecuado para exhibir lo mejor de nuestros políticos y partidos, dirigentes y candidatos.