Editorial
DF: disposicion para construir
La inauguración, ayer, del último tramo que quedaba pendiente de segundo piso del Periférico constituye la culminación de un importante proyecto de dotación de infraestructura a la aglomeración urbana del valle de México. Durante un cuarto de siglo desde la realización del Circuito Interior y de los ejes viales, en los sexenios de Luis Echeverría y de José López Portillo la metrópoli permaneció estancada en el desarrollo de sus vialidades, ya fuera por carencia de presupuesto, de sensatez gubernamental o de ambas. Es consecuencia, el tránsito se convirtió en uno de los principales factores de degradación de la vida de los capitalinos.
En la administración de Andrés Manuel López Obrador se empezó a contrarrestar ese rezago de muchos años y se proyectó e inició una serie de obras de gran calado: los distribuidores viales de San Antonio, en el poniente, y Heberto Castillo, en el oriente, los segundos pisos entre San Jerónimo y San Antonio, el sistema de puentes y túneles que cruza las barrancas del poniente de la ciudad, el mejoramiento del Periférico oriente; y otras construcciones y adecuaciones. Ahora que el gobierno de Alejandro Encinas culmina la última fase de estos proyectos, puede apreciarse un trazo urbano enriquecido, que incidirá para bien en la calidad de vida en la urbe.
Desde luego, lo hecho es insuficiente, no sólo porque las obras principales ostentan aún imperfecciones y fallas menores que deberán ser corregidas en los meses próximos, sino porque habría sido imposible eliminar, en menos de un sexenio, las carencias acumuladas en tres de estancamiento. Además, más allá de las evidentes mejoras a la vialidad que estas construcciones representan, la administración que ha gobernado el Distrito Federal desde fines de 2000 no logró emprender una obra de importancia semejante para dotar a la urbe de un transporte público digno, seguro y eficiente, única manera de desalentar la proliferación de automóviles particulares. A excepción de la implantación del Metrobús en la avenida de los Insurgentes, la renovación del parque vehicular de la Red de Transporte Público (RTP) y la ampliación periférica de un par de líneas del Sistema de Transporte Colectivo (STC), las soluciones en materia de transportación masiva siguen pendientes, al igual que el ordenamiento del transporte concesionado, el cual sigue siendo, hoy como hace cinco años y medio, una maraña corrupta, peligrosa y caótica.
Sería injusto, sin embargo, menospreciar o minimizar los trabajos de infraestructura vial realizados en este sexenio por el gobierno capitalino, o afirmar, como hizo con mezquindad el presidente Vicente Fox, que se trata de "obras de relumbrón": por el contrario, los distribuidores viales, el segundo piso del Periférico, el sistema de puentes y túneles del poniente y otras obras de menor tamaño darán viabilidad y habitabilidad a la capital de la República durante los próximos lustros. No son, ciertamente, soluciones definitivas, porque la ciudad no es estática y su constante transformación demanda una permanente inversión en infraestructura.
Es posible, con todo, que el mérito principal de las obras culminadas ayer no sea estrictamente vial ni se limite al ámbito capitalino: las construcciones referidas demostraron a todo el país que es posible, necesaria y exigible una inversión significativa en obra pública, y que la autoridad municipal, estatal o federal puede, si tiene voluntad política y ejerce una administración eficiente, contribuir por esa vía a la reactivación económica, la reducción del desempleo, la competitividad y la mejoría general de la vida de los habitantes. No hay que olvidar que las vialidades mencionadas se construyeron en medio de una marcada astringencia presupuestal, derivada de la hostilidad de las bancadas panista y priísta contra el Gobierno del Distrito Federal, y que, al contrario de lo que afirma la mentirosa propaganda de Acción Nacional, no implicaron un endeudamiento significativo de la autoridad capitalina.
Sería prematuro ensayar, a estas alturas, un balance de los gobiernos de López Obrador y de Encinas, pero es factible apuntar, desde ahora, un punto a su favor: han probado que la falta de presupuesto no debe necesariamente traducirse en inmovilismo y estancamiento del poder público, que la disciplina fiscal es compatible con la inversión pública para enfrentar problemas y carencias y en suma, que la construcción de soluciones viales, sociales, educativas, administrativas es posible y deseable, por más que la autoridad federal llame "populismo" a esa disposición constructora.