Usted está aquí: miércoles 17 de mayo de 2006 Opinión Preocupa a la jerarquía católica el proceso electoral

Bernardo Barranco V.

Preocupa a la jerarquía católica el proceso electoral

A diferencia de procesos electorales anteriores, en el de julio de 2006 la jerarquía católica muestra cautela y moderación. Desde octubre del año pasado, el obispo Sergio Obeso, de la pastoral social, advirtió que "la democracia puede debilitarse gracias al excesivo enfrentamiento entre los partidos políticos, lo cual ahuyenta la participación ciudadana en los procesos electorales". Esta percepción se acentúa, según deja ver un comunicado del pasado 12 de marzo, emitido por el consejo permanente de la Conferencia Episcopal Mexicana (CEM), firmado por su presidente, Martín Rábago, en el cual se afirma: "lamentablemente en estos momentos las estadísticas y los sondeos de opinión en México demuestran que existe una crisis de credibilidad ante los partidos. La opinión pública los muestra envueltos en escándalos, enfrentamientos y descalificaciones mutuas y aun en profundas divisiones internas... Esta percepción puede convertirse en semilla de desilusión y de falta de interés en la vida política en general... amplios sectores de la sociedad ven con recelo las luchas entre los diferentes partidos, mientras quedan desatendidas las demandas elementales, como el abatimiento de la pobreza extrema... Las circunstancias actuales son para muchos motivo de miedo e incertidumbre. Nuestra fe en la Providencia Divina nos ayuda a superar el pesimismo sobre el futuro".

Su actitud crítica hacia los actores políticos acentúa su prudencia, así como su propio comportamiento político mostrado en los procesos electorales precedentes. En 2000, por ejemplo, la jerarquía entra a la contienda electoral muy dividida; la mayoría de los prelados simpatizaba con Fox, mientras el llamado Club de Roma se convertía en ala pro priísta, encabezada entonces por el cardenal Rivera, quien se opuso a la publicación de un documento en abril de ese año en el cual los obispos coqueteaban con la hipótesis de la alternancia. En 2003 muchos obispos se subieron al ring electoral y con celo apostólico cuestionaron a aquellos partidos y candidatos que contrariaran valores cristianos como el respeto a la vida, favorecer el uso del condón y la píldora del día siguiente, entre otros. Bravíamente disputaron a través de los medios posturas de candidatos, tanto del PRD como de México Posible; algunos de estos obispos, como Florencio Olvera Ochoa, de Cuernavaca, y Mario de Gasperín, de Querétaro, terminaron declarando ante el Ministerio Público sus querellas políticas, hecho sin precedente en la historia electoral de este país.

Un observador ajeno al tema se extrañaría por la actitud más audaz que frente a México asumió Benedicto XVI, contrastando con el reservado proceder de los prelados mexicanos. Efectivamente, el papa Ratzinger manifestó en Roma ante los obispos en visita ad limina que la Iglesia católica mexicana debería seguir siendo tutelar de los valores morales de la nación, ser un factor coadyuvante de la transición y consolidación democrática de México; que la iglesia tenía un rol central para contribuir a enfrentar el narcotráfico, la pobreza, las migraciones y, sobre todo, la corrupción.

Dicha osadía tomó desprevenida a la clase política, que no tuvo capacidad de reacción. ¿Cómo explicarnos, entonces, el tono de mesura de los actuales obispos? En diferentes pronunciamientos se percibe entre el obispado una enorme preocupación por la estabilidad política del país. No se trata de una lectura catastrofista que dibuja una nación en descomposición. La preocupación se centra en la falta de madurez y de oficio entre los principales actores que dominan la escena política. Un gobierno errático y decepcionante, partidos divididos sin propuestas y mediatizados, procesos electorales cargados de descalificaciones y campañas sucias. Temen la abstención, la polarización política, el crecimiento de la violencia y la crispación social. Retomamos a los propios obispos en el mensaje de la CEM frente al proceso electoral, firmado el 8 de noviembre pasado: "Esta es una hora trascendental para México y se hacen imprescindibles el acuerdo, la unidad, la reflexión serena y el amor por nuestra nación. Oramos para que las próximas elecciones refuercen la confianza del país en sus autoridades, se consolide la democracia, se eleve la calidad del debate político y los mexicanos avancemos en la construcción del país que todos anhelamos". En suma, para la jerarquía católica el país vive un momento de zozobra que puede precipitarse en un naufragio social.

En conversación radiofónica reciente, monseñor Carlos Aguiar Retes, secretario general de la CEM, me expresaba la preocupación de fondo que ronda entre los obispos: la frágil gobernabilidad y la dificultad de construir un "gobierno de colaboración". Su principal interrogante es cómo quedará el país después de las elecciones de julio. El episcopado se ha esforzado por actuar, además, de manera institucional. Por ello invitó a dialogar, en pleno, a los principales candidatos a sus instalaciones de Cuautitlán. Más allá de la reprobable exclusión de Patricia Mercado, los obispos miraron con mucha desconfianza a Roberto Madrazo -"es regresar al pasado", dijo uno-, con reticencia a Andrés Manuel López Obrador, quien sometería a consultas populares las demandas católicas que en países como España, Italia y Chile han sido rechazadas. Sobre Felipe Calderón, si bien existe afinidad natural, los obispos han aprendido que no basta un presidente católico para satisfacer sus demandas. Vicente Fox los defraudó por incumplir sus promesas de campaña condensadas en el "decálogo". Con equilibrio de fuerzas tan balanceadas, la jerarquía sabe bien que su actuar político tiene que fundamentarse en nuevos supuestos, mejores interlocuciones e insuperable sagacidad.

La mirada de los obispos no sólo se centra en el 2 de julio, sino en el después. Están preocupados por la fragilidad e incertidumbre que predominan. Su apuesta descansa en un país viable y gobernable; pareciera que políticamente se guardan para que la Iglesia pueda convertirse en un actor que en escenarios polarizados juegue el rol de puente, anime el diálogo y atempere los enconos. Esto la iglesia ya lo ha hecho en otros países de Latinoamérica, por cierto, con éxito.

 
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