ANTROBIOTICA
Ciudad de México, 1900
Ampliar la imagen Inspectores de la aduana de Apatlaco revisan barriles de pulque FOTO Fabrizio Le�n Diez
UNO. COMO SIEMPRE, hacia el año 1900, el mundo estaba a punto de acabarse. La ciudad de México todavía tenía un sabor a viejo: había aún mucho tezontle, conventos como fortalezas, calles empedradas con matatenas de río; su cortesía se extremaba: ¿quieres frutas de veras? Ve al lado norte de los Portales, sobre 16 de Septiembre hasta Motolinía, hay de todo; o, si quieres pasear nomás, agarra Plateros, detente en los aparadores de los joyeros, hasta la plaza y de ahí el Empedradillo. Qué aparatoso es todo el mundo para saludarse: se quitan con un florín de la mano el sombrero de copa o seda, o el bombín casi esférico o el excesivísimo, pero (dicen) elegante sombrero de charro; se apapachan hasta la exasperación; las mujeres van enjoyadas, escotadas de los hombros y la garganta, rosas, con sus tocados de plumas de avestruz; se peinan con bucles negros o ambarinos, se hacen trenzas que recogen en unas peinetas pequeñísimas de carey; los rizos les caen, ¡cachondas!, sobre la frente y los cachetes, y sobre la nuca también ("nariz pequeña, garbosa, cuca, / y palpitantes sobre la nuca / rizos tan rubios como el coñac", dice El Duque Job); y la fila de güeyes que se recargan en los muros para ver pasar lento a las mujeres -y requebrarlas- o los carros con mujeres en "lujosa competencia" (se recargaban entonces como ahora, un siglo después, nos recargamos en Topacio, más cerca de la Merced, nomás a ver qué hacen las putas), con su sombrilla blanca colgada del antebrazo y el corset extremando los senos y las espaldas sabrosas o mediocronas ("pero, ¡ay del tuno si alarga el brazo! / ¡Nadie se salva del sombrillazo / que le descarga sobre la sien!"), y están por todos lados, frente a la catedral, frente al portal de mercaderes, sobre Cinco de Mayo, o en la plaza, con sus árboles todos copudos... (Obvio, también están los otros: los jodidos, los asesinos, los mofados, los apedreados, los enfermos para siempre jamás, pero ellos ahorita no importan.)
DOS. COMO SIEMPRE, hacia 1900, los escritores se juntaban para alabarse mutuamente, para rascarse un poco la espalda unos a otros, para leer o recitar algo, para emborracharse. Iban, por ejemplo, al Bach o al América, abierto toda la noche sobre Juárez, o al Wondraeck, cuyo dueño, Stanislao, era "rosado y fresco como una manzana de California", o si andaban medio políticos, al bar de la señora Faucon, en Cinco de Mayo. Díaz Mirón -"un héroe como Sigfrido, vulnerable como Aquiles"- no quiere declamar ni un poema propio ("soy como el árbol -decía el muy mamón- que se cubre de hojas en la primavera, las suelta y no vuelve a acordarse de ellas"); pero 1) se encabrona si alguien equivocaba una letra al recitarlo a él, y 2) se suelta tratándose de Hugo, Schiller, Shakespeare. A Othón el alcohol lo pone caliente (bueno, ¿a quién no?) y ensarta "la sarta de cantáridas de sus cuentos eróticos, salpimentados de uror sádico, visionario perpetuo del sexo atormentado por las púas del deseo". A Urbina, El Viejecito, se le ocurren epigramas en chinga... El grupo, ya pedo, se irá tal vez a San Pedro de los Pinos a casa de Valenzuela, donde después caerá Tablada -llegando de Coyoacán por San Angel- con un ramo de rosas, o a una de esas delirantes chicharronadas (¿carnitas?) en casa de Valverde. Iban maomeno así:
TRES. COMO TANTAS otras en esta página, las siguientes son palabras de Rubén Campos, que rolaba con ellos: "Desde la víspera se han matado uno, dos o tres cerdos; se cortan en pedazos conservando íntegras las espaldillas, las piernas y los lomos; desde muy temprano se ponen a freír en su propia grasa para que permanezca 10 ó 12 horas friéndose en los grandes peroles... Hay que esperar a que el cocinero llame a la mesa; de tal suerte, el sabor exquisito de la carne refrita de un cerdo fino, cuidadosamente preparado y cebado para ese fin, no ha sido precedido por ningún otro que lo atenue; el placer de saborear esta vianda es recibido íntegro, salpimentado con una salsa netamente mexicana llamada guacamole, hecha con aguacate y chile verde serrano, o con otra salsa también esencialmente mexicana hecha con chile chipotle, tomate verde y pulque, que se llama salsa borracha... Para los invitados, ya fogueados en las comidas de Valverde, había dos barricas de pulque curado, uno verde de apio y otro jade de piña, complemento precioso para atenuar el efecto de las salsas... Y un sabroso platillo complemento de la chicharronada: frijoles negros caldosos con epazote, preciosa yerba india, platillo humilde de los pobres, pero sabrosísimo, ya que era el tiempo en que todos los mexicanos comían bien..."
CUATRO. Y POCO a poco todos se agotaron o se largaron o se murieron: Valenzuela, Banuet, Couto, Ruelas, Clebodet... (En 1900 todavía le colgaban años para que el nicaragüense Rubén, quien estaba absolviendo al idioma español de sus culpas románticas, llegara al puerto de Veracruz; y Ramoncito, quien tiempo después iba a coger de las greñas a ese absuelto español para hacerlo decir cosas nunca dichas y que no iban a poder repetirse ya, apenas iba entrando al seminario de Zacatecas.) Atados al potro del alcohol, víctimas del ajenjo, amputados, rotos, injustificados, vendidos... Siempre es el fin del mundo para alguien y ni modo: hacia 1900, el mundo también estaba a punto de terminarse. Qué bueno que, en el fondo, a nadie le importaba.