Editorial
Fox: ¿jefe de Estado o jefe de campaña?
La actitud del Ejecutivo federal ante las elecciones del próximo 2 de julio no deja lugar a dudas: el foxismo está empeñado en heredar la Presidencia a Felipe Calderón Hinojosa, y para ello no ha dudado en volcar el aparato propagandístico gubernamental en un nada sutil apoyo al aspirante panista, el cual, por su parte, no ha tenido escrúpulos para articular sus lemas y motivos electorales con el discurso y las líneas publicitarias del gobierno saliente. La connivencia del poder público con el partido del Presidente ha experimentado una escandalosa regresión a los peores tiempos del PRI, cuando ese instituto político funcionaba como una mera extensión electoral de los instrumentos presidenciales. El político opositor que llegó a Los Pinos con la promesa de "cambiar" las reglas del juego y de gobernar con sentido democrático y republicano es hoy un gobernante que no vacila en recurrir a los peores ardides con tal de desacreditar a los opositores y de heredar su cargo a un correligionario. En este sentido, el candidato panista de 2000 se ha vuelto, en 2006, un Presidente típicamente priísta.
Bastaría con los datos referidos para concluir que el foxismo se empeña en convertir los comicios de julio próximo en una elección de Estado, en la misma línea de los procesos comiciales que los candidatos del Revolucionario Institucional ganaban porque el Presidente así lo había ordenado, e independientemente de los resultados del voto popular.
En este sentido, las revelaciones del Partido de la Revolución Democrática (PRD), en el sentido de que Fox presionó en tres ocasiones distintas al titular del Verde Ecologista de México (PVEM), Jorge Emilio González, a que se aliara con Acción Nacional para impedir a toda costa un eventual triunfo de los candidatos presidenciales perredista, Andrés Manuel López Obrador, o priísta, Roberto Madrazo Pintado. Según lo confirmó el propio líder del PVEM, el titular del Ejecutivo federal se refirió al ex jefe de Gobierno capitalino como "un peligro para México", justamente en sintonía con el leitmotiv que después habría de adoptar la propaganda de Calderón Hinojosa para descalificar al tabasqueño.
La imputación es gravísima, porque, de ser cierta, exhibiría una actitud rayana en el delirio político y del todo impropia de un Presidente de la República: no es quien ejerce este cargo el responsable de decidir quién puede ser su sucesor y quién no, sino la ciudadanía. Por lo demás, hay un precedente que da verosimilitud a la versión: la conjura mediática, jurídica y legislativa orquestada desde Los Pinos en 2004 y 2005 para destruir políticamente a López Obrador e impedir su candidatura presidencial, así fuera inventándole delitos y procesos penales que lo inhabilitaran para contender por el puesto.
Igualmente grave es que la Presidencia de la República sea incapaz de contestar con claridad y rectitud al señalamiento, y que el portavoz foxista se escude tras la afirmación pueril de que "no comentamos estrategias de campaña". La incapacidad de esclarecer el episodio muestra, por sí mismo, que la acusación tiene muchos visos de ser cierta, y que el designio fraudulento, ilegal, impresentable de heredar el poder a un panista es mucho más tosco y descarado de lo que hasta ahora habría podido percibirse.
El Presidente no puede permanecer callado ante un señalamiento como el que se refiere, ni enviar a su vocero a intentar paupérrimas maniobras elusivas ante la opinión pública. Es imperativo esclarecer de inmediato esta versión, y deponer las actitudes facciosas e indebidas de la Presidencia a favor de alguien que parece ser, a estas alturas, su sucesor designado. Así sea en su último semestre en el cargo, Fox debe empezar a comportarse como estadista y no como jefe de la campaña de Felipe Calderón. De otra manera, el proceso electoral inminente y el conjunto de las instituciones públicas podrían sufrir un descrédito de consecuencias necesariamente nefastas para la vida política, para la gobernabilidad y para la convivencia en el país.