Marcos: ¿cóndor prisionero?
El 30 de marzo de 2001, en este mismo espacio, La Jornada publicó mi artículo Marcos, ¿rebelde a destiempo? En él recordé los hermosos versos de Renato Leduc ("Sabia virtud de conocer el tiempo/ a tiempo amar y desamar a tiempo..."), y concluí que Marcos, no obstante su reconocida inteligencia, olfato y aureola de político consumado, había llegado curiosamente tarde a una de sus citas más importantes con la historia. Pudo haber impedido la aprobación del TLC por el Congreso de Estados Unidos, pero eligió para su pronunciamiento el Año Nuevo de 1994, fecha en que entró en vigor el acuerdo, cuando todo estaba consumado.
Me pregunto aún: "¿Marcos, líder mediático con relaciones envidiables entre los principales intelectuales europeos, intelectual que maneja con soltura los arcanos misterios de Internet, desconocía la rabiosa oposición al tratado entre los más importantes políticos estadunidenses de ambos partidos?" En mi artículo de 2001 recordé mi presencia en el Congreso estadunidense el 17 de noviembre de 1993, cuando después de un día interminable, cerca de la medianoche y tras un acrimonioso debate en el que subieron a la tribuna prácticamente todos los miembros de la Cámara de Representantes, se aprobó el tratado por un puñado de votos, entre acusaciones generalizadas de que "era imprudente firmar un acuerdo comercial con un país sin un sistema político democrático, y además agobiado por la corrupción, la inestabilidad y el atraso económico".
Marcos justificó la fecha del levantamiento, comentando que coincidió con la entrada en vigor del TLC, porque el acuerdo significaba el "certificado de defunción" de las etnias chiapanecas, y su deseo era "acabar con el proyecto neoliberal de Carlos Salinas". Lo increíble es que de haber actuado antes del 17 de noviembre de 1993, una fecha conocida, ¡hubiese descarrilado el tratado y destruido al mismo tiempo el leitmotiv del sexenio salinista! Concluir que el EZLN no estaba militarmente preparado choca con las pruebas sobre el feroz enfrentamiento en mayo de 1993 en Las Calabazas. Blanche Petrich, John Ross y Jorge Castañeda sostienen que Salinas ocultó el enfrentamiento en función de la inminente aprobación del TLC. Años después, cuando Marcos llegó a la capital en marzo de 2001, advertimos un discurso provocador que hubiese sido retórica esperada para Ernesto Zedillo, pero fuera de tiempo para Vicente Fox. Tirios y troyanos criticaron la retórica y el timing: para Marco Rascón, "la comandancia llegó tarde a la verdadera realidad", y Soledad Loaeza objetó la presencia de simpatizantes extranjeros que "representaban a una izquierda envejecida y derrotada". En España, Manuel Vicent calificó la prosa de Marcos en el Zócalo como "un castellano lírico que sonaba a salmo de Isaías": otro anacronismo.
Hoy, Marcos revierte su tendencia y llega puntual para denunciar la pobreza de las campañas ("son tres candidatos disputándose el 'jugoso negocio de la Presidencia'") y aparecer en medio de la "guerra de las flores" con un timing político perfecto: ¿casualidad, estrategia, provocación, instrucciones? Difícil saberlo, pero las coincidencias dejan un mal sabor de boca. En la guerra sin cuartel todos apuntan en su contra: los panistas lo acusan de hacerle el caldo gordo al perredismo, y los priístas dicen que contribuye a la estrategia del miedo favoreciendo la elección de Estado (los panistas lo acusan también de colaborar con los rebeldes de Atenco, que despiden un fuerte olor a priísmo).
Inexplicablemente, el conflicto de Atenco detuvo la otra campaña, la de Marcos (hay que aclararlo porque esto se ha convertido en un galimatías), y éste, postergando la causa indígena (Luis H. Alvarez lo acusa de haberla abandonado), pero utilizando esa importante autoridad moral, se vuelve actor estelar en la campaña presidencial, aunque con el pasamontañas, una protección esencial en 1994, que hoy sirve únicamente para cultivar la aureola romántica que embelesó a Danielle Mitterrand. Marcos rechaza integrarse oficialmente a la vida democrática (sucia, imperfecta, pero transitando finalmente por el camino correcto), pero hace política (peligrosa, desestabilizadora, sospechosa). Concede entrevistas a Televisa, "el gran Satán" (como diría Mahmoud Ahmadinejad), cual si fuese uno más de los candidatos.
¿Por qué no se une formalmente a la vida política? Se antojan algunas razones inmediatas: es un actor consumado que disfruta la imagen nostálgica del guerrillero a la Che Guevara; un actor que dejó pasar su momento, y hoy, como el Cóndor prisionero de Enrique González Martínez, marcha desgarbado por Paseo de la Reforma de comparsa de estudiantes y colaborador de operadores que trabajan en las sombras. Como el ave derrotada del poeta "hay en sus ojos llamas de un afán extinguido/ una visión de abismos que perdura y atrae/ (...) tiene la tristeza del ímpetu que cae/ con la protesta muda del ideal vencido". Marchando en la tarde lluviosa rodeado de granaderos mostraba, como el prócer de la altura en cautiverio, "la triste figura de un buitre contemplado con un vidrio de aumento..."