La estrategia del status quo y el voto útil
Llamarle complot a la estrategia que los integrantes del status quo de nuestro país están aplicando para ganar las próximas elecciones y continuar imponiendo así sus intereses, como han hecho bajo el foxismo, es vestir con dramatismo algo que deberíamos dar por sentado. Eso es lo propio de cualquier orden en el capitalismo, en el socialismo real y en casi todos los demás escenarios. Lo que sí es necesario analizar es la forma descarada en que en las últimas semanas se nos ha impuesto esta estrategia, esta "elección de Estado": arrancó con una agresividad inusitada del "chaparrito peloncito" y de su espigado mánager desde Los Pinos ("AMLO es un peligro para México"); continuó con el aviso, a todo México y sin rubor, de que el gobierno le entregaba nuevos e inmensos poderes a los poseedores de los medios de comunicación a cambio de su apoyo irrestricto; fueron amplificados entonces los errores del puntero perredista y se hicieron acompañar con un nuevo aviso: el cachorro de la derecha ya aventajaba en las encuestas al populista majadero con unos cuatro puntos (ventaja metodológicamente manipulable).
Una vez ganada esa posición había que dar un zarpazo fulminante: aprovechando el paso por el Distrito Federal del guerrillero incendiario y justiciero, derrocador de gobiernos de cualquier color, se antojaba sencillo provocar a su aliado más beligerante: los atenquenses; era necesario demostrar varias cosas y para ello fueron planeadas las tomas televisivas con gran antelación, así como el script de algunos comentaristas: primero, que las movilizaciones del radicalismo izquierdista están plagadas de salvajes y desalmados, dirigidos por un puñado de líderes venales; segundo, que este gobierno es capaz de restablecer el orden con firmeza y que ya basta de tanto diálogo practicado por los perredistas (se colige); tercero, que el relajamiento del orden que se comienza a vivir (agréguese lo de Sicartsa) es culpa de la "izquierda" y de los revoltosos, figura en la que se procuró amalgamar, según declaraciones inmediatamente posteriores de Felipe Calderón, al perredismo, a AMLO, al populismo permisivo y a la violencia confrontacionista de la guerrilla zapatista y de su líder, el subcomandante Marcos, el encapuchado que ha transgredido una vez más la legalidad, afirmaron los legisladores panistas; cuarto, que de seguir así las cosas y abrírsele paso a ese izquierdismo populista, iremos derecho a la anarquía y a la violencia.
No cabe duda de que ha sido una estrategia bien montada, pero falló en dos puntos fundamentales: se privilegió exageradamente el objetivo de amedrentar a la población, de generar un miedo paralizante, y se descuidaron las imágenes que debían ligar a López Obrador con Marcos y con la violencia (a pesar del bombardeo de imágenes de AMLO en Tabasco, hace más de 10 años, bloqueando pozos petroleros en medio de un zafarrancho).
El error estuvo en que el escarmiento a los atenquenses, en la madrugada del 4 de mayo, fue absolutamente desmedido (soltaron a los perros), y ni con todo el control de los medios televisivos se logró disipar la imagen que asociaba a las fuerzas del gobierno federal con las golpizas, ni fue posible ocultar las violaciones a los derechos humanos, mientras el discurso oficial contrastaba de manera exasperante con los testimonios, particularmente de las mujeres violadas y ultrajadas. Así, el manejo de la violencia, en lugar de amedrentar y paralizar, provocó un malestar que podría llegar a traducirse en un voto de castigo.
Lo que está sucediendo entonces es un fenómeno sorprendente: el foxipanismo televisivo está siendo asociado con la violencia desnuda, mientras el zapatismo y sus aliados radicales lo están siendo, a su vez, con la violencia de izquierda, a pesar de que Marcos repita al término de cada discurso que sus métodos de derrocamiento y de rebelión serán pacíficos (¡?). Todo el operativo ha conducido a que una parte de la opinión pública, la de los indecisos, descubra que ni la violencia de Fox y el panismo a la derecha, ni la de Marcos y el radicalismo confrontacionista a la izquierda, son el camino correcto. Esto, sin embargo, podría no ser suficiente para contrarrestar el embate del status quo, de sus aliados empresariales, de la derecha cibernética y confesional y de las espantadas clases medias.
El segundo error del operativo puede resultar aún más costoso: ha sido tanta la soberbia de la derecha panista y pro empresarial, que creyó que podría ganar sola gracias a la televisión y desdeñó las alianzas. Nadie calculó que, ante el durísimo embate de esta "elección de Estado", y ya viéndose perdidos los priístas, muchas de sus legiones (aunque por pudor no sus coroneles más destacados), podrían optar por una alianza popular-nacional de centro con el perredismo, evidenciando a su derecha al panismo y en el otro extremo al radicalismo izquierdista; a final de cuentas, como tanto se ha dicho últimamente, ambos mamaron de la misma loba. Así que el 18 de mayo Abascal despertó aterrorizado: fuera de su voto duro, gran parte de la opinión pública no se está tragando ni el engaño de la violencia paralizante ni el engaño de que AMLO es un izquierdista radical, cuyo verdadero rostro es el de Marcos. Por el contrario, está ocupando poderosamente el centro de la escena con un inesperado elenco multicolor.
En un país sin segunda vuelta, el voto útil encuentra caminos sorprendentes. Todo ello se aleja sin duda de nuestros más puros ideales democráticos y socialistas, pero corresponde perfectamente a la historia del país y de tantos otros en América Latina, sobre todo en este regreso del populismo que tan bien se corresponde con el panorama de pobreza creciente y exclusión que nos rodea.