Usted está aquí: jueves 25 de mayo de 2006 Opinión Salvación

Olga Harmony

Salvación

El Proyecto Xola, en el que participan quince personas y que tiene como director artístico a Otto Minera, rescata el teatro Julio Prieto del abandono en que se le tenía a partir del fracaso del último comodato con el IMSS del que no parecía recuperarse el excelente edificio teatral y que ahora podemos volver a gozar esperemos que en largas y fructíferas temporadas. A pesar de que ya habían programado Lascuráin de Flavio González Mello es ahora que arranca el proyecto propiamente dicho, porque la obra del dramaturgo mexicano ya había cumplido un amplio circuito en la UNAM. Salvación (The Mercy Seat), en una de las impecables traducciones del propio Otto Minera, es un texto del dramaturgo estadunidense Neil LaBute del que hemos podido conocer con anterioridad Por amor al arte escenificada por Antonio Serrano y sobre todo películas (que todavía pasan en televisión por cable y, me imagino, se pueden conseguir en renta) como la desagradable La compañía de los hombres y la romántica Posesión que se aleja, esta última, del tono corrosivo y airado de la mayoría de sus producciones.

Salvación se inscribe en esa tesitura de dureza despiadada, a pesar de su nombre, fue escrita en 2002 y es tenida como la primera respuesta dramatúrgica al atentado contra las torres gemelas neoyorquinas, aunque afortunadamente no es uno de esos cantos patrios con que los estadunidenses inundan al mundo, ni se habla de terrorismo, sino que la inaudita desgracia de tantos y tantos miles de personas es una especie de telón de fondo para contrastar el brutal acontecimiento con el egoísmo de quien puede ver en él la salida para su mezquina situación personal. Podría hacernos pensar a los capitalinos mucho de lo ocurrido con los sismos de 1985 ya que se elude el contexto político. En una larga disputa de amantes, LaBute va proporcionando la información de la trama y desentrañando la personalidad de sus personajes poco a poco y de la manera más verosímil, lo que dificulta un análisis de la situación y de la psicología de Abby y de Ben sin traicionar, para el posible lector, la secuencia de acontecimientos que iría descubriendo como espectador. A pesar de las muy crudas alusiones sexuales que se cruza la pareja, la obra se antoja de gran sutileza por la manera en que se desarrolla la trama y encara a los personajes sin hacer concesiones.

La dirige Jorge A. Vargas en una escenografía de Gabriel Pascal que recrea una amplia estancia, mezcla de sala y cocina-comedor, con los muebles imprescindibles y con el alarde de estar techada, con lo que la iluminación -del propio Pascal- no puede recurrir a las diablas y debe tener otras fuentes de luz, lo que ya es casi marca de este escenógrafo cuando maneja el realismo. Vargas utiliza el espacio un poco a contracorriente de la convención que asignaría el poder de la pareja a ese Ben durante mucho tiempo sentado ante una Abby que se mueve por toda el área, pero utilizando precisamente la atonía del hombre y el nerviosismo de la mujer para hacer surgir sus respectivas posiciones ante lo ocurrido. Es un trazo limpio y acertado que se enmarca por el insistente sonido del celular de Ben -además de la música original de Rodrigo Espinosa- y las secuencias del video de Manuel Alcalá del que en esta ocasión se hace caso omiso y en el que concurren dos muy buenos actores que dan todos los matices de sus personajes vestidos en diseño de Eloise Kasan.

Ari Brickman va haciendo que Ben transite de ese primer atontamiento a cierta zafía exasperación que lo muestra como el egoísta pobre diablo que es en el fondo y que lo lleva a maquinar su plan de escape de las rutinas matrimoniales y de la hipoteca en curso sin lastimar a sus hijas, al parecer únicos seres a los que en verdad ama. Es Laura Almela la que asombraría, si no se conociera su trayectoria, como esa Abby en franco conflicto, con todos sus cambios del dominio de jefa a su amante, a la emoción de lo que ocurre en la calle, al remordimiento y el ardor. Y escribo que asombraría en esta actuación porque la acabamos de ver como una cómica Asa en Peer Gynt, que combina con esta muy contrastante Abby en una muestra más de su amplio espectro actoral. Es ante estos trabajos que se debe insistir en que muchos actores y actrices son verdaderos creadores y no meros intérpretes como es el común consenso, porque están creando en verdad y ante nuestros ojos a seres de carne y hueso de lo que antes era papel.

 
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