La poca fuerza de la derecha
Hace ya varios años un queridísimo amigo acapulqueño decía, antes de empezar un sudoroso pleito, que la mano derecha se le ponía pesada. Nunca fue hábil para el puñete. Lo fue para la provocación y para finiquitar el combate con alevoso descontón. De no funcionarle su táctica de tomar desprevenido al rival, trataba de salir ileso o, cuando mucho, capotear el vendaval y aceptar, en la trifulca, algunos ligeros moretones. Dejaba el resto a sus compañeros de aventura, los que hacían frente a los múltiples desaguisados que organizaba con su atrabancado modo de comportarse. Con similar desparpajo parece actuar la mustia derecha mexicana hoy.
El PAN, receptáculo de gerentes medios, fundamentalistas de poca profundidad secundados por un conjunto de rezanderos emboscados, desató, sin aviso previo, una guerra sucia poco habitual en nuestra titubeante práctica nacional. Sus mandobles se dirigieron, en su totalidad, hacia la que pareció, por varios días, indefensa figura de López Obrador, su odiado contrincante de la izquierda.
No hubo, por parte del PRD, una respuesta inmediata; se fue incubando con retraso hasta que emergió con la fuerza necesaria para, al menos, neutralizar los efectos dañinos y volver la intentona un caro método para sus promotores.
AMLO ha dicho que el movimiento de su parte obedece a la petición de aquellos que lo siguen, de los que asisten a sus acalorados mítines, de los asesores preocupados por el descontrol momentáneo que irrumpió en su estrategia de campaña. El caso del Fobaproa-IPAB fue uno de los puntos neurálgicos elegidos para atacar el flanco abierto por los panistas. Y Calderón acusó de inmediato el golpe. Le empezó a temblar la negada derecha firmante y su izquierda tampoco le hizo contrapeso. Ahora trata, por diversos subterfugios, de escabullir el bulto, de rehuir responsabilidades, de no pagar el precio por su actuación en el escandaloso caso citado por la contrapropaganda perredista.
Lo cierto es que la actuación de Calderón y de los panistas encumbrados que decidieron respaldar al PRI, a Zedillo y sus tecnócratas cuando aprobaron la ley que finiquitó el Fobaproa para dar paso al IPAB, fue un suceso bochornoso, por decir lo menos. Felipe, entonces presidente del PAN, se negaba a dar su consentimiento para llevar a cabo tan alevoso plan. Sabía, a ciencia cierta, que comprometería la salud financiera de la República por muchos años en el futuro. No quería el joven panista transformar en deuda pública las pérdidas privadas de unos cuantos ricototes tramposos, amedrentados por los reclamos populares. Sabía que se contrariaba, con furia inaudita, el sentido justiciero que debe animar el quehacer político. Por menos claridad que tuviera Calderón de los meandros de las operaciones del llamado salvamento de los ahorros ciudadanos, pudo, hasta con circunstancial ayuda, llegar a identificar los trasiegos indebidos que el Fobaproa llevaba en sus entrañas.
Entonces, Calderón lanzó un audible grito de alarma demandando, de manera imperiosa, la salida de Guillermo Ortiz del Banco de México como condición previa a la colaboración panista. No le fue concedida tan preciada cabeza del encumbrado burócrata financiero. Los intereses que rodeaban al presidente Zedillo, y los ralos afectos de éste, lo impidieron. Y en cuestión de uno, dos, a lo sumo tres días de negociaciones, Calderón, al frente de los panistas de alcurnia (Fox entre ellos), cedió a todas las exigencias. Después, sus correligionarios fueron, en alegre tropel, a firmar (con su voto) la ley de sustitución de deudas. El mandato de los dueños del dinero, reales patrones del PAN, hizo el milagro de siempre: doblegaron sin problema la que parecía aguerrida y terminal voluntad del dirigente panista. Poco importó entonces si Calderón movió o no su mano izquierda o si fue, en efecto, la derecha. Los militantes del PAN hicieron y han seguido haciendo por él el trabajo sucio en el Congreso.
El PRI pagó ya parte de su culpa: lo expulsaron del paraíso que usufructuó durante largos, interminables años. Sus desarreglos y angustias internas continúan y lo harán hasta que expíe sus cómplices actuaciones, hasta que purifique su accionar, repare los enormes daños ocasionados y reconstruya lo que quede. Pero Felipe Calderón, el PAN y los que abusaron de la inocencia del pueblo para su propio beneficio no podrán, con una fumarola de palabras, escapar de sus responsabilidades contrahechas.
Felipe ha quedado a la deriva o, lo que es lo mismo, expuesto en sus personales flaquezas. Ya no tiene la masiva propaganda de respaldo que le dio Fox y los multimillonarios gastos en medios de los haberes fiscales. La guerra sucia, su arma secreta, ya no surte los efectos deseados, más bien se le empieza a regresar. Podrá seguir derrochando los recursos a su disposición, tal como lo viene haciendo a la vista de todos. El debate ya no será un terreno propio, fácil y manipulado a placer, sino una disputa de donde no saldrá bien parado con su manotear sin ritmo ni concepto.