La constelación de Elena
Es imposible que los lectores de La Jornada desconozcan el nombre de Elena Poniatowska. Es imposible que no recuerden alguno de sus libros. Elena se ha convertido, por la calidad de su escritura, en uno de los iconos laicos del México contemporáneo. Me corrijo, ella no sólo es un fuerte referente en nuestro país:
Hace unas semanas fue el único escritor invitado del continente americano al más importante encuentro literario de Oriente: el Festival Literario de Hong Kong. Allí estuvo al lado de Seamus Heaney y otros premios Nobel. Y en breve recibirá uno de los más importantes premios de periodismo del mundo por su admirable trayectoria.
Poniatowska va de la literatura al periodismo con enorme facilidad. Y en cualquier reino, como se ve, acierta. Y acierta, me parece, porque sus crónicas y sus novelas comparten algo en común: unas y otras son estructuras vivas. En ellas se escucha el rumor de la calle, el trajín de la vida. Sus sílabas, sus páginas enteras, no construyen arquitecturas huecas; parten y dan parte de los días que formamos y que nos dan forma.
La crítica, o eso que así nombramos de manera inexacta, se ha preguntado con insistencia si el periodismo es literatura. Más aún: si los escritores que frecuentan los géneros periodísticos lo son. Ya sabemos que siempre resulta más provechoso leer un libro que elaborar falsas interrogantes, pero el pensamiento baladí habrá de acompañarnos, probablemente, hasta el fin de los tiempos.
Para marcar distancia del afectado circo literario, Francisco Quevedo acostumbraba decir que él no escribía con plumaje sino con pluma quería escribir ''prosa fregona que se hincara en las orejas". Ojalá los críticos que dudan de la integridad de los escritores que frecuentan al periodismo redactaran al menos con plumaje su prosa tartamuda.
Recientemente uno de esos redactores tartamudos se quejaba de las ''capillas literarias y sus privilegios". También, claro, de los escritores que abrevan por igual en los géneros periodísticos y literarios. Lo curioso es que este personaje que ha vivido del erario por lo menos desde la regencia de Ramón Aguirre para acá lanzaba su queja desde un estudio cuyos libros, paredes y escritorios habían sido financiados con nuestros impuestos.
La envidia, lo sabemos todos, es la hija bastarda de la admiración. Por eso ante las dudas sistemáticas de los falsos críticos deberíamos razonar como Elena Poniatowska cuando han querido minimizar su apuesta literaria diciendo que sólo hace periodismo: ''si me clasifican bien o mal, aquí o allá -dijo hace tiempo- ¡bah!"
Existe un conjunto de cuerpos celestes que se llaman Poniatowska. También un tipo de rosa y una familia de príncipes. Pero el mayor referente de ese apellido ha sido y es el que Elena nos ha entregado con sus novelas, crónicas, cuentos, ensayos, entrevistas y reportajes desde hace más de 50 años, cuando empezó a publicar en Excélsior y nos entregó en la legendaria editorial Los presentes, Lilus Kikus.
Los premios, los reconocimientos, pero sobre todo los lectores son el único apoyo de la escritora. De nada sirven los ataques de la crítica seudo y extraliteraria o el golpeteo de la envidia. Como en la red de Internet su fuerza está en los otros que son miles, que no dejan de frecuentar sus páginas porque encuentran en ellas, quizá, el perfil de su rostro o las líneas de su mano. Existen escritores que transpiran mármol y nadie los lee, y existen otros, como Elena, que dan ganas de estrecharles la mano.