Usted está aquí: jueves 1 de junio de 2006 Opinión ¿Borrón y cuenta nueva?

Soledad Loaeza

¿Borrón y cuenta nueva?

A partir del momento en que las encuestas de preferencias electorales registraron un descenso en el porcentaje de simpatías por el candidato de la coalición Por el Bien de Todos, quedó claro que a Andrés Manuel López Obrador no le gusta competir. Sus primeras reacciones a estas noticias fueron la descalificación de los encuestadores o la denuncia de las malas intenciones de sus adversarios. Como niño que se enoja cuando deja de ganar en el juego, en lugar de examinar sus propias tácticas, las expresiones y los comportamientos de sus adversarios o revisar los propios para entender por qué ha perdido la ventaja que antes tenía, ha cuestionado las reglas del juego, a los demás jugadores y al mismo árbitro. Uno de los posibles efectos de sus denuncias es el descrédito del juego completo. Nada podría ser más grave para el futuro político del país.

En días recientes, el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación hizo una extraordinaria concesión a la flaqueza de López Obrador, cuando prohibió espots que proyectaran una imagen negativa del candidato presidencial del PRD y de su desempeño al frente del Gobierno del Distrito Federal. O sea que en esta campaña no debe mencionarse ningún vínculo de responsabilidad entre López Obrador y los linchamientos en Tláhuac y en Tlalpan, tampoco habrá de hablarse de su relación -si es que la hubo- con Carlos Imaz, René Bejarano o Gustavo Ponce; ¡guay! del que asocie a López Obrador con bloqueos a pozos petroleros en Tabasco en los años noventa. Todo indica que los magistrados esperan que los habitantes del Distrito Federal mantengamos recatado silencio respecto a la inoperancia del segundo piso, a los gigantescos cuellos de botella que se forman en los ingresos y en las salidas de esa vía rápida aérea, y que tampoco haya alusión alguna al destartalado primer piso del mismo Periférico, a las bardas rotas, a los enrejados colgantes y oxidados, a los baches de todas dimensiones y a los montones de cascajo que lo adornan.

En consideración a la extrema susceptibilidad del candidato presidencial del PRD se nos sugiere que hagamos borrón de su desempeño como jefe de Gobierno, que lo miremos como si fuera un candidato sin pasado y hagamos la cuenta de su vida política sólo desde que López Obrador empezó a aparecer todo él ornamentado con preciosísimas guirnaldas de zempazúchil, haciendo gala de excelente ingenio y amplio vocabulario. Parecería que los magistrados del tribunal electoral creen que las campañas electorales son juegos florales, y que sería una gran indiscreción y muestra de poco tacto hablar de la manera en que López Obrador gobernó el Distrito Federal, como si fuera un candidato sin pasado. El tribunal pretende que olvidemos su experiencia, y la nuestra, entre 2000 y 2005.

Ante la inesperada amabilidad y delicadeza del tribunal, nosotros podríamos defender, en nombre del derecho a la información, la discusión de los costos de las decisiones lopezobradoristas en materia de vialidad y transporte público, la extensión del narcomenudeo en la ciudad en los últimos cinco años, el deterioro de los servicios públicos, la creciente contaminación, la impunidad de las mafias que controlan el Centro Histórico, en adición al apoyo a la tercera edad o a los conciertos en el Zócalo; es decir, todo aquello que proporciona evidencias acerca de cómo López Obrador gobernaría el país de alcanzar la Presidencia de la República. Es muy importante que lo hagamos además porque existen grandes probabilidades de que efectivamente sea elegido Presidente de la República.

Uno de los aspectos más reprobables de esta táctica de los lopezobradoristas de imponer la noción de que a su candidato no se le puede tocar ni con el pétalo de una rosa es el uso que han hecho de la noción de guerra sucia. Las campañas negativas son parte de las estrategias electorales en la liza democrática. Referirse a ellas en los mismos términos que se utilizan para describir el recurso del poder a medios ilegítimos para reprimir violenta y brutalmente a sus opositores es, por lo menos, una falta de respeto para quienes realmente fueron o han sido víctimas de una guerra sucia. La desproporción de los lopezobradoristas es inaceptable porque, al aplicar a la competencia electoral esa noción, no sólo plagian una experiencia que les es ajena, sino que la trivializan, le arrebatan su verdadero significado y al hacerlo ofenden la memoria de quienes, en cambio, sí sufrieron ese tipo de represión, en muchos casos en forma heroica y con una valentía y una disposición a asumir riesgos que están ausentes en la campaña del PRD.

 
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