Por
Alejandro Brito y Fernando Mino
El sexo es privado pero su discusión es pública.
Para el sociólogo francés Eric Fassin, profesor
de la Escuela Normal Superior de París, la cuestión
sexual ha cambiado de sentido “desde que comenzamos a interrogarnos
más sobre las normas que rigen el espacio doméstico,
con la división de las tareas, y también sobre
las violencias que laceran la intimidad”. La sexualidad
funciona, entonces, en dos ámbitos que se entrelazan:
la vida política y la esfera privada. Por eso, Fassin,
habla de “democracia sexual”, tema central de la
charla que sostuvo con Letra S.
¿Cómo definiría la democracia sexual?
De varias formas. Primero, ¿qué es una sociedad
democrática? Es aquella que define por sí sola
sus leyes y sus normas, y no considera que deban ser definidas
por un principio trascendente —Dios, la Naturaleza, la
Ciencia— sino por la propia sociedad en la que vivimos.
Así, a las leyes y a las normas no las define ningún
principio trascendente, sino uno inmanente, que es la sociedad.
Ese es el principio de la democracia. Segundo, ¿qué es
la democracia sexual? Es la democracia aplicada a las cuestiones
de género y de sexualidad. ¿Y por qué esta
cuestión es particularmente importante cuando se trata
de género y de sexualidad? Según yo, porque el
género, los sexos y la sexualidad aparecen como algo natural,
es decir, definidos por un principio que escapa a la sociedad.
Entonces, el esfuerzo por pensar que incluso la diferencia de
sexos y las sexualidades no son naturales, sino sociales, y que
podemos entonces redefinirlas, se vuelve un esfuerzo difícil
y muy problemático. Por ello las cuestiones sexuales son
actualmente apuestas democráticas privilegiadas.
En un contexto social donde las mayorías definen lo que
es la democracia, ¿qué papel pueden jugar las minorías
sexuales?
Es cierto que la democracia es la mayoría, pero insisto
en la existencia de una esfera pública, de un espacio
público. Y en este espacio también puede hacerse
escuchar el discurso de una minoría. La cuestión
de la ley la decide entonces la mayoría, pero la esfera
pública no es sólo la mayoría, es también,
de modo potencial, todo el mundo. Hay entonces una diferencia
entre la ley que decide la mayoría y la esfera pública
que potencialmente también está abierta a las minorías.
Y esta esfera pública es importante ya que contribuye
a definir los términos en los que pensamos todos.
¿Es posible vivir una sexualidad sin normas?
No. Al menos no lo creo. En todo caso lo que intento describir,
o estimular, no es el tránsito de una sociedad controlada
a una sociedad sin reglas, sino el tránsito de una sociedad
donde las normas se imponen como si fueran naturales, a otra
donde son menos evidentes. Una sociedad democrática es
aquella en la que es posible discutir una norma y, en cuanto
se discute, se transforma la manera en que se nos impone. En
lugar de que las reglas funcionen de manera inconsciente, ahora
están explicitadas, y así nuestra relación
con ellas está menos determinada. Somos menos prisioneros
de las normas, pues las vemos tal como son, es decir, como convenciones
arbitrarias, discutibles, negociables, cuestionables. Lo que
podemos esperar no es ser individuos asociales, liberados de
las normas, sino individuos un poco más libres en nuestra
relación con ellas.
¿
Cómo podría el concepto de democracia sexual contribuir
al combate contra el sida?
Todos estos debates democráticos en la esfera pública
son debates a propósito de las normas. En lugar de permitir
que se nos impongan, lo que procede es interrogarlas. Las cuestiones
vinculadas al sida son cuestiones de normas. ¿Vamos a
excluir a algunas personas porque no son “normales”? ¿Vamos
a considerar que el comportamiento sexual funciona normalmente,
por sí solo, en la inconsciencia? ¿O nos pondremos,
por el contrario, a discutir sobre qué práctica
sexual queremos tener, o sobre qué cosa es aceptable y
qué no lo es? ¿A interrogarnos sobre nuestra manera
de vivir la sexualidad? Si nos planteamos preguntas, tendremos
instrumentos que nos serán útiles para combatir
al sida.
¿Proponer el uso del condón en las relaciones sexuales
es también introducir la política en la intimidad?
La cuestión política, la cuestión de las
relaciones de poder, ha estado siempre presente en la intimidad.
Esto se nota más que antes, no porque antes no haya sido
algo político y ahora sí lo sea. Esto siempre ha
sido algo político, sólo que ahora estamos más
conscientes de ello que antes. Entonces sí, el preservativo
tiene la ventaja de trastornar la evidencia natural de la relación
sexual; introduce algo más en la relación sexual,
nos recuerda un mundo exterior a la relación sexual. Es
por supuesto una politización del encuentro sexual, pero
también una forma de hacer visible un hecho que siempre
fue cierto: las relaciones sexuales no son únicamente
naturales.
¿
Cómo se entrecruzan los conceptos de igualdad y libertad
en la reivindicación actual del
matrimonio para gays?
Hoy, más allá de la especificidad de los contextos,
el tema del matrimonio gay se ha vuelto, no sólo en Francia,
en Estados Unidos, o en los Países Bajos, sino en muchos
otros países, un símbolo para significar la cuestión
homosexual. Existen entonces los contextos particulares, pero
hay también ahora otro general en el que se da otra manera
de plantear la cuestión homosexual en el mundo entero.
¿
Es una cuestión en la que se oponen la libertad y la igualdad?
Creo que se trata de una reivindicación eficaz para cuestionar
la jerarquía de las sexualidades, la norma heterosexista.
En este sentido se ha convertido en una herramienta eficaz. ¿Cómo
hacer para que esta herramienta de igualdad no se vuelva algo
que restrinja la libertad? Lo que propongo son pistas de reflexión.
Por un lado, ¿por qué dos hombres que se casan
entre ellos, o dos mujeres que hacen lo mismo, estarían
condenados a imitar a los heterosexuales que se casaron antes
que ellos? No creo que así suceda.
Pienso, por el contrario,
que los homosexuales que se casan le dan un sentido diferente
al hecho de casarse por el simple hecho de que, hasta fechas
muy recientes, estaban excluidos del matrimonio. El sentido del
matrimonio no es el mismo cuando se trata de una institución
renovada que cuando hablamos de una institución tradicional.
Este mismo hecho tiene también efectos sobre los heterosexuales,
pues el sentido mismo de casarse se transforma desde el momento
en que comienza a discutirse la apertura del matrimonio hacia
los homosexuales. Además, y por primera vez, los homosexuales
podrán estar en libertad de no casarse.
Esa es una libertad
verdadera, vivir en una sociedad donde cada cual pueda escoger.
Hoy en Francia la mitad de los niños nace fuera del matrimonio.
Esto quiere decir que para muchas parejas heterosexuales en Francia
casarse, o no casarse, no es hoy ya una obligación, una
norma, sino una elección individual, una forma de organizar
su vida. Espero vivir algún día en un mundo donde
esta libertad que existe en Francia para las parejas heterosexuales
exista también, del mismo modo, para las parejas homosexuales,
las cuales podrán decidir cómo organizar sus vidas.
Pero por el momento esta elección está más
restringida en el caso de las parejas homosexuales.
Por otra parte, ¿es posible un equilibrio
de igualdad y libertad en las relaciones heterosexuales?
No creo que haya equilibrio. Mi visión del debate político
no es una visión pacifista, sino de polémica. Las
relaciones amorosas, ya sea homosexuales o heterosexuales, no
son apaciguadas, son también debates. Combates. No hay
equilibrio por alcanzar; por el contrario, uno se pregunta: ¿cómo
podría yo vivir de una forma que corresponda a lo que
reivindico? Doy un ejemplo, la igualdad entre hombres y mujeres.
Resulta claro que no existe tal realidad. No vivo en un mundo
donde exista igualdad entre hombres y mujeres, ni en la vida
privada ni en la vida pública. Vivo en cambio en un mundo
donde la cuestión de igualdad entre hombres y mujeres
sí se plantea, tanto en la vida pública como en
la privada. Entonces no resolvemos la cuestión, sólo
la planteamos. Espero que lo que señalo aquí no
sea algo desesperante, pero la verdad es que no hay soluciones
dichosas ni una sociedad libre de las relaciones de poder. Foucault
no promete un mundo sin poder; siempre habrá relaciones
de poder. Lo que sí podemos esperar es que esas relaciones
de poder sean un poco transformadas por el hecho de vivir en
una sociedad que las cuestione y no las acepte como evidencias.
¿La búsqueda de igualdad podría matar el erotismo?
No, yo creo que esa es una crítica tradicional dirigida
contra el feminismo, al que se le reprocha matar el amor, matar
el deseo. Pienso que cuando se dice eso es porque se piensa que
el amor es ciego frente a los mecanismos del poder. Pero eso
no quiere decir que antes del feminismo, o antes de la politización
de las cuestiones sexuales, no haya existido el poder.
Simplemente
no se le discutía. No se le cuestionaba. Y lo que el feminismo
y los movimientos minoritarios añaden, no es la politización,
sino la crítica de la politización. No son las
relaciones de poder, sino el cuestionamiento de las relaciones
de poder. ¿Por qué esta lucidez relativa implicaría
el fin del amor, el fin del erotismo. Habría que preguntar
si el amor y el erotismo se basan necesariamente en una dominación
ciega. Espero que no. La cuestión sería cómo
pensar de nuevo las relaciones amorosas, heterosexuales u homosexuales,
sin suprimir el poder, pensándolo sólo como la
materia misma de la relación erótica. Si amo a
alguien, espero tener un poder sobre esa persona, deseo tener
algún efecto sobre las acciones de esa persona. Por ejemplo,
si la amo, espero naturalmente que también me ame.
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