Ciudad Perdida
Encuestas y posdebate: negocios de tv
Candidatos susceptibles de comercialización
Pérdidas convertidas en ganancias por televisoras
Luego del hallazgo histórico que nos reveló que el debate se gana en el posdebate, ahora se nos impone como verdad única que los candidatos que quieran ser punteros en las encuestas deberán anunciarse en televisión.
Negocio, vil negocio. Ya habíamos comentado hace algunos días que la primera sentencia, esa de que el debate se gana en el posdebate, tiene que ver con las finanzas de las televisoras, y nada más.
El asunto es serio. En el caso de la carrera presidencial, el debate por si mismo significaría una pérdida cuantiosa para las cadenas. Hablamos de un espacio de dos horas continuas sin anuncios. Dos horas, 120 minutos en los que el telespectador no puede ser bombardeado con comerciales de ninguna marca.
Eso, sin duda, significa millones de pesos, dinero que aparentemente se escurre de las bolsas de los comerciantes de la imagen televisiva, es decir, simple y sencillamente pérdidas, algo inconcebible para las empresas televisoras.
Por ello, si no se gana nada en el debate se recupera todo en el posdebate. En los programas que suceden al encuentro de los candidatos se comercializa todo, y las pérdidas que suponen los debates se convierten en ganancias extras, ¡claro!, en el posdebate.
Pero ahí no termina el negocio, las encuestas son el eslabón que lo cierra, que además tiene que ver con el poder. Ya se nos dijo que si un candidato no quiere pagar a las televisoras sus votos a favor en las encuestas, por lo menos, se van a pique en el momento que quienes las ordenan lo desean.
La cosa es sencilla: el resultado de las encuestas tiene que ver con el qué se pregunta, cómo se pregunta, a quién se pregunta y, sobre todo, quién paga por las preguntas.
Así, como las encuestadoras no tienen quien certifique, por ejemplo, sus cuestionarios y su imparcialidad, quien o quienes las pagan pueden hacer exactamente lo que mejor les venga en gana. Eso las ha convertido en el mejor instrumento de presión hacia los candidatos, y para que la televisoras hagan de los tiempos de elección su mejor negocio.
De esa manera, como ya se nos aseguró hace algunos días, si un candidato pretende estar en la jugada deberá, irremediablemente, anunciarse en televisión y gastar el dinero, producto de los impuestos que pagan los contribuyentes, en anuncios en la llamada pantalla chica.
La presión que ejercen las encuestas, que como dijimos no hay quien las certifique en su seriedad y menos aún en sus resultados reales, aún con las preguntas y el público que les ordene quien las paga, pesan en el ánimo de los candidatos, a quienes se les anuncia de un momento a otro que van perdiendo porque los encuestados así lo decidieron.
Así las cosas, se mire como se quiera mirar, las encuestas, y los encuestadores, sirven a intereses privados, es decir, a quien las paga, y no son, por tanto, un instrumento objetivo de medición de preferencias, por más que se diga que esta o aquella encuesta fue certera, en esta o aquella elección.
La intención, entonces, no es ir midiendo la efectividad de las campañas políticas, sino hacer un buen negocio que de paso sirva a los intereses políticos de los patrones de las empresas de medición de opinión.
Total, los candidatos, como se ha dicho en muchas ocasiones, tienen que convertirse, a querer y no, en productos susceptibles de comercialización. De otra manera simplemente no existen, dicen los de la tele.
Ya nos empujaron la píldora de que un candidato es sólo si tiene presencia en la televisión, y el martes que viene nos completarán la receta con los posdebates. Tal vez valga la pena el ejercicio de contar, ese día, el número de anuncios que transmitirán las televisoras con ese motivo.