Bajo la lupa
Marcador nuclear: Irán 3-EU 0
Goles excelsos del jugador pequeño
Deseos inviables de suspender el partido
Ampliar la imagen Iraníes gritan consignas contra Estados Unidos durante las ceremonias de la oración del viernes, anteayer en Teherán FOTOReuters
Si se tratase de un juego de futbol, el marcador nuclear entre Irán y Estados Unidos sería por lo menos de 3 a 0 a favor del primero. Y eso que apenas empieza el partido entre dos rivales asimétricos: una potencia mediana en ascenso frente a una superpotencia que ha iniciado su inexorable decadencia.
El primer gol se lo clavó la república islámica chiíta iraní al gobierno bushiano al resultar el gran vencedor de la fallida invasión anglosajona a Irak. La dupla decadente anglosajona Bush-Blair derrocó al sunita Saddam Hussein, el principal enemigo de la teocracia persa, y posicionó en forma involuntaria a los chiítas iraquíes, aliados de sus correligionarios iraníes, en inmejorable situación geopolítica en la región del sur, inmensamente rica en petróleo.
No seremos tan crueles para contabilizar como autogol el empantanamiento de los ejércitos anglosajones en la antigua Mesopotamia, donde no pudieron capturar los pletóricos yacimientos de petróleo. Peor aún: la inevitable retirada anglosajona, ahora de espaldas al mar, depende de la buena voluntad de las milicias chiítas adscritas a Teherán, que le pueden causar a los ejércitos invasores mayores estragos en la retaguardia de los que han sufrido en la región sunita. Esta tesis (el secuestro de la retirada anglosajona en el sur de Irak, sin salida viable salvo la travesía de la región chiíta para huir por Kuwait) pertenece a Martin Van Crefeld, el muy cotizado historiador israelí de asuntos militares.
Tampoco contaremos como gol, para no abultar demasiado la paliza del marcador, que el nuevo gobierno iraquí de Nuri Al-Maliki, impuesto por la dupla Bush-Blair, haya manifestado su apoyo al proyecto nuclear de la teocracia chiíta iraní. Ahora sí que la dupla anglosajona no supo para quién trabajó con tanto ahínco bélico, que resultó no solamente estéril sino hasta contraproducente.
El segundo gol se lo clavó la república islámica persa a Estados Unidos mediante el anuncio espectacular del enriquecimiento de uranio que llevó (con diferentes gradientes, matices y abordajes) a Washington, más rijoso, y a Londres, más pérfido, a una escalada confrontativa desde la "guerra de desinformación", pasando por el flagrante estímulo a la balcanización de las provincias no persas (en Khuzestán, Baluchistán y el sur del Azerbayán iraní), hasta la ominosa amenaza de un bombardeo nuclear estadunidense y/o israelí.
El tercer gol fue la humillante aceptación del régimen bushiano de entablar negociaciones multilaterales, después de un exorcismo de 27 años, con la república islámica chiíta de Irán, a la que no se cansaron de tildar de "país canalla" y "padrino del terrorismo islámico". No todos los goles son iguales y en el futbol debería existir una cotización de los mejores goles: los tres que le ha propinado hasta ahora Irán a Estados Unidos han sido excelsos, lo cual ha orillado a la otrora superpotencia unipolar a jugar a la defensiva, cuando todos sus ataques han sido fútilmente contraproducentes. Siempre con la metáfora inigualable del futbol, a Estados Unidos solamente le queda la opción de mandar asesinar a los 11 jugadores iraníes, además de los suplentes de la banca, para suspender el partido que tiene perdido, lo cual equivale al lanzamiento sicótico de bombas atómicas para impedir el proyecto nuclear iraní, lo cual no le será aplaudido para nada por el público asistente, es decir, por la opinión pública internacional, que espera un juego más limpio y decente.
Si la derrota de la dupla anglosajona en Irak (léase: no haber capturado su petróleo) significó el fin del alucinante unilateralismo del efímero orden unipolar, la crisis nuclear iraní marca la primera prueba de fuego del incipiente orden multipolar. Estados Unidos, Gran Bretaña, Rusia, China, Francia y Alemania se reunieron en Viena, sede de la Agencia Internacional de Energía Atómica, para acordar una serie de incentivos seductores: construcción de una planta ligera de agua diseñada en Occidente (¡ojo!), tratos comerciales y, "por encima de todo", la "promesa de la normalización de las relaciones" entre Estados Unidos e Irán (The Daily Telegraph, 02/06/06).
El castigo del garrote vil de Estados Unidos es ampliamente conocido en todas las latitudes y los tiempos, y no existe demasiada variación de la monótona melodía bélica del gobierno bushiano, para quien aquel país que no se doblega a sus exigencias unilaterales es fulminantemente exorcizado por sus poderosos multimedia y sus sicofantes asalariados.
Es evidente que el arranque de las negociaciones multilaterales del grupo hexapartita con Irán, a las que Estados Unidos le añadió la condición previa de abandono del proyecto nuclear, será rechazado ipso facto por la teocracia chiíta persa. Ehsan Ahrari, consultor de defensa y director de Paradigmas Estratégicos, con sede en Alexandria, Virginia (no muy lejos de la dirección postal de la CIA), desmenuza las posturas de Estados Unidos e Irán (Asia Times, 03/06/06). El gobierno bushiano no desea repetir el mismo error con Norcorea, de entrar a negociaciones prolongadas, que le dio tiempo valioso al régimen de Kim Jong-Il de dotarse de seis bombas atómicas. A Ehrari le intrigó más la aceptación de Rusia y China de un "lenguaje vago y críptico de sanciones", en caso de que Irán no diluya su postura, cuando las "relaciones de ambos se han tensado con Washington en forma considerable" (sic). Conjetura que Rusia no desea poner en riesgo la próxima cumbre del G-8 en San Petersburgo y se queda perplejo al calcular los alcances de la postura china, que tiene "acuerdos megamillonarios de gas y petróleo" con Irán. A su juicio, Estados Unidos desea seguir apareciendo como "muy duro", al haber ligado condiciones al inicio de las negociaciones directas con Irán, que buscaría la solución de tres temas para cesar el enriquecimiento de uranio: 1) finiquito de la desestabilización interna y el consecuente "cambio de régimen"; 2) "transferencia sustancial de tecnología, en especial en el sector petrolero", y 3) "abandono de Estados Unidos de su oposición al gasoducto que va de Irán a India pasando por Pakistán". En síntesis: la demanda de Irán es ante todo de existencia y luego de expansión petrolera. Concluye que Irán "necesita garantías de seguridad de un foro multilateral". ¿Estará el gobierno bushiano dispuesto a concederlas, o solamente emplea el abordaje multilateral como mera cortina de humo para su inevitable ataque, como afirma con lujo de detalle Mike Whitney? ("Juego final en Irán", Information Clearing House, 01/06/06)
La reunión hexapartita de Viena no es poca cosa. A similitud del Congreso de Viena de hace 192 años, que ordenó el mundo post Waterloo entre las potencias europeas (que mal que bien perduró un siglo hasta la detonación de la Primera Guerra Mundial), la reunión hexapartita en la capital austriaca simboliza la aceptación formal por Estados Unidos de un abordaje multilateral, que jerarquiza la solución diplomática y deja de lado la aplicación instantánea de la fallida mecánica unilateral. Y esta sí que es una gran noticia, que no puede ser escatimada. Si el partido fuera de tenis, se podría formular que ahora la pelota de la negociación nuclear se encuentra del lado iraní, que sabe jugar al "Gran bazar" como nadie.