Astillero
Nuevo escenario
El efecto Hildebrando
Paraísos del contratismo
Corrupción y riesgo electoral
López Obrador ha logrado salirse del elitista escenario viscoso de las encuestas cuchareadas para instalarse en el terreno abrupto, que le es particularmente propicio, de la batalla contra la corrupción, entrampando a su adversario panista (un chaparrito, pelón y de lentes, que acompaña a la señora Margarita) con acusaciones contra los negocios privilegiados del cuñado incómodo.
La primera lectura del presunto debate nocturno del 666 mostró a un perredista que, contra su estilo, habría dejado pasar sin respuesta el ataque directo de Feliproa Calderoba. Pero ahora, en entrevistas de prensa, AMLO asegura socarronamente que él iba dispuesto a comportarse con toda urbanidad, sólo que las provocaciones calderónicas le llevaron a sacar casi de última hora el expediente de la empresa de uno de los hermanos Sahavalagún, llamada Hildebrando.
Las bravuconadas de Cal de Ron (o de Whis, o de Brand; apellidos extranjeros, desde luego) respecto de las manos limpias y su pretensión hipócrita de zafarse de la responsabilidad histórica en el caso Fobaproa, se han topado con uno de los muchos casos en los que las buenas conciencias panistas se enriquecen gracias a sus relaciones con el poder, pero no porque roben -robar, lo que es robar, el pobre muerto de hambre que se birla un pollo de un mercado-, sino ¡porque saben hacer requetebuenos negocios! El sexenio foxista ha sido uno de los que más saqueo de la riqueza pública han cometido, pero todo mediante el sacrosanto método de la pillería de cuello blanco.
Los hijos de la señora Marta no son sino un ejemplo de la manera como la gran mayoría de quienes tuvieron poder para decidir sobre contratos y adjudicaciones se aprovecharon -triangulando, apenas disimulando- de esas facultades para aumentar sus fortunas. El gobierno de los empresarios y para los empresarios acabó, desde luego, siendo un gran negocio para esa elite educada en el lucro.
El episodio de Hildebrando-Zavala-Calderón toca, sin embargo, fibras esenciales del proceso electoral en curso. La participación del hermano de uno de los candidatos en tareas cibernéticas del IFE arroja razonables dudas sobre la imparcialidad del presunto árbitro institucional. Y tales dudas se fortalecen si se sabe que la empresa de ese hermano cibernético ha sido ampliamente beneficiada por el gobierno del que formó parte el hermano secretario, que ahora es hermano candidato y que, muy seguramente, como hermano presidente haría multiplicar las ganancias de los negocios familiares.
Frente a las dudas y las evidencias, el panismo-calderonismo no ha podido organizar una respuesta uniforme. Se han producido incluso exabruptos como el hecho de que ayer, en espera de ser entrevistado por Denisse Maerker en un programa de radio, Calderón colgó -presumiblemente enfadado- mientras Claudia Sheinbaum, a nombre del comité pejerredista, detallaba el expediente de la empresa Hildebrando y conexas. El cuñado en cuestión, Diego, ni siquiera ha decidido si recurrirá a vías legales para denunciar difamaciones o calumnias: "yo tengo que consultarlo, pero sí merezco ser tratado como gente decente", dijo ayer. El hermano candidato, por su parte, ha vaciado el libro de sinónimos para quejarse de bajezas, villanías y tiznaderas (bueno, esta palabra no es pronunciable en público por labios limpios), pero elude el hecho central de que la empresa de su consanguíneo ha hecho grandes negocios con entidades gubernamentales que son el paraíso del contratismo (Isosa, Pemex, IMSS, ISSSTE, Hacienda, SAT y, desde luego, el emblemático IFE), y que esa firma especializada en asesoría tecnológica ha participado en tareas electorales de las que por prudencia y sentido común debió mantenerse inflexiblemente apartada.
El nuevo escenario , con tufo de fraude electoral, ha provocado que se desate una fiebre mediática en demanda de que todos los partidos y los candidatos (aunque, en realidad, los destinatarios son la coalición Por el Bien de Todos y López Obrador) firmen un pomposo convenio de civilidad. Ya no es el Pacto de Chapultepec (por cierto, ¿los patriotas del Palacio del Salto del Chapulín incorporarán a sus planes de salvación la propuesta hecha ayer por diputados para nacionalizar Telmex?) sino un sustituto Pacto de Televisa, con el que se pretende "amarrar" a López Obrador a que respete una legalidad ampliamente mancillada por el Presidente de la República y a que acepte el desenlace de un proceso electoral afectado por el síndrome familiar, en esta ocasión llamado Hildebrando.
Y, mientras el episodio ahumado del presunto atentado y los videos embargados pasan a segundo o tercer plano, ¡hasta mañana, en esta columna que con dolor se entera de la muerte de Ollín Alexis Benhumea Hernández, un brillante joven, estudiante de economía en la UNAM, que fue alcanzado el 4 de mayo pasado en San Salvador Atenco por el disparo de una pistola de gas lacrimógeno!
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