Hedda Gabler
Con patrocinio de la petrolera noruega STATOIL, el Instituto Nacional de Bellas Artes presenta Hedda Gabler de Henrik Ibsen en el centenario de la muerte del autor. La protagonista es uno de los personajes femeninos más complejos y estudiados no sólo del dramaturgo noruego, considerado iniciador del teatro moderno, sino de la literatura dramática universal. Para unos, estudio prefreudiano de la conciencia, como puede ser casi todo su teatro (en un conocido poema dedicado a Georg Brandes, Ibsen compara a la humanidad con los pasajeros de un gran y cómodo barco, pero que viven con desasosiego porque hay un cadáver en la bodega). Para otros, es el personaje trágico moderno, para los más representa la insólita perversión a que puede llegarse por el contraste entre las aspiraciones de grandeza y libertad -que se reflejaron en los ilícitos diálogos de juventud entre Hedda y Ejlert Lovborg- y la chatura de una vida aburrida y modesta que le brinda Jorge Tesman. Por aburrimiento, por celos de un pasado que de pronto se le hace presente, por lo que sea, la extraña criatura es una transgresora de todas las normas de cariño y simpatía, pero siempre cuidadosa de las formas y con temor a un escándalo que la hace definitivamente decimonónica.
La adaptación de Enrique Singer consiste más en su lectura del texto y en el manejo espacial que en dar un tratamiento dramatúrgico, aunque compacte los actos y dé a algunos personajes, como Berta, intensidades que no existen en la obra. En una escenografía de Auda Caraza, Atenea Chávez y Martín Acosta, muy somera y que apenas ofrece datos de la época como serían las mesitas de estorbo que contienen figuras de santos, con dos sillones y algunas sillas rodeando el amplio espacio escénico, con el piano y luego el escritorio pedido por el autor, Singer se aplica más que nada a dirigir a sus actores. En lugar de la salita trasera que pide el dramaturgo, los personajes se apartan y se evidencian gracias al juego de luces de Juliana Faesler que equivale a dar primer plano a algunos duetos, con menor realce al resto de la escena. Se trata de uno de los trabajos más refinados del director y, posiblemente, de muchos otros directores.
La extrañeza que produce en principio el audaz escenario, con esos ramilletes blancos en el piso que va recogiendo Berta, cobra un sentido de decorado nupcial para marcar el momento en que los recién casados ocupan su casa, de regreso del viaje de bodas. El trazo escénico mueve actores de ser necesario, pero no rehúye que permanezcan sentados en muchas ocasiones, bajo la iluminación referida. El rico y muy propio vestuario de Eloise Kasan contrasta con la sencillez escenográfica, buscada más que nada para hacer hincapié en la actoralidad, en donde un elenco de primer orden crea de carne y hueso los personajes del drama.
Lisa Owen es Hedda Gabler y así lo subrayo, porque los matices y recovecos de la psicología del personaje se transparentan en esta actriz de manera espléndida, tal y como debió ser concebida por el autor. Roberto Soto interpreta con gran eficacia a Jorge Tesman, el ingenuo y generoso profesor enamorado. Carmen Madrid encarna a Thea Elvsted con gran riqueza de matices. Arturo Ríos es un juez Brack muy elegante, malicioso y acosador. Carlos Aragón, da todas las dimensiones del patético Ejlert Lovborg. Ana Graham es una Berta acechante y desconfiada de su ama, a base de actitudes, tal como la diseñó Singer rescatándola de su pequeño papel de doméstica y Concepción Márquez es una cariñosa July Tesman, cuya primera escena de afecto con el sobrino contrasta grandemente con la fría aparición de Hedda, con lo que desde el arranque se nos ubica en situación. La escenofonía de Rodolfo Sánchez Alvarado contribuye, como siempre, para lograr los climas emocionales necesarios.
Es una lástima que este montaje no dure más allá de las 30 reglamentarias funciones, porque el trabajo de todos los creadores que en él participan no puede agotarse en tan breve lapso. Es tiempo de que las escenificaciones de calidad logren más funciones, sobre todo si se tienen en cuenta el trabajo de mesa y los ensayos sin paga para lograr llegar ante el público. Que esperamos sea menos estúpido que esos espectadores que, en la función que fui, no apagaron celulares y, a peor, lanzaron bolas de papel al escenario, aunque la mayoría, hay que decirlo, aplaudieron, algunos de pie, lo que demuestra que esta Hedda Gabler debería llegar a longeva.