Calificaciones
No pude ver el primer examen, pero sí el de este martes pasado. El resultado me pareció interesante, aunque no aportó mayores novedades. Pasó lo que tenía que pasar y se dijo una parte de lo que se tenía que decir, aunque se omitieron temas de una importancia mayor.
Patricia Mercado estaba un poco nerviosilla. Pero fue la única que mantuvo una tesis política definida y con claridad aludió a su ideología izquierdista, lo que los demás evitaron pese a las imputaciones de Roberto Madrazo de que Felipe representa a la extrema derecha y Andrés Manuel a la extrema izquierda. En mi concepto eso no fue más que un mecanismo para ubicar a Roberto en ese término medio tan de moda en la política mundial.
Felipe es conservador, pero en una línea coincidente con la ideología tradicional del PAN, aprendida de Efraín González Morfín, un hombre excepcional, en el que siempre han encontrado eco favorable los problemas sociales. No le queda a Felipe el calificativo de derechista extremo que correspondería al grupo, hoy en el poder, que siguió los pasos de Clouthier. Por lo menos, esa es mi impresión.
Andrés Manuel anda, en mi concepto, por un centro izquierdismo, a la manera de Felipe González en España, que no ahuyente a la inversión extranjera ni implique pleitos con los empresarios. Pero está muy lejos de un radicalismo de izquierda.
Lo que ocurre es que a Roberto le conviene invocar el punto medio, porque sabe de sobra que esa sería la ideología dominante en el país, inclusive entre los muchos millones de habitantes que viven en la miseria. Ya se ha encargado la Iglesia católica de inculcarles a los pobres un sentido de la vida muy conservador.
El llamado debate, que no merece ese nombre, fue dominado por la agresividad de Felipe, poco eficaz y nada atractiva, reflejo seguramente de instrucciones de sus directores de escena, y por la calma de Andrés Manuel. No hay que olvidar sus cinco años de entrevistas de prensa a las 6 de la mañana, lo que le ha dado una experiencia notable que lo hace superior a sus rivales. Eludió la agresión de Felipe, y me parece que en eso estuvo muy bien. Felipe, en cambio, fue propositivo, en alguna medida, pero fundamentalmente repitió las injurias de su campaña. Mal hecho.
Andrés Manuel no quedó libre de pecados. Hizo referencia a un senador litigante que supuestamente ejerce sus influencias para la defensa de los intereses de sus clientes, con lo que supongo que aludió a Diego Fernández de Cevallos. Quizá un desquite por viejos agravios. Me pareció inoportuno.
Patricia Mercado, obviamente bajo la incómoda realidad de representar a un partido absolutamente minoritario, planteó sus tesis con claridad y señaló caminos que los demás -o el demás que gane- tendrán que asumir. Roberto Campa cumplió su papel. Nada más.
Pero faltaron cosas en el debate. Para mí, de manera principal, en el tema de la reforma del Estado, la referencia a los problemas de los trabajadores y a la conducta actual de las autoridades, de absoluta falta de respeto por la libertad y la autonomía sindicales. Debo suponer que no fueron omisiones involuntarias sino el reflejo de un cierto conservadurismo colectivo que elude involucrarse en algo absolutamente principal. El corporativismo se hizo presente en la sombra. Tal vez con la excepción de una leve referencia de Roberto Madrazo a la incorporación de la justicia laboral (¿existe?) al Poder Judicial, lo que supondría la afortunada supresión de las juntas de Conciliación y Arbitraje. Un punto favorable para Roberto.
Un programa complementario, inmediato, bajo la estupenda dirección de Pepe Gutiérrez Vivó, acompañado de una encuesta telefónica, concluyó con la afirmación de la ventaja notable de Andrés Manuel sobre sus competidores, a gran distancia de Felipe.
Aunque, se comentó allí mismo, la única encuesta que valdrá será la del 2 de julio. Estoy de acuerdo.