Usted está aquí: domingo 11 de junio de 2006 Espectáculos Branford Marsalis Quartet ofreció jazz a la velocidad de la luz, en el Lunario

Largas improvisaciones dieron muestra de la fenomenal técnica de los músicos

Branford Marsalis Quartet ofreció jazz a la velocidad de la luz, en el Lunario

ARTURO CRUZ BARCENAS

Ampliar la imagen El saxofonista y clarinetista Branford Marsalis, en imagen de archivo

La noche del pasado viernes no cabía nadie más en el Lunario del Auditorio Nacional, pues más de 500 personas sentadas en 125 mesitas se dieron cita para ver y oír el primero de dos conciertos consecutivos del Branford Marsalis Quartet, integrado por quien da nombre al grupo de jazz (en el sax y el clarinete), Joel Calderazzo (piano), Eric Revis (bajo) y Jeff Tain Watts (batería).

Branford es una leyenda y su apellido es sinónimo de jazz y música clásica. A las 22:05, el nativo de Nueva Orleáns, ciudad a la que ha dado su arte para reconstruirla después de los devastadores ciclones de 2005, entró al escenario del Lunario. Un aplauso lo recibió con calidez, pero sin aspavientos. No es el público gritón, sino uno más atemperado que va a disfrutar, a escuchar.

"¡Grandiosa está la ciudad!", dijo Branford jalando aire. La altura le afecta, lo cual es un inconveniente para un saxofonista y clarinetista. Lo primero que se oye es una melodía profunda. La emoción cunde cuando Marsalis se aleja para dejar al resto del cuarteto hacer su trabajo.

Luego de que sus compañeros enaltecen al jazz, que es un protagonismo colectivo, regresa Marsalis entre el baterista y el bajista. Muestra a los asistentes su fenomenal técnica, misma que ha ratificado en conciertos clásicos como el Glazunov's Saxophone o el Copland's Clarinet.

Marsalis es un músico con gran sensibilidad en completa libertad. El jazz es libre o no es. El cuarteto se sube en una nave que pretende alcanzar la velocidad de la luz. Los dedos se mueven vertiginosos. Los antebrazos se tensan. Las venas se hinchan. Aplausos repetidos cuando la música es más rápida. Un cambio de ritmo a algo más suave. Son los altibajos de la armonía.

Lo que ocurre en el escenario es el arte de la improvisación. Marsalis se cuelga de una nota, de una línea en el espacio, para subirse en la alfombra mágica. Improvisar es crear. Mozart era un maestro de la invención. Beethoven era implacable en los concursos y hacía pedazos a sus competidores.

El arte de improvisar

El jazz tiene mucho de esos clásicos. Algo se escucha como neoyorkino, con aire citadino y tropical y al lado del cemento. Algunas damas se mueven en sus sillas, disfrutan la música dulzona. El clarinete de Marsalis brilla. Corre una línea de un clásico español.

En la superficie está el recuerdo del concierto de Copland Clarinet, donde el jazz es una influencia con su ritmo libre, que es un beat largo. La velocidad de los músicos en sus instrumentos tiene un límite: la tensión muscular. La aceleración hace que resalten las venas.

Una fuerza crece. Los temas son largos si se comparan con la duración de tres minutos de una cancioncilla comercial. En el jazz el tiempo es libre. Se escucha Brasil, compuesta por Calderazzo. Avanza el concierto con Hope, del baterista Tain. Es una pieza para ideas épicas, para el final de una gran película. Quizá para un triste adiós o una renuncia que dolerá para siempre. La música calma las almas atormentadas.

Más allá del músico callejero que gana unas monedas recargado en un poste, lo cual tiene su valor, Marsalis deja que el clarinete se sume a los demás instrumentos. Es la armonía de los maestros. El baterista recita una frase y el final es un largo adiós.

Marsalis ha tocado suites como Amor supremo, de John Coltrane, de 1964, y ahora explora otros caminos. Algunos especialistas lo definen como un músico poco común. A los 44 años obtuvo el Grammy por mejor jazz instrumental. La noche del sábado, en el Lunario, Marsalis mostró el nivel de su exploración en la música clásica y el jazz.

"¿Cómo se dice en español?", pregunta al público y hace una seña de que le cuesta trabajo respirar. "¡It´s... to much!"

A las 23:45 el cuarteto se despide. El público se retira satisfecho. Fue una noche de música de alto nivel con un integrante de la familia Marsalis, sinónimo de jazz y música clásica, y tres maestros que queman sus instrumentos buscando que el sonido alcance la velocidad de la luz.

 
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