Editorial
El infierno de Guantánamo
Ayer sábado, la autoridades de la base naval estadunidense de Guantánamo informaron que tres prisioneros, sospechosos de terrorismo, se suicidaron en sus celdas. Dadas las terribles condiciones y los tratos inhumanos que tienen que soportar las centenares de personas que permanecen ahí, varios organismos defensores de los derechos humanos habían advertido ya sobre la posibilidad de que algo así sucediera. El ejército estadunidense ha reconocido que desde que la cárcel de Guantánamo entró en funcionamiento, poco después de los atentados terroristas de septiembre de 2001, al menos 23 detenidos cometieron 41 intentos de suicidio.
Desde la apertura de la prisión de Guantánamo, innumerables voces han protestado por las irregularidades que rodearon el proceso contra los sospechosos y por los abusos cometidos contra ellos ahí dentro. El gobierno de Washington ha ignorado todas las críticas en su contra y ha impuesto un régimen de terror en esa y otras prisiones ubicadas en distintas partes del mundo. Basta recordar las atrocidades cometidas por soldados estadunidenses y británicos en cárceles ubicadas en Irak.
Para la organización humanitaria Amnistía Internacional (AI), la Casa Blanca rechaza cínicamente "las normas cuyo cumplimiento espera tan a menudo de otros. Las violaciones de derechos humanos que el gobierno de Estados Unidos es tan reacio a llamar tortura cuando son cometidas por sus propios agentes, son calificadas de tal todos los años por el Departamento de Estado cuando se producen en otros países". AI puntualizó que "las políticas de la guerra de Estados Unidos contra el terrorismo muestran que la prohibición de la tortura y los malos tratos no es tan 'no negociable' para esta administración". Estas consideraciones son compartidas por decenas de organizaciones humanitarias más, la ONU y la Unión Europea.
A pesar de los hechos, y de las innumerables protestas de la comunidad internacional, unas 460 personas de casi 35 nacionalidades distintas siguen recluidas en Guantánamo, muchas de ellas sin acceso a ningún tribunal, ni a abogados ni a visitas familiares. Por si fuera poco, los prisioneros son sometidos a interminables torturas que los lleva a tomar decisiones desesperadas. Cómo serán las condiciones que incluso aquellos curtidos por la guerra toman alguna alternativa extrema. Así, no es extraño que los prisioneros opten por declararse en huelga de hambre para protestar por las condiciones en las que se encuentran y que se hayan registrado decenas de intentos de suicidio.
En este contexto, es vergonzoso que funcionarios estadunidenses se hagan de la vista gorda cuando se les interroga sobre Guantánamo y las flagrantes violaciones a los derechos humanos que ahí se cometen. Declaraciones como la vertida recientemente por Emilio González, director de Ciudadanía e Inmigración de Estados Unidos, de que esa prisión "es el único lugar de Cuba donde se respetan los derechos humanos", o la profunda "preocupación" manifestada por el presidente George W. Bush al conocer la noticia de los suicidios en la base naval.
Conforme salen a la luz más pruebas de los abusos contra los detenidos en Guantánamo, y se manifiestan las consecuencias de esos maltratos, crece la urgencia de exigir el cierre de esa y otras prisiones estadunidenses que contravienen los más elementales principios de humanidad. Para ello, es clave que la comunidad internacional siga presionando a la Casa Blanca para cerrar Guantánamo. Ante este panorama, las autoridades estadunidenses deberían actuar en consecuencia como le exigen a medio mundo y poner a todos los detenidos a disposición de los tribunales de justicia, cumpliendo plenamente el derecho y normas internacionales de justicia procesal o ponerlos en libertad de forma inmediata e incondicional. Pedir menos sería como seguir consintiendo los abusos cometidos por Washington en su guerra contra el terrorismo.