Ante la carencia de agenda
Nadie medianamente enterado puede llamarse a sorpresa por el bajo nivel de contenidos y el nulo sentido de estrategia que mantiene el debate por la Presidencia de la República. A tan sólo 21 días de la elección, y luego del segundo debate, dos de las principales campañas se han centrado, quizá siempre lo estuvieron, en la descalificación, la filtración y, en resumen, en el escándalo mediático que tan buenos como efímeros resultados ofrece. Muy distantes están los esfuerzos de procurar un último estirón temático que permita posicionar la oferta en el centro de la atención de los electores.
Antes bien, si los abusos actuales en el ejercicio del poder indican o sugieren futuras conductas, mucho más atentos debiéramos estar en los resultados que los aspirantes ofrecen a lo largo de sus biografías. A los políticos se les evalúa por sus resultados; sus intenciones son expresadas en procesos como el que vivimos, es decir, en campañas. Mientras eso debiera centrar la atención, nos acostumbramos a que ante la ausencia de ideas y propuestas viables, el lugar lo ocupe la acusación. Es cierto, esta parte del quehacer político, que es desagradable, que es criticable, es a fin de cuentas una vía para señalar y vulnerar a los adversarios. El problema viene cuando se utiliza como eje de una contienda como la que ahora vivimos.
De seguir la tónica de la contienda como la observamos, el ganador será no el que tenga el mejor equipo o más experiencia para gobernar. Tampoco será el que haya realizado una intensa gira por el país, ni mucho menos el que pudo establecer compromisos y acuerdos con sectores productivos, académicos y sociales ganará el que tenga la mayor capacidad para producir ataques sustentados en el acceso a información (cuya procedencia regularmente es ilícita), así como en la producción de mensajes para radio y televisión. Día con día escuchamos o vemos producciones que atienden a temas de verdadera coyuntura y dejan su vigencia en cuestión de horas. La lucha por el voto parece en todo caso, la lucha por el poder en sí. Esto es, sin proyecto ni propuestas.
Por eso, llama la atención el gran desperdicio de la oportunidad por parte de esos equipos de campaña, donde las contiendas a diputados federales y senadores de la República no tan tenido la menor cobertura y dinamismo. Se han apoyado o soportado en lo que sus respectivos candidatos presidenciales han hecho. De allí, que el protagonismo de la personalidad (carisma, diría Max Weber) de presidenciables sea objeto y sujeto, eje y centro de alabanzas y críticas, de descalificaciones y reconocimientos. Permanecimos en una etapa primaria, elemental, del quehacer político y de la democracia. La persona antes que el proyecto. Por eso, no hay espacio para disensiones ni desviaciones.
La posibilidad de concurrir a unos comicios donde tres de contendientes tienen posibilidades de ganar, era el escenario propicio para demostrar nuestra capacidad de articulación de debates por el futuro de la nación. Sin embargo, perdimos la oportunidad. La agenda nacional quedó supeditada al salario del chofer y a la evasión fiscal de familiares, de uno y otro. El país merece otro tipo de tratamiento. A menos que con ánimo de competencia de futbol mundialista, demos paso al fair play o al juego limpio.
Llegó el momento de la templanza. La fase final en donde los llamados a radicalizar posiciones, a movilizar exigencias y a presionar sobre resultados, pueden echar por la borda lo hasta ahora alcanzado. Si los actores persisten en la descalificación sin más, podrán ganar la contienda mas no la conducción del país. Es el tiempo de la seriedad y serenidad para reflexionar el sufragio. Después no se aceptan quejas. Ya tuvimos seis años para comprobar que una buena campaña no garantiza un buen gobierno. Que las consignas del "hoy, hoy, hoy" se quedaron en el ayer. Pensemos.