Usted está aquí: lunes 12 de junio de 2006 Opinión El enigma de lo desconocido

José Cueli

El enigma de lo desconocido

Tempranito me fui al mercado de Tizapán por mi dotación de hielo, cervezas, carnitas, chicharrón, salsas, limones. Se respiraba la emoción de los asistentes vestidos de verde y caras pintadas. Los gritos de México y las bocinas retumbaban en el viejo mercado. Llegar a casa y esperar en compañía de la familia, el perro, el gato, el perico y los pájaros, el juego de futbol, al igual que la mayoría de los mexicanos. Hasta que llegó la hora señalada y la aparición de los jugadores en un estadio lleno de mexicanos. Lo único que no perdemos es la esperanza, en quién sabe qué; mientras se escuchaban los himnos nacionales de los países competidores me llamó la atención el rostro decidido del portero Oswaldo Sánchez y la mirada en un planeta interior de Rafael Márquez. Todo iba viento en popa degustando unos tacos de cabeza, de rechupete, cuando a los cinco minutos de iniciado el partido ¡zaz! Se va la luz. El gozo al pozo. La frustración al máximo y las mentadas, cariños al sacratísimo gobierno.

Treinta minutos después regresa la preciada corriente y con ella "lo denso, lo pleno". No se puede incurrir en la menor distracción, en el más pequeño desfallecimiento. No puedo pensar en nada más. Si pienso mientras observo todo se derrumba. La selección soy yo mismo, para no gritar el dolor en el vacío, de la vida cotidiana. Los jugadores correteando por el pasto tienen el poder, en estos mundiales, de darle un sentido a la vida. Al confrontar el juego a la línea del tiempo. A ese punto preciso, del tiempo donde puede surgir la creación. Una cierta creación, en lo que tiene de única, de milagrosa, al brotar del jugador. Así sea a costa de los improvisados iraníes. Al fin en todo deseo hay muerte al proyectar, fuera de sí, todo el exceso que nos habita. ¡Ah!, se me olvidaba decir que iba a escribir de la semana de corridas de toros, en Madrid, por la celebración del setenta y cinco aniversario de su plaza. Corridas en el ridículo por la invalidez de los toros.

 
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