Enfermedad y esperanza
La falta de consenso en muchas áreas de la medicina es una de las mejores fuentes para impedir que las normas o las reglas se apoderen del ejercicio médico. Al hablar de personas enfermas -uso personas con toda intención- la experiencia suele mostrar, con frecuencia, que 1+1 no es igual a 2 y que las respuestas de entes similares a tratamientos idénticos no suelen ser iguales.
La razón es obvia: yo digo que no hay seres humanos iguales -enfermos y médicos en este caso- mientras que los viejos refranes aseguran que "no hay enfermedades, hay enfermos". Es decir, cada persona merece tratamiento ad-hoc e individualizado. Esa necesidad suma dos realidades: la del ser y su historia y la del galeno y sus posibilidades. Y esa suma me remite al pretexto de este artículo: no existe consenso, ni en la forma, ni en "la dosis", por medio del cual se debe decir a los enfermos "toda la verdad", entendiendo que para algunos la cruda realidad y la falta de esperanza pueden acelerar el daño, o incluso, adelantar la muerte. El sutil balance consiste en ofrecer la información que requiera el enfermo sin mentir y sin distorsionar demasiado la realidad. Bajo esta óptica es lícito, e incluso en ocasiones sano no decir "toda la verdad". Ese tipo de acercamientos permite que la espera se lleve con cierto sosiego y que la esperanza no muera.
En La espera y la esperanza, Laín Entralgo escribe que "cualesquiera que sea la índole de aquello que se espera y la interpretación teorética del hecho de esperar, nadie podrá negar que la esperanza es uno de los hábitos que más profundamente definen y constituyen la existencia humana". Las ideas del pensador español me remiten a lo que alguna vez un viejo paciente comentó. Recuerdo su voz cuando afirmaba que en las peores épocas de su enfermedad solía esperar a su doctor, sobre todo después de las noches dominadas por el dolor, como se aguarda al amante, como se siembran las nuevas razones para vivir, como se desea la llegada del primogénito. La espera, continuaba comentando el enfermo, era un regazo bienhechor donde la esperanza no fenecía, a pesar de que siempre estaba salpicada de incertidumbre por desconocerse el resultado de los exámenes practicados el día previo. Finalmente, concluía mi amigo, la esperanza permite a algunos enfermos seguir construyendo y construyéndose en el día sin borrar ni mutilar la idea del mañana.
Reflexiones como las previas permiten entrever que lo que más les importa a muchos enfermos es que no se les abandone y que se les asegure que sus demandas, dentro de lo posible, serán escuchadas y con suerte satisfechas. Ese tipo de confianza, la que nace del apego médico y de la familia, es fundamental para quienes padecen patologías crónicas, y para enfermos terminales. Certezas como las previas, aunadas a la lealtad profesional y al cariño de los seres cercanos, pueden fortalecer la lucha contra la enfermedad, vitalizar la condición humana y confrontar con mayor dignidad el dolor y las pérdidas, incluyendo el terrible reto que implica la inminencia ante la propia muerte. No abandonar a los enfermos es, por supuesto, una de las máximas obligaciones de la medicina.
La esperanza siempre es una buena razón para seguir bregando. En muchas circunstancias es imperativo fomentarla para permitir al paciente que cumpla sus "últimos propósitos". Para ellos, y para sus seres cercanos, despedirse de los seres queridos, recibir la visita de personas que acuden de lejos, participar en un acto familiar o realizar un pequeño viaje, pueden ser motivos suficientes para que el paciente asimile "mejor" el final y para que los seres cercanos recuerden los últimos días con la simbiosis que proviene del dolor y de la muerte, pero, también, con la fuerza del cariño, de la escucha y de los elementos que fomentan la dignidad.
Para lograr esos propósitos los expertos sugieren que los problemas del enfermo deben confrontarse de acuerdo a lo que sucede cada día, prestando especial atención a las quejas que pueden ser resueltas o, al menos, aminoradas, como son el dolor, el insomnio, la angustia, la náusea. En ese bregar, en ese entender el significado del día a día, es importante recordar que la esperanza, sobre todo en las personas muy enfermas, cambia y se modifica continuamente. Para muchos basta vivir unos cuantos días más, para otros recibir una noticia buena acerca de algún ser querido enfermo, y para los más tener la posibilidad de despedirse o reunirse con los seres amados por última vez puede ser la esperanza que llene el día que transcurre, el hoy. La esperanza para el mañana será otra: esperar a que llegue el próximo día puede ser suficiente.