György Ligeti (1923-2006)
En 1956, el largo brazo armado del Kremlin sofocó brutalmente las aspiraciones libertarias de Hungría, acto que tuvo como una de sus múltiples consecuencias la fuga de numerosos creadores húngaros de talento. Entre ellos estaba el genial compositor György Ligeti, quien al salir de Hungría se estableció primero en Austria y más tarde, de manera definitiva, en Alemania. Es probable que el exilio forzoso de Ligeti haya sido un caso paradigmático del refrán ''no hay mal que por bien no venga".
El ambiente cultural y musical en el que Ligeti creó sus primeras obras era bastante cerrado y reaccionario, lo que durante largos años le impidió conocer las teorías musicales más recientes y la música de sus colegas de otras latitudes de Europa. Así, su mudanza hacia occidente permitió a Ligeti ponerse al día con gran rapidez, y muy pronto se convirtió en una de las voces más importantes e interesantes del ámbito musical contemporáneo, jerarquía que conservó hasta su muerte, ocurrida el lunes 12 de junio de 2006.
No deja de ser interesante, y hasta cierto punto paradójico, que este severo, complejo y profundo compositor húngaro se haya hecho de numerosos seguidores (la mayoría de ellos jóvenes) mediante dos películas de Stanley Kubrick, radicalmente distintas entre sí. La primera, una portentosa épica filosófica de ciencia ficción; la segunda, una inquietante fantasía erótico-onírica con profundas implicaciones sicoanalíticas.
En 1968, Kubrick dio a conocer su obra maestra cinematográfica, 2001: Odisea del espacio, cuya banda sonora incluyó tres obras de Ligeti: Atmósferas (1961), Réquiem (1963-1965) y Lux aeterna (1966). Tres décadas después, en 1999, Kubrick concluyó la edición final de su última cinta, Ojos bien cerrados, un par de días antes de su muerte. De nuevo, la música de Ligeti tuvo un papel protagónico en el soundtrack, en este caso con la presencia de su Musica ricercata No. 2 (1950-1953).
A la mitad del camino, en 1980, Kubrick había utilizado un fragmento de otra obra de Ligeti, Lontano (1967) en la banda sonora de su película El resplandor, acotación musical de la que muy pocos cinéfilos-melómanos se acuerdan. Un par de años después de la muerte de Kubrick, en el emblemático año de 2001, su cuñado Jan Harlan realizó un documental titulado Stanley Kubrick: a life in pictures, que contiene una buena cantidad de fascinantes materiales inéditos. Entre los testimonios que Harlan incluyó en su documental hay uno, particularmente significativo, de György Ligeti, en el que el compositor habla de la inclusión de su pieza para piano en la pista musical de Ojos bien cerrados:
''Yo estaba en la Hungría estalinista y terrorista, donde esta clase de música estaba prohibida, y yo la escribía para mí mismo. Stanley Kubrick entendió el drama de ese momento, y eso es lo que hizo en su filme. Y para mí, cuando compuse la pieza en el año 1950, fue un acto de desesperación: esta música era una puñalada en el corazón de Stalin."
No deja de ser significativo el hecho de que esta poderosa Musica ricercata No. 2, la puñalada al corazón de Stalin, sea una de las piezas más engañosamente sencillas jamás escritas, ya que está construida con solamente dos notas del piano. En el otro extremo, Ligeti creó obras de una complejidad interna enorme, cuyo mérito principal radica en que esa complejidad nunca fue obstáculo para la expresividad, elemento que muchos de sus contemporáneos olvidaron.
La notable herencia sonora de Ligeti está caracterizada por un catálogo de obras que aluden por igual al intelecto y a la emoción, y que además tienen un subtexto político e ideológico importante, que es un producto lógico de su origen y sus circunstancias.
Ligeti nació y vivió sus primeros años en el corazón de Transilvania; su familia era de origen judío y su padre fue un socialista utópico. Al paso de los años, le tocó sufrir en carne propia la opresión comunista y la opresión nazi, y durante un largo tiempo, su música fue clandestina. Hoy, Ligeti es considerado con plena justicia uno de los compositores indispensables de nuestro tiempo.
En marzo de este año, la pianista Lucille Chung tocó el Concierto para piano de Ligeti en la sala Nezahualcóyotl, y un sector recalcitrante del público silbó y abucheó la obra. El pasado fin de semana, Jennifer Koh interpretó su Concierto para violín en el mismo espacio, ante un público de oídos más abiertos, y el resultado fue un largo y cálido aplauso, un apropiado Réquiem para este notable compositor contemporáneo.