Editorial
Medio Oriente: debe terminar la barbarie
Ayer el ejército de Israel negó haber tenido responsabilidad en la explosión que mató a siete miembros de una familia palestina en una playa cercana a la ciudad de Beit Lahia de 49 años el mayor y de cuatro meses el menor, y a otros tres civiles, en la que se ha considerado como la jornada más sangrienta de la franja de Gaza desde diciembre de 2004. Según el informe castrense, las muertes habrían sido ocasionadas por el estallido de un artefacto enterrado en la arena y no por los proyectiles que lanzaron las fuerzas israelíes desde tierra y aire sobre esa playa la tarde del pasado viernes, el primer día de vacaciones para los escolares. Sin embargo, Mark Garlasco, un experto en daños de guerra, puso en duda esa conclusión y aseguró que todo apunta a que un proyectil del ejército de ocupación fue el causante de la explosión.
Un camarógrafo de la agencia palestina Ramattan videograbó a Huma, la niña de 11 años que en el bombardeo perdió a su padre, a cuatro hermanas, la segunda esposa de su padre y al bebé de ésta. Ella y un hermano fueron los únicos de la familia que salieron ilesos. En el video, que fue ampliamente difundido en el mundo árabe así como en una fotografía que se reproduce hoy en estas páginas, se ve a Huma gritando y corriendo horrorizada alrededor del cadáver de su padre. Este testimonio gráfico es una muestra del drama que han vivido cientos de familias en casi seis años de intifada, lapso en el cual han muerto 704 menores palestinos, según la ONG Betselem. Este saldo, aunado al que han dejado los ataques terroristas de la resistencia islámica contra blancos militares y población civil de Israel, revela el rostro más cruel del conflicto en Medio Oriente y de la espiral de violencia que parece eliminar los espacios para la negociación y el entendimiento.
Mientras la muerte de inocentes sigue en aumento, el mundo occidental, particularmente Estados Unidos y la Unión Europea, actúa con pasividad o, peor aún, con tolerancia hacia las incursiones bélicas del gobierno de Tel Aviv sobre los territorios ocupados, por un lado, y con sanciones y enérgicos llamados al desarme hacia las autoridades de Ramallah, por el otro. Washington, al igual que París y Londres, parecen olvidar que más allá de los intereses geopolíticos y de la delimitación de fronteras persiste, de uno y otro lado del conflicto, el drama cotidiano de familias rotas, niños y jóvenes sin futuro, porque están expuestos a perder la vida de un momento a otro en un ataque terrorista de las milicias palestinas o en un bombardeo "selectivo" del ejército israelí para aniquilar a los dirigentes de la Jihad Islámica o de Hamas.
Es inaceptable que cuando están a punto de cumplirse seis años de esta última intifada, las potencias mundiales no hayan logrado, con la fuerza de la razón, llevar a los belicistas de uno y otro lado del conflicto a dejar atrás la barbarie para resucitar un proceso de paz que necesariamente tendría que pasar por el reconocimiento al derecho de Palestina a existir como Estado, y la renuncia de los integristas islámicos a su propósito de destruir el Estado de Israel. Los partidarios de la guerra son quienes han estado avivando la flama de la violencia, pero la realidad urge a abrir espacios para el diálogo y la negociación.
Hacia ese propósito debieran encaminarse, de manera impostergable, los esfuerzos de quienes, en otros momentos, se han erigido como los principales mediadores en el conflicto. Sin embargo, el camino hacia la paz seguirá obstaculizado si el gobierno de George W. Bush, quien encabeza a la mayor potencia mundial, sigue empecinado en su guerra contra el terrorismo cuya ilegalidad y barbarie se expresa en la aniquilación de los enemigos, como ocurrió con el impresionante bombardeo lanzado para asesinar a Abu Mussab Al Zarqawi. El terrorismo de Estado y el terrorismo de las fuerzas de resistencia contra la ocupación en Palestina persiste una ocupación militar similar a la que tiene lugar en Irak son serpientes que se muerden la cola. Es urgente que la comunidad internacional, encabezada por Naciones Unidas, obligue a los belicistas a hacer un alto y comprometerse con las mejores obras de la civilización: el diálogo y la convivencia pacífica.