La recta final
El debate y su escándalo posterior confirman que la disputa presidencial es entre dos. No se trata, como hace seis años, de un referendo sobre la permanencia del PRI. Se trata de si los próximos años caminamos por la derecha o por la izquierda: hay dos proyectos de futuro claramente distintos que expresan esa diferenciación ideológica.
Las encuestas, actoras también en la lucha electoral, han ido construyendo una imagen en la que quienes definirán el resultado son los indecisos. El porcentaje de este electorado volátil varía, pero no es menor de 15 puntos porcentuales. Si eso fuera cierto, ganar ese electorado es lo que se disputan las dos opciones. La actitud en el debate de López Obrador y de Calderón apuntan a que ésa es ciertamente una arena crucial.
En la contienda electoral se ha construido otra imagen en la que quienes pudieran decidir la elección son los votantes del PRI, que representan cerca de 20 por ciento del electorado. Se trata, otra vez, del voto útil. En esta ocasión el asunto es ideológico y, en consecuencia, con priístas de todos los colores y sabores; el asunto es romper su precaria disciplina y repartirse los votos.
Con preferencias electorales repartidas entre los verdaderos competidores lo que sigue es el despliegue de, al menos, dos estrategias para AMLO y de la reiteración del mensaje panista. Para conquistar a los electores volátiles el planteo perredista será mesurado. Sin embargo, lo que más pudiera ser del interés de indecisos y priístas es el desarrollo de la propuesta central de la izquierda: las políticas públicas. Las que tendrán que ser financiadas cuidando los equilibrios macroeconómicos. Ello no es trivial. Entre esos propósitos hay una contradicción innegable.
No hay razón para descuidar la inflación. AMLO ha aceptado la autonomía del banco central. Pero sin el objetivo de cuidar la creación de empleos es indudable que alzas en las tasas de interés internacionales pudieran provocar incrementos muy serios en las tasas domésticas, generando presiones fiscales que pudieran restringir la capacidad de acción presupuestal y, con ello, se impondrían límites insalvables a las políticas expansivas. Sin duda, hay un margen básico establecido por la disminución de las remuneraciones de los altos funcionarios, pero ello sólo compensará las reducciones de precios de gas, gasolina y energía eléctrica.
Lo central de las políticas públicas es resolver los problemas sociales que se han generado con 25 años de neoliberalismo. Desempleo, marginación, concentración del ingreso, ausencia de posibilidades de educación superior, migración, ruptura familiar, inseguridad son el producto de un régimen excluyente. Resolverlo implica recuperar la capacidad de crecer y generar empleos formales con remuneraciones adecuadas. Esto no será posible sin inversión pública. Sin ese impulso seguiremos padeciendo un estancamiento estabilizador.
Los requerimientos para sacar a Pemex de su marasmo industrial significan recursos que pueden provenir de los enormes excedentes generados por precios. Harán falta, sin embargo, recursos adicionales que exigirán mayor recaudación. Los ingresos públicos tendrán que fortalecerse para cumplir con las exigencias de una propuesta incluyente. Simplificar la legislación tributaria y confiar en los contribuyentes será decisivo. Pero otra vez puede resultar insuficiente. Ampliar la base de contribuyentes y modificar la tasa para los estratos de altos ingresos, el uno por ciento de los causantes, ayudaría sustancialmente.
Con precisiones de este tipo, López Obrador pudiera ganar el elusivo electorado volátil y a los priístas que conservan los valores ideológicos del nacionalismo revolucionario que, indudablemente, se beneficiarían de una dinámica económica que permita un crecimiento alto y sostenido, con mejoras sensibles en los ingresos per cápita.
Calderón sólo tiene en su arsenal las dos estrategias que ha utilizado. Seguir denostando a López Obrador, aunque los rendimientos de esa campaña no nada más han decrecido, sino que empiezan a revertirse. La otra es convencer de que él no hará lo que Fox. El sí podrá cumplir con lo ofrecido. Tomará distancia de un presidente torpe e ineficiente. Ello reduce el asunto a si genera confianza. Lo mismo ocurre con la campaña contra López Obrador. La supuesta deuda en ascenso, la crisis y todos los males que vivimos en los ochenta sólo son creíbles si uno confía en Calderón. Así que su apuesta es a convencer no de votar por él, sino de no votar por López Obrador.
Con la crisis provocada por el cuñado incómodo el resultado parece decidido.