Usted está aquí: jueves 15 de junio de 2006 Opinión Gran investigadora: Dolores Bravo

Margo Glantz

Gran investigadora: Dolores Bravo

La Facultad de Filosofía y Letras rindió homenaje la semana pasada a María Dolores Bravo en sus 40 años en la Universidad Nacional Autónoma de México, dedicados íntegramente a la docencia, la investigación, la publicación de ensayos originales, indispensables para cualquier estudioso que desee ahondar en los estudios novohispanos.

En todas sus actividades, María Dolores trabaja con pasión inigualable, sensibilidad, rigor, intuición y disciplina ejemplares; con una gran generosidad para compartir sus conocimientos y sus descubrimientos con alumnos y colegas, cualidad escasa en nuestro gremio.

Conocí a María Dolores desde aquellos felices años en que nuestra universidad estaba clasificada como una de las mejores del mundo, antes de que, asediada por todas partes, como la mayor parte de las universidades de América Latina, casi todas excelentes, fuera deteriorándose poco a poco por fuerzas extrañas que pugnaban por abolir la educación pública para hacer de ella una industria privada. Casi lo han conseguido, afortunadamente no han podido ni podrán destruirnos.

Por lo menos desde 1988, Dolores empezó su doctorado sobre Antonio Núñez de Miranda, el confesor de Sor Juana Inés de la Cruz, para quien la monja jerónima escribió la Carta descubierta hacia 1980 por el padre Aureliano Tapia Méndez. Núñez, el villano de la comedia, calificador del Santo Oficio, director de conciencias, autor de túmulos funerarios, villancicos, cartillas, manuales, ejercicios espirituales, célebres sermones; alto funcionario eclesiástico, prefecto de la Congregación de la Purísima y comulgador penitente, quien gracias a nuestra autora resucita con todas sus cualidades y sus defectos, Núñez, de quien mucho se hablaba pero poco se leía y quien, gracias a la doctora Bravo, ha recuperado su estatura y también sus escritos.

Publicada en 2001 con el título El discurso de la espirituald dirigida, destaco un capítulo destinado a construir la biografía de Núñez de Miranda por sí mismo, basada sobre todo en la hagiografía escrita por su discípulo, Antonio de Oviedo, y otros autores contemporáneos y del siglo XVIII. A partir de ellos se esboza una imagen extrema, santificada, del jesuita, común y corriente en esa época, y un tanto equívoca para la nuestra; sus actos de devoción colindan a veces con el hurto y el engaño; lo caracteriza además una falsa modestia, una caridad sospechosa, una habilidad de prestigitador para llevar a cabo aparentes milagros, mientras despliega una severidad excesiva, mal humor, lleva a cabo actos arbitrarios y siente un temor extremo a perder la castidad ante las mujeres, según se deduce de las palabras que de un Memorial autógrafo cita Oviedo y transcribe MD: ''Con las Señoras gran cautela en los ojos, no dejarme tocar, ni besar la mano, ni mirarlas al rostro o traje, no visitar a ninguna sino con calificado e inevitable motivo, suma cautela y circunspección..."

Preceptos aún más severos destinados a las monjas son los que María Dolores transcribe de la Plática doctrinal de Núñez de Miranda, centrados en dos aspectos medulares: la obligación del estado conventual, en torno a los cuatro votos y la descripción minuciosa de la ceremonia de profesión, unida a la profunda reflexión de lo que significa convertirse en esposa de Cristo:

''Es renunciar todo su libre albedrío en el superior, con mucho más y mayor sujeción que la del esclavo a su amo, la del hijo a su padre y la mujer a su marido, porque se le sujeta como a Dios..., como criatura a su Criador.... porque el primer principio supuesto y asentado en esta importantísima materia es que el súbdito no ha de mirar ni oír al superior, en cuanto le manda, como a hombre sino como a Dios".

En su deseo de ser obedecido ciegamente y en ocupar de manera casi blasfema el lugar del Creador, Núñez se ocupaba de la instrucción de las que habían de ser monjas desde una edad muy temprana, visible en varios documentos estudiados y descubiertos por Bravo entre los tesoros que guarda nuestra Biblioteca Nacional y varios de los más importantes archivos nacionales de la capital y otras ciudades. Escritos mencionados a menudo, pero soslayados despectivamente con el epíteto de hagiográficos por la mayor parte de los sorjuanistas, algunos de ellos muy celebrados y famosos.

Finalizo aquí este breve texto, he pretendido rendir un mínimo homenaje a esta infatigable investigadora; lo esbozo con el deseo expreso de que sus libros se conozcan y se difundan.

 
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