ANTROBIOTICA
Todos tus orificios
Ampliar la imagen Preparación de lechón en el Mesón del Cid FOTO Roberto García Rivas
UNO. IMPROBABLEMENTE, A la exploración de los orificios la anticipa un lechoncito de tres semanas de nacido que se diría nos mira a P y a mí desde una mesa de metal, con los microbrazos extendidos como si quisiera alcanzarnos, la piel ambarina, olorosa a romero y al menos tres huecos dispuestos hacia nosotros: una boca que casi sonríe, como la de un niño a punto de estar contento (todavía no; pronto) y dos hoyitos que son apenas el recuerdo de las orejas que alguna vez prometieron que estarían ahí. Los ojos permanecen ahí, apagados y como cubiertos de una telilla amarillenta. El mesero (estamos en el Mesón del Cid, en Humboldt, Centro) se para junto al cochinillo, pierde la vista en el ventanal y recita unos versos indiferentes que hablan de la bestia, de algún lugar de España, de yantares, de reinos de la Edad Media; luego, aún más indiferente, moja al marrano con un líquido y le prende fuego: huele a yerba quemada, a piel, a rosticería; toma un plato y con tres golpes lo despedaza. La mitad -piel de caramelo, carne suave, costillitas que cogemos con las manos, un riñón pequeño como un testículo humano, alioli, una rebanada de jitomate- es para nosotros. No es perfecto este animal, pero lo parece, y su muerte es buena razón para beber: vinos, otros vinos, vodkas; para que los bares de la Zona Rosa ejerzan su llamado; para que Amberes ("la primera calle gay de México") enrosque su rectitud; para que las luces se apaguen o se enciendan.
DOS. CATULO, EL ardoroso Catulo, lamenta en un poema que su querido Licinio se haya limpiado el robado beso, que lo haya escupido, que haya injuriado ese momento; Villena empieza a reprenderse: "Estás, alguna vez, al borde del desprecio. / Piensas que son ineptos, elementales, pobres, / que reiteran sus penas como un círculo obtuso; / y te da asco pensar que se acuestan con tantos, / o que gimen pasión con delirio fingido..."; y, en otro lado, aquel chapero cuela cierta resignación en su discurso: "Nunca pensé hacer eso. / Sencillamente me daba asco / aunque yo hubiese disfrutado de chaval / con otros chicos, tú ya sabes... / Pero ¿qué tiene que ver? / Luego te faltan las pelas, / no dura el curro, / en tu casa dicen que te busques la vida, / y un amigo te da la solución." Pero los tres pisos del Boybar de Amberes, el sábado 10 de junio de 2006, son -no sé si siempre o nomás esta vez- libres de lamentos por besos robados, de reprensiones, de resignaciones: todo aquí es estroboscópico (si yo supiera cómo, este texto también lo sería): OV7 estalla en el aire, Thalía estalla también, Paulina Rubio, RBD; por unos segundos nada parece estar mal: los tragos nos van embotando el cerebro, el calor ya ha hecho que varios se quiten las camisetas, los besos empiezan a reproducirse como gremlins urgidos de algún líquido, como cucarachitas que dejan sus recovecos cuando apagas la luz; las erecciones se acercan por todos lados, se te recargan en los muslos, en las nalgas, en la pelvis, it's raining men, ¿no?; también las tetas se acercan, y los culos, los cuellos están empapados de una dichosa mezcla de baba con sudor; tomas de la mano a dos personas mientras J.Lo, mezclada con Tenaglia, por fin cachondea desde las tornamesas; los tres giran, se abrazan; ¿dónde me había metido este año, perdido en los espacios más ñoños del Centro, carcomiéndome el alma con poemas que a nadie le hacen bien?; vámonos al cuarto oscuro, no se te olvide dejar afuera la cartera y el celular; y esto sí es la fiesta de manos, de vergas y de bocas, abre la boca, sonríe aunque nadie nunca vaya a volver a ver tus dientes, besa, quítate eso, bájate los pantalones o siquiera el cierre; mira, ven, extiende los dedos, encoge los dedos, saca la lengua, no me muerdas, muérdeme poquito; ¿a qué sabe todo esto?, sexo, saliva, sudor, alcohol a morir, salado, a polvo también o a mugre; ¿cuánto tiempo llevamos acá?, hay otros penes, más chicos, más gordos, o más largos, y anos y dedos flexibles, esto sí es la exploración, alguien que prenda la luz ¿o cómo le voy a hacer después para acordarme?; más alcohol y por encima de la sensación de tanto líquido en la carne ya empieza a untarse, desde afuera, la voz de Mónica Naranjo y un recuadrito de luz y un golpe de sed en la garganta nos recuerdan que también hay vida junto a la barra, ¿y si nos salimos un ratito?
TRES. ROCIO TAMBIEN está afuera: nos abrazamos como si no nos hubiéramos visto en años. Los tragos se acaban. Un jocho final sobre Amberes que sabe a demasiadas cosas: un jocho indescifrable. La noche, escribió no sé quién hace 100 años, no desciende como un abrazo o un manto sobre la ciudad o la montaña, sobre los vivos o los muertos, sobre la tierra; la noche asciende desde los antros y las grutas: no nos tapa, nos engulle. Bajo el cielo que empieza a ser azul a las cinco de la mañana pienso en esas palabras, pienso que tienen razón y pienso también: nunca había sudado tanto.