Musicólogos en Zacatecas
Zacatecas, Zac. Hace unos días se llevó a cabo en esta ciudad el tercer Foro Nacional sobre Música Mexicana, organizado y auspiciado por el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, el Centro Nacional de las Artes, el Cenidim, el Instituto Nacional de Bellas Artes y varias instituciones académicas y culturales zacatecanas.
El hilo conductor del foro fue un homenaje al compositor moreliano Miguel Bernal Jiménez (1910-1956) en el cincuentenario de su muerte. De manera congruente con el perfil de Bernal Jiménez, el foro tuvo como tema central Música y músicos a lo divino. Bajo este lineamiento, el encuentro se desarrolló mediante una serie de ponencias y conferencias magistrales, complementadas con un par de conciertos, así como presentaciones de libros y discos producto de diversas investigaciones musicológicas. Durante mi fugaz paso por este foro pude hacer algunas observaciones que comento a continuación.
Para empezar, fue muy interesante notar que las ponencias y las conferencias magistrales fueron impartidas por musicólogos (y buen número de musicólogas) asociados a instituciones académicas de diversas ciudades y estados (particularmente aquéllos con importante actividad de investigación), promoviendo así una especie de federalismo musicológico que, en buena hora, reta al eterno centralismo que se padece en nuestro medio cultural. Por otro lado, una revisión de los temas de las ponencias y conferencias muestra una abundancia notable de discusiones sobre músicas y músicos catedralicios y asuntos afines. Sin embargo, esta vertiente del foro fue saludablemente balanceada con la inclusión de un buen número de ponencias en las que se trataron temas relacionados con rituales religioso-musicales de diversas etnias y comunidades tradicionales de la geografía mexicana.
También fue notable el hecho de que una proporción sustancial de los temas tratados giró alrededor de instituciones, obras y músicos anclados en el periodo virreinal de nuestra música, siendo escasas por contraste las propuestas relativas a la música y los músicos de nuestro tiempo. Sin duda, de este hecho será posible sacar algunas conclusiones interesantes sobre el papel que juega (o no) la música sacra o religiosa en el perfil de la composición mexicana contemporánea.
Ahora bien, como suele suceder con frecuencia en foros como éste, si las ponencias y conferencias ofrecidas (me refiero a las que yo escuché, pero no dudo en extrapolar al resto del foro) resultaron muy interesantes por su contenido, en ocasiones lo realmente atractivo ocurrió durante las discusiones posteriores, momentos en los que salieron a la luz datos, temas y polémicas sorprendentes. De entre todo ello, elijo dos asuntos que llamaron particularmente mi atención.
1. La existencia de algunos musicólogos extranjeros que no gozan de muy buena reputación en nuestro medio, debido a su costumbre (casi equivalente a un nuevo coloniaje cultural) de venir a México, saquear nuestros archivos musicales, apropiarse de investigaciones realizadas por musicólogos mexicanos, y publicar sus tesis-collage a partir de materiales pirateados, sin dar los créditos correspondientes.
En este ámbito de las discusiones, fue mencionado con particular insistencia el nombre de Craig Russell, como uno de los más dañinos entre estos musicólogos corsarios. Se refirió también que, como consecuencia de esto, hay bibliotecas estadunidenses (en Chicago y Los Angeles, por ejemplo) en las que se encuentran, literalmente, cientos y cientos de partituras de música mexicana, fuera del alcance de nuestros musicólogos e intérpretes. Ese sí es un patrimonio que habría que luchar por recuperar a toda costa, en vez de rasgarse las vestiduras por el llamativo pero inútil penacho de Moctezuma.
2. El hecho de que en varias iglesias y catedrales que poseen archivos musicales importantes (la referencia fue a Guadalajara y Morelia, especialmente) los custodios, sacristanes y prelados suelen negarse sistemáticamente a permitir el trabajo de los musicólogos mexicanos sobre los materiales que ahí se encuentran.
Es hora de que alguna autoridad haga saber a esos celosos cancerberos de iglesia que tanto los templos como las obras de arte, los órganos y los archivos musicales que custodian son patrimonio cultural de la nación, y no del obeso obispo o del petulante cardenal en turno.
El problema es: ¿quién en esta administración cultural yunquista-macielista se atreverá a dar los pasos necesarios para poner a los curas en su lugar, y hacer que esos materiales estén al alcance de quienes deben estudiarlos y difundirlos?