Campañas: curva final
Después de un largo, larguísimo y azaroso trayecto con curvas y trampas, las campañas para la renovación de poderes federales entran en la etapa final. Quedan escasos ocho días para el cierre de las mismas y el panorama, por más que quiera verse incierto por muchos actores interesados en pronosticar una lucha cerrada entre tres contendientes, luce, desde otra perspectiva un tanto más realista, favorable hacia uno de los aspirantes a la presidencia: Andrés Manuel López Obrador. Así se llega no tanto si se observa la película que develan las encuestas recientes que han sido publicadas, sino más allá de ellas, en los hechos cotidianos. El horizonte ansiado que aguarda para el 2 de julio aparece cuando se le enfoca, con el cuidado y la atención debida, desde una variedad de hechos sucesivos de la terca realidad.
De las cinco formaciones partidarias sólo tres entraron en la competencia efectiva por el poder. Las dos restantes pelean por obtener el registro que les garantizaría entrar, con el aval del analfabetismo funcional de millones de mexicanos, al círculo de los elegidos por el subsidio público. Se podrán trasformar, entonces, en minúsculos grupillos de presión a cargo de uno, dos o tres personajes, encapuchados unos, a la descubierta los demás.
La euforia del oficialismo ha pasado. Su candidato, a pesar de haber sido el beneficiario de una aparente bonanza de simpatías durante los meses de abril y mayo, ha vuelto a ocupar el lugar que, por sus propios méritos, puede rellenar. De aquí en adelante Calderón tendrá que luchar, a brazo partido, para no dejarse alcanzar por un envalentonado Roberto Madrazo, quien, con sustento en el aparato partidario, aprieta el paso final.
Lejos quedaron ya los apoyos difusivos que el Ejecutivo federal le acercó a su preferido. El enorme, costosísimo e inmoral esfuerzo publicitario desplegado desde la Presidencia logró parte de su cometido, es cierto. Pero esos golpes de auxilio a Felipe han perdido fuerza definitoria. Fueron absorbidos por la maraña de acontecimientos sucesivos que envuelven a los electores. Sin ese empuje ilegal a su lado, las cosas vuelven a madres y se ajustan con sus cauces anteriores.
Los efectos de los mensajes negativos que el PAN y sus asesores desataron contra el perredista tabasqueño también encuentran, por estos futboleros tiempos, rendimientos decrecientes y hasta regresivos. Poco añadirán a la inquietud de los indecisos y menos intimidarán al electorado ya decidido en sus preferencias.
Las alarmas que hace sonar Calderón y compañía sobre el caos por venir, si López Obrador llega al poder, no atizan el terror. Sus comparaciones con el priísmo de antaño son tan forzadas como contrahechas. Nada hay en la oferta del tabasqueño que se parezca a lo que hicieron o propusieron Salinas o López Portillo, menos aún a lo que marcó la presidencia de Echeverría.
La serie de suposiciones que se hacen en los espots panistas, por su rebuscamiento y a pesar de caer sobre una tierra previamente sembrada de infundios y rumores, no han podido cimentar la estrategia de miedo o alentar los rencores que perseguían. Con seguridad, la asistencia a las urnas será masiva y, con ella, la legitimidad del próximo gobierno quedará sellada.
Los frutos que López Obrador fue sembrando en su penoso, dilatado tránsito por los caminos del país, se pueden ya notar a simple vista. La consistencia que alcanzó en las preferencias ciudadanas, sobre todo en esa mayoría de afectados por 25 años de postración, lo mantiene a la cabeza, a pesar de algunos titubeos o errores.
Los cierres de campaña que lleva a cabo no dejan de asombrar a los más indiferentes. Constatar las masivas asistencias en ciudades importantes, como Villahermosa, Cancún o Culiacán, ya son lugares comunes y referencia obligada en las noticias del día. Pero lo sucedido en La Laguna es un toque que viene desde lejos, de abajo, pero también de muy cerca. Los mítines de lugares remotos como los que AMLO armó en Yucatán, Chiapas o Durango, revelan la hondura con la que ha calado su esfuerzo movilizador.
La manera con la que López Obrador ha sabido penetrar eso que llaman el México profundo no es gratuita: la entiende, la ha visto en su largo peregrinar por los polvorientos caminos del país. Contrasta con la indiferente ausencia de Calderón para tocar los sucesos nacionales que vienen afectando el ámbito público de forma paralela: Atenco, Oaxaca o Las Truchas son rijosas realidades que le pasan al panista por las narices sin que atisbe a pronunciar una sola frase de rechazo, de consuelo, menos aún un compromiso de futuro gobierno. Apoltronado en la comodidad de aviones particulares, en rodantes oficinas de lujo o en reuniones cerradas, Calderón pergeña algunos auditorios que ha combinado con tres, cuatro, una media docena de actos masivos. Eso es todo. Espera el apoyo de los beneficiados por los programas gubernamentales para reclutar el ejército con el cual pueda movilizar a sus votantes y vigilar casillas. Sin ellos, los panistas están perdidos. A diferencia de Madrazo y AMLO, que han integrado sus propias redes humanas para tal logística, Calderón confía que la bonanza económica artificial (que se ha inducido con el gasto público desatado desde finales del año pasado y que se refuerza con el de este trimestre de 2006) lo catapulte a la victoria.
La faena popular del 2 de julio ya cercano no claudicará por semejantes patrañas o muletillas. El amanecer del día 3 encontrará a un México dispuesto a celebrar su vida democrática, a pesar de que la profecía fundada que se ha descrito arriba pueda ser fallida.