Sonría, vamos a ganar (y con legitimidad)
Estamos a 10 días de las elecciones para el cambio de poderes federales en México. Cinco candidatos a la Presidencia, tres posibles ganadores, uno de éstos ganará. El grueso de los electores se dividirá en cuatro partes más o menos semejantes: una por la abstención, otra por López Obrador, una tercera por Calderón Hinojosa y una cuarta por Madrazo Pintado.
Algunos opinionistas han dicho que el ganador no tendrá legitimidad porque sólo votaría por él 25 por ciento de los ciudadanos empadronados, en el mejor de los casos. Esto es un sofisma. En toda elección digamos normal, es decir, cuando no se trata de situaciones excepcionales, los electores se dividen en favor o en contra de los principales candidatos competitivos. Si éstos son dos, los resultados se acercan a la mitad de los votantes, uno obtendrá por ejemplo 52 por ciento y el otro 48 por ciento. Si son tres, se trata de tercios. Más de tres es poco común, y dos terminan por ser los verdaderamente competitivos. ¿Y qué es lo que hace que un candidato sea competitivo? Algo muy sencillo: que tiene casi las mismas probabilidades de ganar que los otros también competitivos. (Si los sofistas tuvieran razón -anoto entre paréntesis- tendrían que concluir que en los regímenes totalitarios, donde sólo existe un partido, el ganador tiene toda la legitimidad, y tendrían que concluir también que los totalitarismos son las formas más democráticas del mundo, lo cual sería un contrasentido.)
Los candidatos de minoría, es decir, de los partidos Alternativa Socialdemócrata y Nueva Alianza, o pierden o sirven, en sistemas a dos vueltas (que no es nuestro caso), para apoyar a uno de los que sí son competitivos. El llamado partido de la abstención está compuesto mayoritariamente por los indiferentes, más unos cuantos que creen que no votando demuestran su rechazo al sistema de partidos cuando en realidad están aprobando al partido y al candidato que favorezcan con su voto los ciudadanos del tercio ganador, pues uno de éstos tendrá que ganar, aunque sea por un voto de diferencia. Los abstencionistas, paradójicamente, les estarán dando su no voto a los candidatos perdedores y permitirán, con su indiferencia o "rechazo", que gane uno de los competidores. Es un error, por no decir tontería, abstenerse, pero cada quien está en su derecho de hacer lo que quiera, incluso tonterías. Es parte de las democracias electorales donde la abstención no está sancionada con algún tipo de penalización. En México votar es un derecho más que una obligación.
En toda sociedad no homogénea hay posiciones políticas diversas, incluso cuando éstas no son del todo conscientes. Sólo en los regímenes totalitarios la sociedad es aparentemente homogénea, pero en el fondo, en la intimidad, cada cabeza es un mundo. Si en las sociedades modernas no hubiera partidos y cada quien pudiera proponer a su candidato, habría miles o millones de candidatos, incluso algunos autopropuestos, pues siempre hay alguien que piensa que el mejor gobernante sería él o ella. Si así ocurriera, la legitimidad del ganador sería todavía menor que en una sociedad con partidos. Hubo y hay pensadores (y ocurrentes) que han afirmado y afirman que los partidos dividen a la sociedad. Este es otro sofisma: la sociedad está dividida, y los partidos lo único que hacen es agrupar a los que coinciden con sus principios, con su programa o con su candidato; son, etimológicamente, partes, partes que se distinguen mal o bien de otras partes.
Cuando se planteó en abril de 1977 que México era un mosaico ideológico y que por lo mismo en el país debía haber tantos partidos como ideologías había, se dio pie para que surgieran y se desarrollaran diversas ideologías representadas por partidos. Y surgieron; pero unos no lograron convocar a los muchos, y desaparecieron, y otros sí y aquí están. La paradoja fue que los partidos que sobrevivieron fueron los competitivos y sólo son competitivos los partidos con menor definición ideológica, los que se acercan al centro político, por la izquierda o por la derecha, pues las posiciones extremas sólo atraen a pocos y excluyen a los demás. Los pueblos, en general, son conservadores, sólo en coyunturas específicas apoyan cambios bruscos y radicales, y aun así no todos en esos pueblos coinciden con los demás: todas las revoluciones, por ejemplo, han tenido sus contrarrevolucionarios, a veces en el poder y otras en la oposición. (Los voluntaristas no lo creen; allá ellos. Piensan que la historia es una asignatura escolar y no experiencias de las que se puede aprender).
Las próximas elecciones presidenciales son para que triunfe uno: el que logre convocar al mayor número posible de ciudadanos para que acudan a las urnas y voten por él. Así es el proceso, si el juego es limpio, transparente y sin coacción ni engaños. No descalifiquemos a priori ni especulemos, sin bases racionales e históricas, sobre la legitimidad del gobernante. La ciudadanía está dividida y sus niveles de conciencia (conocimiento) son distintos, pero unos son más que otros, como en toda sociedad democrática en un régimen no totalitario. En buena lid ganará López Obrador, por una sencilla razón: porque ha sabido recoger y hacer suyo el sentir de amplios sectores (mayoritarios) de la población, y porque sus propuestas son las mejores, tanto que sus adversarios las imitan (no las igualan). Bien decía César Yánez, precursor del EZLN: se debe actuar "conforme a las pretensiones del pueblo", y quien así lo haga será el triunfador. Sonría, vamos a ganar.