EJE CENTRAL
Todo por el fut
Ofelia atraviesa por una crisis terrible a causa del Mundial de Futbol. Su historia me recuerda otras que he leído en el periódico y escuchado en la radio: personas que renunciaron a su trabajo, hipotecaron sus casas, vendieron sus automóviles, contrajeron deudas impagables con tal de tener una localidad en los fabulosos estadios alemanes. Muchos de esos aficionados lograron su propósito. Cuando todo termine y regresen a la realidad, tal vez piensen que valieron la pena esfuerzos y sacrificios. Pero quedan los otros, los mil 500 defraudados por una agencia de viajes que no les proporcionó ni el alojamiento ni los boletos prometidos.
Han pasado semanas tratando de instalarse en hostales y mirando los juegos en pantallas gigantes. No imagino qué sucederá cuando vuelvan a México y hagan el recuento de las pérdidas. Tampoco puedo adivinar qué pasará con Ofelia y Adrián, su marido, cuando él retorne a casa.
II
Ofelia vive en la incertidumbre de perder el trabajo, ahogada en deudas y muerta de sueño: todo a causa del futbol. No alcanzo a comprender cómo un juego, un simple juego, pudo causarle tantos problemas. En febrero me dijo que pensaba convencer a su esposo de que asistieran juntos al Mundial. Me pareció una ocurrencia surgida de la pasión futbolística que comparten.
Me di cuenta de que Ofelia hablaba en serio una mañana que la visité en el laboratorio donde lleva la contabilidad, y descubrí en su escritorio montones de folletos turísticos. Luego apareció otro síntoma de que la cosa iba en serio: los telefonazos. Mientras estuve en su oficina recibió varias llamadas. Se disculpó: "Perdona, me están dando precios de hoteles y casas de huéspedes. Quiero compararlos antes de decidirme".
Cuando terminó de hablar me mostró el cuaderno donde tenía registrados los costos, que incluían aviones, hospedaje, alimentación y entradas para los juegos. Las cifras me parecieron descomunales. A ella también, pero accesibles con base en una serie de movimientos que llamó "financieros": adelantos, préstamos y, en caso de ser necesario, empeño en el Monte de Piedad de la factura de su coche. Cuando todo estuviera listo pensaba decírselo a su marido y celebrar en Alemania su tercer aniversario de bodas.
Quedaba un escollo: el tiempo. También eso lo tenía previsto: "Adrián trabaja con su tío Rubén. Si le pide permiso de faltar no creo que se lo niegue. Por mi parte, hablaré con mi jefe. Sabe que desde que llegué aquí no he tenido vacaciones. Si junto las que me deben con las que me tocan el año que entra, me alcanzará para que Adrián y yo nos pasemos el mes completo en Alemania".
Me asaltó el temor de que su jefe no la autorizara y le recordé lo que ella me había contado: "En el laboratorio ha habido tres recortes de personal. Me has dicho que cuando alguien falta ocurre una catástrofe. Imagínate lo que sucederá en el departamento de contabilidad si le sales a tu jefe con que te conceda un mes de vacaciones".
La expresión dulce y alegre de Ofelia se transformó en un gesto heroico. Me habló de su entrega al laboratorio, de largas jornadas sin pago de horas extras, de domingos enteros frente a la computadora. Remató su discurso aludiendo a sus derechos y a sus sueños. Pensaba defenderlos a toda costa. Le sugerí que antes de actuar le pidiera su opinión a Adrián. Sólo conseguí impacientarla: "¡Ni loca! Ya te lo dije: quiero que todo sea una sorpresa. Se la daré mañana, después de hablar con mi jefe".
Eso ocurrió un viernes. Ofelia prometió telefonear el lunes para contarme el resultado de la entrevista. No lo hizo y le hablé el martes. El tono de su voz indicaba que las cosas no habían salido bien. "¿Te negó el permiso?" "¡Ojalá que sólo hubiera sido eso!" Sentí que tapaba la bocina y luego hablaba de prisa: "¿Tienes tiempo de que nos tomemos un café esta noche?"
III
Aunque sólo habían pasado tres días desde nuestra última conversación, me sorprendió ver a Ofelia pálida, envejecida. Le pedí que me lo contara todo. "Además de que no quiso darme vacaciones, mi jefe me advirtió que va a tenerme bajo la lupa. Según él, no puede confiar en una persona que solicita un mes de permiso cuando los laboratorios se encuentran en uno de sus peores momentos por el contrabando de medicinas". Derrotada, inclinó la cabeza: "Te parece que fui muy ilusa, ¿verdad? Ahora yo también lo veo así, pero antes todo me pareció tan fácil, tan bonito. Pensarás que es una locura, pero tenía muchas ganas de que mi esposo y yo viajáramos juntos en avión".
El desánimo la enmudeció. Traté de consolarla demostrándole que los viajes pueden ser infernales: "No sufras, porque no te perdiste de nada. Los aviones se han vuelto incomodísimos. Para ahorrar han reducido el oxígeno y la comida es auténtica bazofia: huevos en polvo, café tibio y ensalada marchita. En los hoteles europeos baratos los cuartos son pequeñísimos, las camas diminutas, no tienen baño individual..." Mi amiga me interrumpió: "Las incomodidades son parte de la aventura. No me habría importado padecerlas con tal de ver los partidos en vivo con Adrián". En otro intento de tranquilizarla le mentí: "Hasta los expertos dicen que las jugadas se ven mucho mejor en la tele".
Ofelia puso la mano sobre mi brazo y me miró: "Adrián se va al Mundial con su tío Rubén. Me lo dijo el viernes. Como me vio llegar muy abatida quiso animarme dándome una buena noticia. Fui muy estúpida: me solté llorando, pero no le dije que era por la conversación con mi jefe. Me acusó de ser injusta por ponerme histérica en vez de alegrarme porque él iba a realizar su sueño. Le reclamé que tuviera tan mal concepto de mí. Para demostrarle que no soy egoísta me ofrecí a pedir lo de mi caja de ahorros y dárselo para que no vaya atenido a lo que don Rubén quiera darle".
Esperanzada de que la situación de Ofelia no fuera tan deprimente como me la pintaba, adelanté mis conclusiones: "Y por supuesto, tu marido no aceptó". Mi amiga sonrió con desencanto: "Te equivocas. Aceptó, y no sólo eso: me pidió que empeñara la factura de mi coche para que pudiera llevarse más dinero, porque Alemania es carísima. Le pregunté a Adrián cómo lo sabía. Me respondió que desde principios de año, cuando don Rubén le planteó la posibilidad del viaje, se había puesto a investigar en las agencias".
No pudo más y soltó un quejido asordinado, desgarrador. La abracé: "Cálmate, porque si no te vas a enfermar. No le concedas tanta importancia a este Mundial. Tienes el resto de tu vida para ver otros". El llanto de Ofelia se hizo más amargo: "No me importa perdérmelos. Lo que me duele es que Adrián nunca pensó en invitarme, en tomarme en cuenta para que compartiéramos algo tan especial. Tal vez cometí un error, pero se lo reclamé. Su respuesta fue que no me había invitado para no crearme problemas en el trabajo. ¿No te parece que es como para morirse de tristeza?"
Ofelia lloraba sin recato, sin importarle que la vieran. Le sugerí que nos fuéramos. Caminamos en silencio hasta que me hizo una confesión: "Adrián y yo nos conocimos en un partido de futbol en Tlaxcala. Cada uno iba con su grupo de amigos. Ya sabes cómo es eso: organizamos olas, echamos porras, cantamos, y al final, como si nos conociéramos de toda la vida, nos fuimos a comer a un restaurante cerca de la plaza de toros. Allí ocurrió el flechazo: Adrián me pidió mi teléfono. Al día siguiente me llamó y comenzamos a salir juntos. Duramos de novios menos de un mes. Una noche me dijo que le gustaría casarse conmigo, entre otras cosas, porque entiendo de futbol. Cuando lo oí, ni en sueños pensé que el juego que estaba uniéndonos iba a separarnos".
Le recriminé su incapacidad de reconocer lazos más profundos que el futbol en su relación con Adrián, y que estuviera en crisis sólo por no haber podido asistir al Mundial. Se resintió: "No soy tan estúpida. No me importa haber fracasado en mis planes. Me duele haberme dado cuenta de que no represento para Adrián lo que él significa para mí. Todo el tiempo, hasta que nos despedimos en la salida internacional, esperé que, aunque sólo fuera por cortesía, me dijera algo". "¿Como qué?" "Por ejemplo: que le habría gustado que lo acompañara".
Tal vez Ofelia esté magnificando los motivos para sentirse deprimida, pero aun así su situación es muy injusta: mientras ella duda y sufre, Adrián anda con el rostro pintado, enarbolando una banderita, desgañitándose para hacerle sentir a la selección su entusiasmo, su entrega, su lealtad incluso en el fracaso.
Las imágenes me incomodaban. Por fortuna un comentario de Ofelia me distrajo: "Lo bueno es que, antes de que se fuera, medio que hicimos las paces". Su tono se alegró en medio de un bostezo: "Me llama por teléfono cada tercer día. Lo malo es que no se ha dado cuenta de que entre Europa y México hay una diferencia de siete horas. Hoy me habló a las dos de la mañana creyendo que aquí también eran las siete de la noche".