Editorial
Calderón Hinojosa, el antipeje
En su cierre de campaña en el estadio Azteca de esta capital, el candidato presidencial del oficialismo, Felipe Calderón Hinojosa, dedicó la mayor parte de su discurso a descalificar a su rival perredista, Andrés Manuel López Obrador, y se olvidó de formular, ante sus simpatizantes y ante la sociedad, una perspectiva de nación. De esa forma culminó una tarea proselitista marcada por la descalificación y el denuesto, la ausencia de ideas, la inducción del miedo y la imitación, aumentada y caricaturizada, de propuestas ajenas, hasta el punto en que, en días recientes, el aspirante del blanquiazul ha incurrido en maneras extremas de populismo y demagogia. Eso, por no mencionar intentos de formulación de definiciones propias, como el del 15 de junio en Querétaro: "Soy el cambio (...) y soy también la continuidad".
Semejantes a la del político michoacano fueron las intervenciones en el acto de ayer de sus correligionarios Demetrio Sodi, aspirante a gobernar la ciudad de México, y Manuel Espino, presidente de Acción Nacional. El primero no atinó más que a descalificar con virulencia las gestiones perredistas al frente de la capital del país, en tanto que el segundo recurrió a una injuria muy al estilo de Silvio Berlusconi, derechista italiano que fue sacado de la jefatura de gobierno por los electores en los comicios de abril pasado: "Que nadie se apejendeje", fue su ingenioso juego de palabras en agravio al poco más de un tercio del electorado que, a decir de las encuestas difundidas la semana pasada, pensaba sufragar por López Obrador.
En una perspectiva más amplia, el antipejismo de Calderón y los suyos, contenido casi único de una campaña fundamentada en el denuesto, armoniza con las obsesiones presidenciales que se hicieron notar desde el año antepasado con la guerra de los videos contra la administración capitalina, que llegaron a su punto culminante en 2005, con el intento de desafuero del entonces jefe de Gobierno del Distrito Federal, y que se ha traducido en una sistemática injerencia de Los Pinos en el proceso electoral, tanto para criticar al aspirante perredista, como para acarrearle sufragios a su rival panista.
De esta manera, el quehacer gubernamental del foxismo, en su tramo final, se funde en una misma y única cosa con la plataforma del calderonismo: evitar, por los medios que sean, el triunfo de López Obrador en las urnas el domingo próximo.
La pinza del continuismo, formada por el presidente Vicente Fox y por su correligionario y aspirante a sucederlo, está marcada por un grave factor de vulnerabilidad: el tránsito de los escándalos por tráfico de influencias y corrupción que va de los hijastros presidenciales y de muchos funcionarios de la presente administración al cuñado del candidato oficial. En tales circunstancias, es inevitable sospechar que "continuidad" equivale, en esta ecuación, a encubrimiento e impunidad para quienes se han enriquecido en este sexenio, y que "cambio" se refiere al de un apellido: Sahagún por Zavala.
De cara a la opinión pública, por decisión propia y con ayuda de su benefactor presidencial, Felipe Calderón Hinojosa ha optado por desvanecer su propia personalidad como candidato y por remplazarla con el ataque regular y sistemático a uno de sus competidores. El aspirante panista llega a la elección, en suma, sin más definiciones positivas de sí mismo que ser el "hijo desobediente" (pero protegido) de Fox y el cuñado del dueño de Hildebrando, SA de CV, y con una identidad construida en la negación de uno de sus adversarios: es el antipeje.