Hacia una Presidencia incluyente
Tiende a creerse en México que al incluir otros puntos de vista en el propio, éste se desdibuja o pierde contundencia. Es así, como podemos entender que negociar en política significa ceder o, peor aún, corromper los principios por los que se lucha. Nada más lejano a la naturaleza misma del quehacer político. Sin acuerdos nos hay desahogo de problemas ni atención a las exigencias de mediano y largo plazos.
Vivimos las vísperas de unas elecciones federales y seis procesos estatales concurrentes, donde la incertidumbre del resultado está evidenciando lo mejor y lo peor de nosotros como sociedad. Los medios de comunicación, los dirigentes y representantes de organizaciones, los partidos políticos, los analistas, los representantes populares. En fin, ante la cerrada competencia por el sufragio, se ha echado mano de los argumentos más pedestres para convencer de pronósticos y programas, y por la otra parte se han mostrado propuestas interesantes, viables y articuladoras de esfuerzos. Sin embargo, han prevalecido la descalificación y el denuesto, y a estas horas de la contienda todo apunta a que habrán peores cosas por conocer.
La acción política en México reúne características que la hacen particularmente compleja y que, algunos de los principales actores parecen desconocer. Por ejemplo, lo intrincado del entorno geopolítico. Suponer y adoptar visiones aislacionistas, impide acercarse a otros factores que llegan a condicionar la agenda; también allí encontramos posturas de confrontación y exclusión. Sean criterios de diferenciación entre ricos y pobres, católicos y no católicos, zonas urbanas y zonas rurales, la imposibilidad de gobernar desde los promontorios de la verdad, será una de las realidades a las que el próximo presidente de la República habrá de hacer frente y tendrá que resolver con oficio e inteligencia política.
Es momento de que los dirigentes de los partidos políticos y los candidatos que resulten ganadores den muestras de que sus acciones son guiadas por las reglas de la política y las leyes. Unas sin las otras, no son más que materia de discursos y tema para concursos de ensayos juveniles patrocinados por el Instituto Federal Electoral. Las muestras de pluralidad y madurez se verán en la capacidad para la aceptación de los resultados, en el reconocimiento a los aciertos propios, pero principalmente a los del adversario que haya triunfado. Por alguna razón ganó.
Del próximo domingo 2 de julio al primero de diciembre, hay casi cinco meses de distancia. Vendrán las calificaciones de cada una de las elecciones, las impugnaciones, el dictamen de la autoridad y las entregas de las constancias de mayoría. De aquí a entonces, veremos qué tanta disposición hay para gobernar en suma de esfuerzos y apertura a otras propuestas. Lejos habrán quedado los discursos incendiarios y amenazantes que reditúan en los medios de comunicación, pero que tan poco sirven para hacer política. Una Presidencia de la República incluyente requiere de oficio y disposición del titular del Poder Ejecutivo. El es el principal responsable de que las cosas salgan bien, como Vicente Fox fue el principal responsable que en materia política las cosas hayan salido mal o, simplemente, no hayan salido.
No pueden pasar otros seis años de inacción y ocurrencias. O sí pueden darse, todo dependerá del elector el próximo domingo. Pero el costo será mayor para el país. La salida de México del contexto mundial, entiéndase competitividad, rendimiento escolar, protección del medio ambiente, seguridad pública, entre otros temas cruciales, de ninguna forma podrán tratarse desde la confortable e irresponsable actitud de subordinar a los demás. Llegó la hora de convencer, de argumentar y de conciliar. Estamos a tiempo de escoger con prudencia y visión de largo plazo.