Los samaritanos
El grado de crispación a que los partidos han llevado esta elección no tiene precedente. La incertidumbre mayor es la medida en que ello afectará al proceso con un alto grado de abstención. Pero sobra quien piense precisamente que el grado de cercanía en la intención de voto entre los tres "grandes" provocará una avalancha de votos. Ojalá así sea.
Todo parece indicar que el ganador se alzará con el triunfo por una pestañita. Y no es remoto que la elección termine decidiéndose en el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, dada nuestra fuerte inclinación en años recientes a la judicialización de la política. Nada bueno puede desprenderse de este escenario ominoso; esperemos, por mínima que sea la diferencia con la que el vencedor gane, que sea aceptada sin más por los demás contendientes; de otro modo la polarización social estructural que en los hechos existe, y que ya tiene diversas expresiones en el campo de la política, va a crecer tan velozmente que no será controlable por los partidos. Hay quien estará feliz con este escenario, por supuesto, pero una sociedad desgarrada y unos partidos heridos a muerte no darán solución a la profunda injusticia social que no ha dejado de crecer en el país.
La derecha mexicana, partidista o la de la sociedad civil, está hablando en términos profundamente preocupantes: no está dispuesta a pensar, a ningún precio, en un escenario social a mediano plazo donde los privilegios se hayan abatido, por más que el combate real a la desigualdad es condición sine que non para alcanzar el desarrollo. Por supuesto, el gigantesco problema de la mayoría social es que el desarrollo no le importa a la derecha porque su riqueza ha surgido precisamente de la profunda desigualdad del subdesarrollo mexicano.
Es también probable otra conducta social: en el momento del levantamiento de EZLN la sociedad clamó por la paz y por un proceso que desembocara en la justicia social para las comunidades indígenas del país. ¿Qué hizo la derecha? Mostrar una insensibilidad absoluta frente al problema, una incapacidad absoluta para avanzar en la solución de los problemas del extremo de los excluidos, en la negativa absoluta a reconocer como seres humanos, que por siglos han sufrido exacciones sin fin, que sin ser incorporados a un conjunto mínimo de derechos traducibles a hechos efectivos, la convivencia social se agravaría cada vez a mayor velocidad.
La derecha no puede con el país. La derecha no sabe gobernar. La derecha sabe hacer negocios: hizo, esta vez, como lo puso en sus palabras directas: un gobierno de empresarios para empresarios. Con la derecha el país va a la ruina por la vía de la dilaceración de la sociedad, de la división no sólo por las enormes distancias en el nivel de ingreso y riqueza, sino también por las inadmisibles y enormes diferencias en el grado de escolaridad de la sociedad, que provocan que el país camine hacia atrás en materia de productividad y competitividad.
Una sociedad desgarrada, como la que estamos creando, es una sociedad donde los privilegiados no tendrán de dónde obtener sus privilegios de siempre. Los privilegiados del mundo, sin tener la menor idea del nivel explosivo de desigualdad que existe en México, apoyan a la derecha: están contribuyendo no a conformar un espacio social de considerable tamaño (más de 100 millones de personas), en un espacio de desarrollo y civilización, sino en un espacio social de amenaza no sólo para los privilegiados mexicanos, sino para muchos extranjeros.
La derecha no da más, porque no comprende en absoluto esto y, lejos de ello, ve en una alternativa de centro izquierda -que conlleva múltiples incertidumbres como traté de mostrarlo en mi entrega anterior- la posibilidad de una vía que sí atienda los derechos de los muchos de los de abajo, y que no lo haga como lo ha hecho la derecha: por la vía de una raquítica y ridícula filantropía que deja intacta la desigualdad, que deja prácticamente en las mismas los inaceptables niveles de pobreza de los pobres de este país.
Solidaridad, Progresa u Oportunidades han sido filantropía frente a la pobreza y mecanismos clientelares de control social. No puede pasar más tiempo bajo tales formas de gobierno para la sociedad menesterosa. Ha llegado el tiempo de un nuevo pacto social con el cual la sociedad entera comprenda que la mecha de la bomba está encendida y que es preciso apagarla, mediante un proyecto de desarrollo y de una genuina revolución educativa.
La derecha parece concebir la desigualdad como un estado natural, frente al cual, como buenos samaritanos, con Oportunidades y Teletón, este segmento social cree expresar que así demuestra "querer" a los jodidos como a sí mismos.
Los despojados de todo tienen derecho a una vida digna. En primer lugar a una educación de alta calidad de al menos de 12 años de escolaridad que les dé la base para ganarse la vida dignamente y para continuar formándose si ése es su deseo.
El real desarrollo incluyente y sustentable o el precipicio es nuestra disyuntiva a corto plazo.