Usted está aquí: miércoles 28 de junio de 2006 Opinión La Colombia de Alvaro Uribe

José Steinsleger /III y últiimo

La Colombia de Alvaro Uribe

El análisis de la sangrienta y poliédrica violencia de clase que los grupos oligárquicos impusieron en Colombia por medio de la "alternancia" liberal-conservadora (1957) demandaría de un equipo interdisciplinario de investigadores creíbles, talentosos, respetados y... comprometidos.

En tal sentido, lo que menos hace falta en Colombia son diagnósticos y estudios de formato "objetivo" como los de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales de Quito (Flacso).

Desde su nuevo edificio (construido en terrenos del ejército ecuatoriano con la "desinteresada" contribución de la Democracia Cristiana alemana), la Flacso es una institución de posgrado que opera en sintonía con el pensamiento contrainsurgente del Pentágono en toda la subregión andina.

La dimensión imaginativa parece que también agotó sus posibilidades de expresión en Colombia. Años atrás, el presidente de la Asociación de Ex Agentes de la Policía Secreta (Carlos Arbeláez) invitó a escritores del género "crimen y misterio" de todo el mundo a una conferencia que tendría lugar en agosto de 2000 para que se inspiraran en las historias que sacuden al país real.

A última hora, los escritores invitados de América Latina, Europa y Estados Unidos cancelaron el viaje. Actitud prudente, pues una cosa es imaginar y otra narrar los hechos tal cual son. Tenemos, por ejemplo, las declaraciones de Salvatore Mancuso (jefe paramilitar, asesino confeso y ex socio del presidente Alvaro Uribe), quien a Margarita Martínez, corresponsal de Associated Press, aseguró que su ejército de sicarios no ejecutaría "... a más de tres personas al mismo tiempo" (13/02/02).

Seguramente que en cualquier estado de derecho también para eso existe la "libertad de expresión". En cambio, de haber reparado en los hechos ocurridos en el campo de exterminio Hacienda El Palmar (en curso de investigación), Gabriel García Márquez habría escrito un magnífico cuento de terror.

Don Rodrigo Mercado Pelufo, Cadena, decidía en El Palmar qué campesinos de la comunidad de San Onofre iban a morir, o ser descuartizados a golpe de machete y del lento run-rún de las motosierras. Jefe paramilitar y ganadero, don Rodrigo tenía un método infalible: por cada 10 que mataba dejaba uno en libertad para contar lo que había visto.

A pocos metros de una laguna situada a la entrada de la propiedad, los caimanes devoraban los cadáveres de los ejecutados. Y en medio de las fosas que dejaba la carnicería, se organizaban reventones y certámenes de "Miss Maja Internacional" o "Miss Tanga", en los que oficiaba de jurado la simpática diputada Muriel Benito Rebollo, originaria de San Onofre y partidaria de Uribe.

En los asados y parrandas de Cadena fueron vistos Norman León Arango, comandante de la policía, y el ex gobernador Salvador Arana (acusado de ser el autor intelectual del asesinato de un alcalde). Indignado por las denuncias internacionales, el presidente Uribe aplicó ejemplares medidas de castigo: Arango fue nombrado agregado militar de Colombia en Francia, y Arana fue nombrado embajador en Chile.

Bien. No crea usted que nos vamos apoyando en los malévolos datos de la maldita subversión y el "comunismo internacional", que no acaba de entender que el Muro se cayó. Ni tampoco crea que omitimos la violencia "del otro lado", que por motivos de espacio remitimos a los "noticieros" de Miami y a los comentarios del impoluto don Andrés Oppenheimer, vicario de la democracia latinoamericana.

No deseo abundar en más. No puedo. Deseo, como todos, la paz en Colombia. Pero en 1957, el jefe guerrillero liberal Gustavo Salcedo entregó las armas, pactó la paz con el gobierno y fue asesinado. Y cuando concurría a otra reunión de paz, se cayó el avión del jefe guerrillero Jaime Bateman (M-19). Y en 1983, el guerrillero Oscar Calvo (EPL), representante en una comisión negociadora de paz, murió asesinado.

Los candidatos presidenciales Jaime Pardo Leal (1987), Luis Carlos Galán (1989) y Bernardo Jaramillo (1990) fueron asesinados. Carlos Pizarro, otro jefe del M-19 propicio al diálogo, fue asesinado (1990). En plena negociación con el gobierno, el presidente César Gaviria ordenó el bombardeo del campamento central de las FARC.

En 2001 el Ejército de Liberación Nacional (ELN) liberó a 45 soldados como gesto de buena voluntad, y el presidente Andrés Pastrana mandó a bombardear sus efectivos. Y en 2002, en el ocaso de su mandato, Pastrana dispuso el fin de las negociaciones y bombardeó los campamentos de las FARC.

Pero Washington también se queja. Y no tanto porque en el aspecto militar le va mal, sino por lo que realmente le duele. En mayo de 2002 el Departamento de Estado suspendió parte de la ayuda financiera para Colombia. Dos millones de dólares de fondos entregados a la policía colombiana habían desaparecido, misteriosamente.

La última: en febrero pasado, la revista Semana denunció torturas y abusos cometidos contra 21 soldados del Batallón Patriotas de la sexta Brigada de Infantería (Tolima). Un soldado explicó: "Todos nuestros generales han pasado por eso. Así nos formamos".

 
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