López Obrador, liderazgo y gobierno
Su liderazgo fue sometido a una larga, penosa prueba de construcción. Y a juzgar por las respuestas que se observan a simple vista en los recorridos de la disputada campaña, la interrelación entre candidato y pueblo se ha fortalecido con el paso de los días bajo asedio. Las plazas, abiertas o recoletas, hermosas o descoloridas, se llenaron de entusiastas seres humanos en pos de una búsqueda que mucho tiene de su propia salvación. Los mitineros acudieron para demandar ayuda pero, al mismo tiempo, ofrecieron su colaboración en lo que viene: la tarea de hacer, con el gobierno venidero, un instrumento eficaz, democrático en el crecimiento y justo en su desarrollo. No para cualquier modo de crecimiento, sino uno en el cual ellos colaboren; y que sin tardanzas adicionales reparta de manera equitativa lo producido. Exigen un lugar para que puedan apropiarse de algo, de una tajada de los muchos frutos que desgrana. Un esfuerzo en el cual no sean condenados a soportar, con sus desgracias, el bienestar de los pocos, tal y como ha venido sucediendo desde hace ya 25 años con este experimento neoliberal, inoperante y abusivo, un modelo productivo y de convivencia forzada que algunos se empeñan en conservar sólo para su propio recreo y deleite.
Hoy cierra su campaña electoral Andrés Manuel López Obrador en el Zócalo, de esta exhausta república quebrada en su centro por la iniquidad. La multitud estará ahí, con él, a su lado y enfrente para testimoniar, de cuerpo entero, la íntima, sostenida, decisión de llevarlo a la Presidencia el próximo 2 de julio, ahora ya tan cercano. Quieren un cambio, luchan por meterse de lleno en el vendaval que presienten venir. La certeza del triunfo se palpa de bulto, densa, y se dispersa por doquier. La determinación popular mostrada en los caminos, en la azarosa lucha por sostener esta alternativa de futura vida digna para todos, no ha sido fácil. Los rivales han empleado a fondo sus vastos recursos para disuadirlos de tal empeño. No han dudado en recurrir a patrañas y maniobras intencionadas para causar penas, con mala entraña, apelando a bajos impulsos de temor, reactivos contra la maduración democrática. Los escasos medios disponibles para los de abajo se tuvieron que exprimir al tiempo que, con frecuencia inusitada, se hacían múltiples, penosos sacrificios personales o de grupo para llegar puntuales a las citas con su líder.
La gente sorteó, con reciedumbre interna pocas veces vista, una lluvia de agrandados defectos que le endosaron, agrandándolos, a su candidato. Mentiras rampantes sobre el pasado desempeño de AMLO como gobernante. Denuestos y descalificaciones fabricadas por los oponentes para contener el avance de una candidatura fincada en los que desean, ahora sí, una oportunidad para ellos. Mensajes a trasmano con voces impersonales inundaron el ambiente, torpes rumores, infundios rampantes que, por medio de panfletos impresos a todo color, pantallas televisivas saturadas o activos micrófonos de la radio, fueron depositados con urgencia y mala fe en sus mismos hogares, autos o lugares de esparcimiento y trabajo. Queda ahora sólo un pequeño pero determinante trecho organizativo para asegurar una copiosa asistencia a las urnas. Habrá que vigilarlas y auxiliar a los votantes en ese acto postrero de soberana voluntad.
Después viene, como sin duda vendrá con el dictado indiscutible de los votos, la obligación de cumplir, a cabalidad, con lo prometido en el peregrinar "a ras de tierra" para ganarse la simpatía, la confianza de los ciudadanos. Habrá que formar un gobierno a la altura de la oferta extendida y de las expectativas levantadas. Una tarea nada fácil que comenzará su ardua saga a partir del mismísimo 3 de julio. El cambio tantas veces añorado está al alcance de la mano. Los que quieren posponerlo de nueva cuenta no cejarán, tampoco, en su empeño, aun si son derrotados en los comicios.
El liderazgo de López Obrador no apareció de la noche a la mañana. El peregrinar ha sido dilatado y el trabajo edificador constante. Se fraguó cuerpo a cuerpo entre vecinos que padecen similares limitantes, políticas y sociales, económicas y culturales. Allá en su estado natal comenzó la refriega hasta que, por exigencia inevitable del proceso, se trasladó a toda la nación. La fuerza de empuje la dio lo que por todos lados sobra: la desigualdad y la falta de oportunidades que padecen amplias, amplísimas capas de la población. Por eso el liderazgo de López Obrador adquiere especiales características, aquellas que le acercan las sombras y los claros de una república extenuada. En ella se nutre y crece hasta fundirse con esa corriente enorme que acude a las calles y desembocará en las urnas. Nada ha detenido a este caudal humano que se mueve tras su propia redención. Y lo que aún conspira en su contra caerá derrotado por el empuje entusiasta que la anima y el músculo tensado de su número. Nada en todo esto hay de iluminaciones trascendentes o de mesianismos tropicales. Esos, y otros adicionales, son algunos de los múltiples epítetos que le dispararon, a mansalva, los privilegiados que no admiten la irrupción del pueblo en las decisiones.