Levantar la hipoteca macroeconómica
El próximo gobierno heredará una economía en estado vegetativo que conduce a la crisis. Muchos problemas marcan esta economía y deben ser atacados inmediatamente: la desigualdad social y económica, la vulnerabilidad de las finanzas públicas, la precariedad de las cuentas externas, el deterioro ambiental y la destrucción de la base de recursos naturales, y, finalmente, un aparato ejecutivo disfuncional y corrupto. Para atacar estos problemas se necesita actuar en muchos terrenos, pero nada se podrá hacer si no se levanta la hipoteca macroeconómica. Este gravamen pesa sobre las políticas monetaria y fiscal, así como sobre las cuentas externas.
En materia monetaria se debe replantear la autonomía del banco central para abandonar el esquema actual, en el que ese organismo sólo rinde cuentas a los agentes de la esfera financiera. La estabilidad macroeconómica no puede descansar sobre el premio a los rendimientos del capital financiero. El despliegue de una política monetaria comprometida con la represión artificial de la inflación tiene que reemplazarse por un enfoque que promueva la inversión productiva, no que la castigue con altas tasas de interés real y la sobrevaluación cambiaria. Y para abrir espacios de libertad en materia de política monetaria es necesario establecer un sistema de control a los flujos de capital, algo que ningún acuerdo comercial prohíbe.
La hipoteca fiscal debe levantarse por el lado de los ingresos y el gasto. En materia de ingresos se necesita una reforma fiscal que reduzca la elevadísima evasión y elusión fiscales, que grave las ganancias del capital financiero (sobre todo en operaciones en el mercado bursátil) y a las personas y empresas de altos ingresos. Sólo con esta reforma progresiva será posible corregir la asimetría actual en la que la recaudación proviene de los estratos de ingresos medios.
Es indispensable abandonar el esquema actual consistente en imponer un equilibrio en el balance primario (ingresos menos gastos, pero sin contar cargas financieras) y aceptar un déficit en el balance económico (que ya incluye las cargas financieras). Ese esquema sólo sirve para desviar recursos hacia la esfera financiera, dejando sin cobertura adecuada a las prioridades de cualquier agenda de desarrollo.
También es necesario salir de la mentira contable que hoy permite al gobierno vanagloriarse de tener un presupuesto equilibrado. Si se toman en cuenta los llamados requerimientos financieros del sector público (RFSP) el déficit en las finanzas públicas supera el 3 por ciento del PIB (es decir, es casi cinco veces más alto que el autorizado por el Congreso). Sólo los altos precios del petróleo y su peso en los ingresos fiscales permiten mantener esta ficción. Este disparate contable distorsiona la cuenta pública y ha permitido a los últimos dos gobiernos (y al Congreso) vivir con la ficción de que se está cumpliendo el dogma neoliberal de un balance fiscal cero.
Entre los RFSP destaca el costo del Fobaproa-IPAB con un promedio de 25 mil millones de pesos anuales para el pago de la parte real de los intereses sobre el rescate bancario. No hace falta otra ''comisión de la verdad'' para enfrentar este problema. Se necesita replantear el costo fiscal y renegociar ahora con los bancos una reducción paulatina de esos pagos.
La reducción del gasto corriente es crucial y se puede llevar a cabo mediante un recorte drástico de los elevados salarios de altos y medios mandos de la administración pública. Este recorte puede proporcionar recursos en cantidades significativas (hasta 60 mil millones de pesos) que pueden destinarse a salud, educación, vivienda, programas sociales e infraestructura en rubros tan importantes como captación y manejo del agua. Sin embargo, ese ahorro no es suficiente para superar la hipoteca macroeconómica. Es necesario reorientar las prioridades para salir del esquema neoliberal (balance cero) y recuperar el papel anticíclico de la política fiscal.
Las cuentas externas están marcadas por una gran vulnerabilidad. El superávit histórico de la balanza comercial con Estados Unidos (54 mil millones de dólares, mmdd) está soportado por las maquiladoras y los altos precios del petróleo. Es decir, México sigue atado a un modelo exportador basado en mano de obra barata y recursos naturales. Las maquiladoras están desconectadas del resto del aparato productivo y son incapaces de funcionar como motores del crecimiento. Las reservas probadas de crudo tienen un horizonte temporal de 12 años, lo que significa que el petróleo ya no puede ser ''palanca del desarrollo'' y solamente debe usarse juiciosamente para preparar la transición hacia una economía post-hidrocarburos.
México mantiene un saldo negativo crónico con el resto del mundo y con Asia y Europa la evolución del déficit es alarmante (29 y 14 mil millones de dólares, respectivamente). Es indispensable replantear los vínculos de la apertura comercial con el diseño de una política industrial y tecnológica que realmente permita construir una plataforma de exportaciones competitiva y durable. El margen de maniobra en materia de política industrial no es tan estrecho como se piensa.
En síntesis, no bastará que el próximo gobierno trate de ser más eficiente y ahorrativo. Si no replantea los componentes medulares del modelo neoliberal no podrá hacer realidad la promesa de lograr un desarrollo sustentable.